LA HABANA, Cuba. – El fallecido dictador cubano Fidel Castro nunca quiso que erigieran estatuas en su honor, mucho menos ser embalsamado, pero terminó encerrado en una piedra. El 31 de octubre de 1961, él y su hermano Raúl habían presenciado en video, encerrados en un despacho, cómo las autoridades soviéticas retiraban del Kremlin el cuerpo embalsamado del dictador José Stalin, para darle sepultura, de espaldas a Lenin.
Fidel nunca olvidó aquella escena, y Raúl tampoco.
Mucho menos aquellos otros videos sobre el “desmerengamiento” del comunismo soviético, que nunca se vieron por la televisión cubana, cuando los trabajadores de numerosos países del antiguo bloque socialista destruían las estatuas de Lenin, Marx y otros líderes marxistas.
Los dictadores Fidel y Raúl entendieron por qué.
Entonces se sentaron a pensar sobre el dilema de dónde esconder sus cuerpos sin vida para siempre, libres de sus enemigos actuales y futuros, qué lugar seguro escoger donde los martillos obreros no acabaran con sus figuras en bronce.
Incluso Raúl vio cómo, hace poco, a Henry Ramos Allup no le fue nada difícil desaparecer la inmensa imagen de Bolívar de la Asamblea Nacional, incluso cuando hace apenas unos días, en Bolivia, el pueblo destruía las estatuas de Hugo Chávez.
Fue a Raúl a quien se le ocurrió encerrar al fin a su hermano en un singular panteón compuesto por una gran roca de 48 toneladas de peso y cuatro metros de altura, extraída de la Sierra Maestra, en la provincia oriental.
La tarea fue encargada en silencio -para que Fidel, aún vivo, no lo supiera- a un matrimonio de arquitectos, Eduardo Lozada y Marcia Pérez, quienes la diseñaron en 2006, año en que enfermó el dictador, aunque su construcción comenzara en 2010 y terminara el 4 de diciembre de 2016, diez días después de su muerte.
Es obvio que ni dentro de una piedra estarán seguros ante el fin que se aproxima. Todo un pueblo reaccionará al fin sobre el desastre en que ambos hermanos han convertido al país y de ese cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, solo quedará, como sitio eterno, el mausoleo donde reposan los restos de José Martí, lo más venerado en la isla cada día.
En cambio, Fidel y Raúl sí simpatizan con los premios y los galardones.
Recordemos cuando Fidel, en 2010, seis años antes de morir, luchó por obtener el Premio Nobel de la Paz, un premio que no se derriba con martillos, pero sí con razones históricas.
El Premio, idea del científico Alfred Nobel, quien lo instauró en 1907, ha sido obtenido por grandes figuras de la física, la literatura y promotores de la paz.
Aunque Cuba no ha contado con ninguno, Fidel exhortó a sus amigos latinoamericanos a recoger firmas para promover una candidatura a su favor y se dieron contra la pared. Obama fue el elegido, mientras Fidel daba pataletas sin poderse dominar, diciendo que el Tribunal de Oslo le había obsequiado el Nobel al Presidente estadounidense.
Raúl fue más modesto, como su nombre, y no lo ha intentado. Es lógico. Ambos llevan sobre sus espaldas miles de fusilados, estuvieron dos veces a punto de llevar al mundo a una guerra nuclear: en la crisis de los misiles y durante la guerra de Angola. Han violado y violan los Derechos Humanos, encarcelando a quienes disienten de su ideología, incluso a periodistas independientes y opositores pacíficos, y poseen un largo historial de financiar a grupos terroristas guerrilleros y ayudar a dictaduras latinoamericanas con la Policía Secreta.
Para las despiertas generaciones del presente y del futuro, extraer la urna de cedro de la piedra con las cenizas de Fidel Castro dentro y mandarla al fuego no será nada difícil. Quiéranlo o no los dictadores, todos terminan en el basurero de la Historia.
Fuentes consultadas:u
El Premio Nobel de la Paz, por Fidel Castro, mayo 4 de 2012, Juventud Rebelde
A propósito del Premio Nobel, Cubanet, julio 20, 2011, por Frank Correa.
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