LA HABANA, Cuba. — Dulce María Loynaz, que fue uno de los tres autores cubanos que alcanzaron el prestigioso Premio Cervantes de Literatura (los otros fueron Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante), se mantuvo en reclusión voluntaria en su domicilio y sin publicar por casi dos décadas debido a su rechazo al sistema implantado por el régimen castrista, del cual difería por su pensamiento y su condición social aristocrática.
Aunque la escritora no solía hacer explícito su rechazo al régimen, este afloró en sus memorias y en el libro publicado poco después de su muerte por Ediciones Loynaz, de Pinar del Río, titulado Cartas que no se extraviaron.
En dicho libro —que recoge varias de las misivas de Dulce María Loynaz— se refleja, en una carta a su amigo y albacea Aldo Martínez Malo, el choque que tuvo con el poeta Nicolás Guillén, quien presidía la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
La discrepancia fue motivada por la versión dada por Guillén sobre la Academia Cubana de la Lengua Española, a la que pertenecía la Loynaz, a Dámaso Alonso, presidente de la Real Academia de la Lengua Española.
En la revista Bohemia apareció en 1980 la afirmación hecha por Guillén a Dámaso Alonso de que la Academia Cubana de la Lengua Española “era como si no existiera, porque a la caída de la dictadura de Batista sus miembros se habían puesto en fuga”.
Sobre aquel comentario de Guillén, Dulce María Loynaz escribió: “Esta ofensa gratuita hecha por alguien a quien nunca y en ninguna forma nosotros habíamos agraviado, pegaba más de injusta y mentirosa”.
Explicaba que era cierto que alguno de los miembros de la Academia Cubana, sin que tuvieran vinculación con la dictadura de Batista, se habían marchado del país “por distintas razones, entre ellas, sin duda, la de no estar de acuerdo con el régimen imperante”. Pero aclaraba que no fueron todos los miembros de la entidad los que emigraron, “como el señor Guillén parece maliciosamente dar a entender”.
Sobre los miembros de la Academia que se quedaron en el país, explicaba la Loynaz: “Nos hemos esforzado en cumplir nuestra misión lo mejor posible, y cumplirla en las condiciones más precarias, condiciones que creo no se le han impuesto a las demás instituciones que se han creado luego en el país”.
Explicaba Dulce María Loynaz cómo la Academia Cubana de la Lengua Española no percibía subvención estatal, ni la posibilidad de difundir sus trabajos y actividades igual a otras instituciones similares, y que por no disponer de un local propio tenía que hacerlo en su domicilio, en 19 y E, en El Vedado.
Mantener la institución con los gastos de papel, sellos, auxiliar de secretaría y otras necesidades, las cubrieron sus integrantes con pequeñas sumas aportadas de su peculio personal, lo cual calificaba la poeta como “una labor casi heroica”.
Dulce María Loynaz les recordó a Nicolás Guillén, Dámaso Alonso y a la revista Bohemia, que sí conocían de la existencia de la Academia Cubana de la Lengua Española, a la cual consultaban para apoyarse en sus tareas.
Bohemia nunca publicó la carta de respuesta del presidente de la Academia Cubana, el doctor Dihigo, pero la periodista Nydia Sarabia proporcionó en su sección “Palabras Cruzadas”, de dicha revista, el desquite a Loynaz, para dar a conocer “el infundio de Guillén” y “la fe de vida de la negada Academia”.
Culminaba la carta de Dulce María Loynaz a Aldo Martínez Malo: “Y por último me doy el gusto de poner en ridículo al señor Guillén, que todavía a los ochenta años hace versos de amor y no cesa de estar abrumándonos a todos con su verborrea senil, y al parecer incontenible. Ya se comprenderá que a estas alturas yo no tenía necesidad de publicidad ninguna, ni me importaba otra cosa que realizar con ella mi pequeña venganza, aunque tal vez no se deba llamar venganza a poner las cosas en su lugar”.