LAS TUNAS, Cuba. — Trotamundos, con olor a Europa todavía en su equipaje, otra vez, Miguel Díaz-Canel está de viaje. Ahora su periplo es por África y, según medios de prensa internacionales que han calculado el precio de las horas de vuelo en la aeronave en que ha viajado con su comitiva, sólo en gastos de avión el “presidente” de Cuba ha gastado algo así como más de medio millón de dólares en sus dos últimas giras intercontinentales.
Alguien quizás dirá que no son dólares contantes y sonantes, sino que el régimen de La Habana paga las horas-vuelo al régimen de Caracas (en posesión del “avión presidencial”) con horas-siervos de los miles de médicos, enfermeras y técnicos a los que eufemísticamente, para enmascarar su más productiva industria, el régimen castrocomunista llama “colaboradores de las misiones médicas internacionales”. Pero de misiones cuales si fueran dádivas —onerosas tanto para quien las da como para el que la recibe— no vive un país.
Vapuleada, como si por la fuerza arrolladora de un tornado fuera, Cuba sufre una espiral inflacionaria de la que no se avizora el final, con una marcada depreciación de la moneda nacional, reduciendo el valor del peso cubano a cifras ridículas frente al euro y el dólar estadounidense, haciendo dolorosamente cruel, por falta de alimentos, medicinas u otros bienes y servicios, la existencia de personas jubiladas o asalariadas dependientes del Estado, que no reciben de familiares o amigos remesas en monedas extranjeras.
¿En un país con una crisis económica sin precedente como hoy se encuentra Cuba —con millones de cubanos sin esperanza en el futuro de su tierra baldía, vendiendo todo cuanto poseen o empeñando su palabra como talón de pagaré con tal de emigrar—, moralmente, cómo conceptuar los viajes internacionales de Díaz-Canel cuando con sus muchos recorridos nacionales ni él ni su comitiva de ministros y comisarios políticos han conseguido el renacer de ninguna producción?
¿Por qué Díaz-Canel se empeña en costosísimas giras internacionales en lugar de hacerse representar por embajadores o agregados, comerciales o militares, plenipotenciarios? ¿O es que Díaz-Canel, presidente-delegado del general Raúl Castro, no confía la delegación de autoridad por muy expertos que fueren sus diplomáticos?
Cuando en un país los tractores carecen de combustibles o de piezas de repuestos para roturar los campos en que han de cultivarse alimentos para los seres humanos, o para alimentar el ganado que proporciona comestibles a las personas, moralmente, es inaceptable que un jefe de Estado se acomode en la butaca de un avión para ir por los cielos del mundo. Y quien no consiguió producir en su país con tierras fértiles, por falta de liderazgo o de buena fe para aunar las voluntades de sus compatriotas, mal le queda a Díaz-Canel ir por el mundo, pidiendo o negociando lo que pudo hacer o concertar con su pensamiento y sus propias manos en Cuba.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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