LA HABANA, Cuba.- Los gobernantes cubanos, al no haber cumplido con la sugerencia que les hizo Juan Pablo II de abrirse al mundo, a menudo incurren en anacronismos en sus vínculos con otras naciones. Una de esas incongruencias se presenta, por ejemplo, cuando envían a un representante a la toma de posesión de algún presidente que haya sido electo democráticamente mediante el voto de sus electores. Desentona en esos casos la presencia de un país donde hace más de medio siglo sus ciudadanos no pueden elegir a su presidente.
Como otro anacronismo podría calificarse la visita que Miguel Díaz-Canel Bermúdez efectuó a la Exposición Internacional de Importaciones de Shanghai. Porque, ¿qué hacía el representante del país más anti importador del mundo en un evento en el que los anfitriones chinos pretendían demostrar las bondades de la importación de bienes para elevar el nivel de vida de la población?
Por supuesto, el interés del heredero del poder en Cuba no era aprender la lección de sus amigos del gigante asiático, sino visitar el pabellón de la isla en dicha Exposición, con el fin de captar compradores chinos y de otras naciones para productos tradicionales cubanos como el ron y el tabaco, así como para otros rubros emergentes como los biotecnológicos y farmacéuticos. De todas maneras, desde el punto de vista ético no deja de constituir un contrasentido la visita de Díaz-Canel al evento de Shanghai, pues si todo el mundo actuara como los cubanos, podría acabarse el comercio mundial.
Esa obsesión de los dirigentes cubanos por tratar de vender mucho y comprar poco en los mercados internacionales ha provocado una sui géneris división de funciones dentro del gabinete. El nuevo ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil, casi no atiende las relaciones económicas internacionales, las cuales son monitoreadas por Ricardo Cabrisas. La misión encomendada a Gil parece circunscribirse a ir encontrando cada día nuevas posibilidades de producción nacional, y así sustituir las importaciones.
La realidad demuestra que los ciudadanos de los países que más productos importan gozan de niveles de vida más elevados, pues adquieren mercancías de mayor calidad y generalmente a más bajos precios. En el caso de China, que apuesta por basar su crecimiento económico mediante un incremento de su consumo interno, el aumento de las importaciones deviene un elemento estratégico.
Algunos podrían pensar que los gobernantes cubanos actúan de ese modo compelidos por la precaria situación de sus finanzas externas que obliga a disminuir los gastos. Sin embargo, los que están más al tanto del acontecer cubano coinciden en que la sustitución de importaciones no es coyuntural, sino una pieza estratégica en el arsenal de las autoridades.
A Díaz-Canel y compañía parece no importarles que los cubanos de a pie se vean precisados a consumir artículos obsoletos y de pésima calidad, o en el peor de los casos que escaseen los productos de primera necesidad. Aunque, en el fondo, más que un distintivo de determinado gobernante, se trata de un defecto del sistema.
Por ello me sonrío cada vez que recuerdo a mis profesores de Economía Política, allá por los años 80, cuando parafraseando los manuales soviéticos de moda, afirmaban que “la ley económica fundamental del socialismo era la satisfacción de las necesidades siempre crecientes de la población”.