Fotorreportaje de José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba.- Cuentan que el Almendares debe su nombre al hecho de que, en 1610, el obispo Enrique de Almendáriz se curó con sus aguas la enfermedad de la gota. Hoy bastaría una gota de agua de ese río habanero para enfermar a cualquiera.
Lejos han quedado los tiempos en que fue surtidor del más antiguo acueducto de América Latina, la llamada Zanja Real, que abasteció a La Habana durante 243 años, descargándole diariamente unos 70 mil metros cúbicos de agua fresca.
Sin embargo, aún no se puede hablar en pasado sobre este río. De hecho, forma parte de una de las diez principales cuencas hidrográficas de Cuba, la Almendares-Vento, con 402 kilómetros cuadrados, que abarcan ocho municipios habaneros y dos de la vecina provincia de Mayabeque, área donde reside más de medio millón de personas, cuyo consumo de agua potable todavía hoy depende (en alrededor del 47 %) de las fuentes subterráneas de esa cuenca. No porque sea un remedio saludable, sino porque no hay otro remedio en esta ciudad con muy débil y muy antigua infraestructura para el abasto.
La contaminación química y la carga microbiana que contienen las aguas del Almendares es un hecho demostrado e incluso suficientemente divulgado. Tampoco es nuevo. Durante muchísimos años, aun desde antes del ciclón castrista, sus márgenes fueron deforestadas, mientras proliferaban los vertederos fabriles. El río, que aunque enfermo, es un símbolo de La Habana, también es el sostén de su pulmón verde, pero llegó a tornarse irrespirable bajo la agresión extra de un sistema de alcantarillado que data de principios del siglo pasado y que actualmente es obsoleto, además de estar sobreexplotado por una población muy superior a aquella para la cual lo diseñaron en sus orígenes.
Núñez Jiménez se escandalizó
Resulta contradictorio que un gobierno que se auto-promociona como defensor de la ecología y que como tal es elogiado por otros gobiernos vecinos y por cofrades de instituciones internacionales interesadas en el tema, se haya echado más de 30 años sin mover un dedo para intentar la reversión de esta debacle.
No fue hasta entrada la década de los años 90, del siglo XX, y sólo a partir de los reclamos públicos de un científico, el doctor Antonio Núñez Jiménez, que el gobierno hizo amagos de atender seriamente este problema. Al término de una expedición, con la que recorrió todo el Almendares, Núñez Jiménez declaraba entonces: “Hoy grandes trechos de su curso son verdaderas cloacas, sucias, pestilentes y altamente contaminadas”. Desde entonces, no es mucho lo que ha cambiado.
La prensa oficialista asegura que el daño ecológico comienza a retroceder lentamente, pero de manera firme. Nadie lo diría, toda vez que ahora mismo las propias instituciones del régimen tienen identificados unos 50 focos contaminadores en la cuenca, sean industrias, almacenes, talleres, unidades de salud, vaquerías y entidades del comercio y la gastronomía, entre un largo etcétera.
También los medios del régimen han afirmado sin rubor que con tal de revertir la contaminación del Almendares, se dispuso el desmantelamiento de la importante e histórica industria del papel de Puentes Grandes, o de las cervecerías La Tropical y La Polar, entre otras que daban empleo a decenas de cientos de ciudadanos y que, como bien sabe aquí hasta el gato, quedaron paralizadas en el Período Especial por estrictas razones de insolvencia económica.
El colmo es que ahora mismo varios portales de Internet destinados a la propaganda del “paraíso cubano” venden el parque recreativo del Almendares como un lugar idóneo para el sano esparcimiento y el contacto con la naturaleza. En tanto, a varias generaciones de habaneros nos causa tristeza reconocer en ese parque, hoy abandonado y lóbrego, una de las claves de nuestra nostalgia, el sitio donde tan bien la pasamos de niños y adonde acudimos tantas veces siendo jóvenes a disfrutar las descargas trovadorescas o a jugar en el Golfito, a la vez que enamorábamos y hacíamos “algo más” en sus bancos frente al río y entre su frondosa vegetación y en sus glorietas al aire libre.
La verdad es que muy mal nos las veremos en La Habana con nuestro pulmón verde mientras, en vez de enderezar el tiro, aunque sea en eso, nuestros ecologistas en jefes sigan aspirando a resolverlo todo mediante consignas populistas y guiños de marketing politiquero para sus vecinos de allende los mares.
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