CIUDAD JUÁREZ, México.- En su vocabulario hay desde hace once meses nuevas palabras. Ha aprendido lo que es un búnker, un “deportador” y ya sabe pronunciar a la perfección Richwood, una palabra que hubiera preferido desconocer.
Richwood es el centro de detención en el que se encuentra su hijo por haber pedido asilo político en Estados Unidos, en un tiempo que no es el de antes, cuando existía aún la política de “pies secos pies mojados”, que hasta el 12 de enero 2017 permitía a los cubanos el ingreso a Estados Unidos con nada más pisar su territorio.
Ahora Midga ha aprendido, sin salir de Cuba, cómo es la vida en una prisión: en la que está su hijo Michael López, donde conviven unas 1230 personas custodiadas, más sus vigilantes.
Con esta pandemia del nuevo coronavirus ha comprobado que el horror siempre se puede acrecentar. Ahora ya no teme que a su hijo lo deporten si pierde su caso.
Lo que teme es algo peor: su muerte. Como la de los dos guardias del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) del Centro Correccional Richwood, en Monroe, Luisiana, los mismos que custodiaban a su hijo sin mascarillas, y sin guantes.
En esta prisión las normas requeridas para evitar el contagio del mortal virus no existen, justo en uno de los principales focos de riesgo de contagio masivo por el hacinamiento en el que esperan sus procesos de asilo político. Son frecuentes los traslados de los migrantes entre prisiones en plena pandemia, y sin que las autoridades tomen las medidas mínimas de precaución, según varias entrevistas realizadas por este medio independiente a detenidos puestos en libertad, familiares y abogados.
Hasta el momento, en Richwood están 55 de las 490 personas que se han contagiado, una cifra que aumenta cada día. Como la agonía de las mamás que desde Cuba intentan rescatar a sus hijos.
“Me siento muy mal, ayer lloré hasta las 6 de la mañana. Mi hijo es asmático alérgico, tiene una operación en la cápsula salivar”, afirma Midga a CubaNet, en videoconferencia desde Cienfuegos.
“Ese virus es muy fácil de contagiarse, no hay medidas de protección en Richwood. Sólo pido que los dejen en libertad esperando sus casos de asilo con sus familiares en Estados Unidos”, subraya.
La mamá de Michael López no sólo llora. En su lucha por liberar a su hijo “llama” al centro de detención a través de amigos estadounidenses que conoció en Cuba. Ellos llevan su mensaje, además en perfecto inglés. La estrategia es hacerle entender, a quién contesta el teléfono, que deben liberarlos. Hay días en los que ella puede realizar la llamada de auxilio, pero “rapidito, es muy costoso”.
Hasta el momento, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), ha puesto en libertad por la emergencia del nuevo coronavirus a más de 700 detenidos con problemas de salud de los más de 30 000, en un proceso lento donde se analiza caso por caso.
El resto, para Midga, es la cotidianidad de Cuba. De sus retos para sobrevivir en una pandemia que hace visible las vulnerabilidades más ocultas. Pero todo queda atrás cuando se tiene un hijo detenido en Estados Unidos, sin poder hacer nada para escapar del nuevo coronavirus.
“Yo pido a Dios que ya salga, ya lo entrevistaron del ICE. Mi hijo tiene una bebecita, estoy loca para que la conozca, no hay Internet en Richwood”, dice Migda.
La pequeña tiene 7 meses. Se llama Milis Amalia, porque Milian fue el primer hotel al que su hijo llegó al salir de Cuba camino hacia la llamada “tierra de la libertad”, donde ahora se encuentra atrapado. Sus tres vecinas, que también tienen a sus hijos detenidos en Estados Unidos, ya la conocen.
Los expertos alertan que pudiera haber un contagio masivo en los centros de detención de migrantes. También lo creen algunos jueces. En la noche de este jueves la jueza federal Marcia G. Cooke ordenó a ICE liberar a todos los migrantes que se encuentran detenidos en tres centros de detención del sur de Florida. Hasta el momento no se sabe cómo se pudiera convertir en realidad esta decisión judicial o si ICE encontrará un vacío legal para no implementarla.
Desde Matanzas, la pastora evangélica Georgina Alcalá reza por todos. Y no duerme por su hijo: Oscar Herrera. Su voz firme se va conociendo al otro lado del teléfono del centro de detención Jackson Parish, en Jonesboro (Luisiana), al que ella llama para pedir que liberen a su hijo. Llamar desde Cuba es más que un reto, y más durante la pandemia.
Desde hace un año, el viaje de su hijo hacia Estados Unidos se quedó estacado en el dolor. También, el de ella.
“Jackson Parish es una bomba de tiempo. Los guardias están tocando sus cosas personales sin guantes ni mascarillas. Ellos están con presos, con criminales que han cometido delitos mayores y menores, y siguen llegando”, afirma la mamá de Oscar Herrera.
Desde su realidad cotidiana de Cuba, en la que intenta “resolver” cada día qué comprar, con qué, dónde y cómo protegerse, busca nuevas estrategias para liberar a su hijo. Intercambia experiencias con otras mamás que ha conocido para rescatar a sus hijos antes de que sea demasiado tarde. Llama a congresistas estadounidenses, a organizaciones de ayuda humanitaria y a ICE.
“Sus hijos son mis hijos”, dice Georgina.
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