LA HABANA, Cuba. – ¿Dónde estuviste, Miguel? Pasaron muchos días sin que supiéramos de ti, tanto que hasta pensé que habías vuelto a Roma. Supuse que te quedaste con las ganas de entrar una vez más a San Pedro. ¿Sucedió que querías que Lis dedicara otras lisonjas al pontífice? ¿Acaso te fuiste a África? ¿Volviste a Nueva York para enmendar el desplante que dedicaste al cardenal Doland y a un montón de sacerdotes católicos por allá?
Entonces pusiste los pies en polvorosa y le hiciste poco caso a Félix Varela. Tan grande fue tu desidia y la escurrida que hasta llegué a pensarte de vuelta en África y buscando subvenciones, ayudas, regalitos. ¿En cuál avión estabas, Miguel, y con cuál rumbo, cuando todos suponíamos que debías estar en La Habana Vieja, en el derrumbe?
¿Dónde estabas Canel? ¿Acaso escondido? Es que nadie dio contigo el día del derrumbe. ¿Dónde estabas en esos instantes habaneros? ¿Dónde mientras otros quedaban sepultados? Recuerdo que a Fidel Castro le encantaba figurar y siempre llegaba a presenciar los desastres, sus propios desastres, como si fueran ajenos.
¿Y tú, Canel? ¿Dime dónde estabas tú? ¿Dónde te metiste después del colapso? ¿Dónde estabas, Miguel? ¿Y dónde esa esposa tuya que no se pierde ninguno de tus viajes al extranjero? Ella tampoco estuvo en el derrumbe de La Habana Vieja, a pesar de que esa podría ser, sin duda alguna, una tarea para la “primera dama”. Si ella va y viene muy oronda de San Pedro, muy bien pudo aparecer en el sitio del desastre. ¿Dónde estaban ustedes, Miguel, tras el derrumbe en La Habana Vieja?
¿Por qué no te vimos? ¿Quién te dijo que te quedaras en palacio? ¿Será qué prefieres la calma? ¿Le cogiste miedo a esa polvareda que desatan los derrumbes? ¿Evitaste un catarrito? ¿Sospechaste una conjuntivitis? ¿Será que temes a los cubanos que están hartos de desastres? ¿Recordaste los momentos de tensión más recientes?
No me extrañaría que te vinieran a la cabeza aquellos días del tornado, aquel día en el que te viste obligado a salir corriendo de Regla. Ese día, Miguel, tuviste que poner los “pies en polvorosa”, y no son pocos los que recuerdan tus “habilidades” para subir a una guagüita en marcha…
Miguel no estaba pa’ remake y por eso se mantuvo en lontananza, y lo peor fue que ni siquiera mandó a Lis Cuesta a dar la cara; que son las primeras damas, al menos en otros países, quienes se ocupan de esas cosas que tienen que ver con los desastres, con los auxilios.
Miguel no estuvo en el derrumbe, al menos no lo vimos en los instantes más álgidos, en ningún momento. Si Miguel hubiera estado en el instante preciso la Televisión Cubana lo habría hecho notar hasta el cansancio, pero no fue así. ¿Acaso intuyó que la gente podía explayarse?
Y es que la gente suele explayarse cuando ya no aguanta más, y La Habana Vieja no es ese sitio matancero de los supertanqueros. La Habana Vieja acostumbra a tener comportamientos más efusivos, y a explayarse, que así decimos cuando la gente se pronuncia mucho más allá de lo que esperábamos.
La Habana Vieja ya está harta de derrumbes y miserias. La Habana Vieja está más dispuesta a tirarse pa’ la calle; mucho más que Miramar y que el Vedado. Miguel no estuvo en La Habana Vieja, pero sí en un montón de sitios del planeta. Miguel no estuvo en La Habana Vieja, y ni siquiera en la Mesa Redonda tras el desplome.
La Mesa Redonda no relató el desastre ni indagó en las causas, en sus consecuencias. La “Mesa Retonta” habló de otras cosas ese día. La Mesa no mencionó al desastre ni a los muertos. No tuvimos imágenes de los hechos. Lázaro Manuel Alonso, del Servicio Informativo de la Televisión Cubana, fue pa’llá y en el apuro ni siquiera alcanzó a agarrar su celular. ¿Casualidad o estrategia?
Lazarillo, quien debería convertirse en los ojos de los ciegos, de esos a quienes no se les permite entrar a zonas de desastre, no pudo tomar imágenes, olvidó el celular y no había cámaras disponibles. Lazarillo no pudo filmar la desesperación de quienes quedaron sin casa. Lazarillo no consiguió imágenes porque se le quedó el celular, porque se quedó ciego en Tormes.
Y es que la muerte no debe ser fijada en un video, sobre todo si se trata de muertos cubanos tras el desplome de un edificio inhabitable. Miguel Díaz-Canel tampoco llegó al lugar del desastre. El que se esfumó en Nueva York no tuvo tiempo para conversar con los sobrevivientes, con los que se quedaron sin casa, con los familiares de los rescatistas.
La “Mesa Retonta” no dedicó su espacio de la tarde para esclarecer, al menos en algo, los hechos. La “Mesa Retonta” prefirió centrarse en la bancarización. Y a Miguel no lo vimos hasta que reapareció este 10 de octubre último. Miguel sí que fue a Bayamo, pero no en coche. Miguel se fue a Bayamo en avión, y de ahí a La Demajagua.
Allí sí estuvo Miguel este 10 de octubre, acompañado por un pueblo mucho más tolerante y fiel, un pueblo más dispuesto a dedicar aplausos. Miguel fue a “conmoverse” con los niños recitadores del Oriente. Miguel fue a dar la cara a sus fieles, a esos que no iban a gritarle improperios ni a recordar los tantísimos derrumbes que en la “Revolución” han sido.
Miguel fue a Bayamo, a La Demajagua. Allí estuvo lejos de derrumbes y de exaltaciones populares. Allí, en el oriente de la Isla, se le vio en primera fila y aplaudiendo, siendo aplaudido. Allí se le vio discurseando.
Los niños cantaron, dijeron poemas. Díaz-Canel hizo discurso al amparo de fieles y de niños recitadores. Miguel hizo un viaje al Oriente pero no un “viaje” al derrumbe. Miguel debió poner en su voz esa canción de Silvio Rodríguez que dice: “La ciudad se derrumba y yo cantando”.
Díaz-Canel cantó esta vez con los niños, aplaudió a los niños que subieran a la tribuna de La Demajagua, pero no fue a Lamparilla y Villegas. Canel no estuvo en el derrumbe, sin reconocer quizá, porque no es inteligente, que las ausencias se constatan, las ausencias se perciben, y eso nos permite juzgar a los ausentes.
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