LA HABANA, Cuba. – Recientemente, en un programa del canal Educativo se mencionó el conocido episodio del estanco del tabaco, decretado por las cortes españolas en 1636, y cómo esa medida de la metrópoli afectó a los tabacaleros cubanos. Se conoce como estanco a la prohibición de la venta libre de determinadas mercancías, así como la determinación de los precios a que se vayan a vender, con el objetivo de monopolizar su comercio y por ende las ganancias que de él se obtengan.
No pude evitar pensar en la década de los noventas del siglo pasado, aquellos años en los que desaparecieron del mercado oficial los cigarros y los tabacos, lo cual provocó que sus precios se dispararan. Así, una cajetilla de cigarros pasó de costar un peso cubano con 20 centavos, a 20 pesos en el mercado negro. Mientras esto ocurría, unos amigos, operarios de una fábrica de cigarros, no se explicaban cómo no había cigarros en los comercios estatales cuando ellos estaban en casa, de vacaciones forzadas, pues la fábrica había parado la producción por tener los almacenes abarrotados. Comenzamos a comprender un poco más tarde, cuando los cigarros reaparecieron en bodegas y cafeterías con el “benevolente” precio de 10 pesos cubanos.
Ahora bien, lo único “estancado” en Cuba durante estas seis décadas no han sido los cigarros. Hace algunas semanas, durante unos días, hubo escasez de harina de trigo. Luego se vendió una con gorgojos, lo cual indica que tuvo que estar almacenada durante cierto tiempo. Después de eso, la harina de trigo ha vuelto a desaparecer, y por consiguiente, escasea el pan tanto en panaderías estatales como privadas. No es la primera vez que esto ocurre. En múltiples ocasiones otros alimentos también se venden con gorgojos incluso luego de haber estado “desaparecidos”: harina de maíz, chícharos, los frijoles de la cuota. Vale decir que aun en esos casos en que no están aptos para el consumo humano, a ninguno de estos productos les rebajan el precio, que va de 3 pesos (los chícharos) a 6,90 (la harina de trigo).
Lo mismo ocurre –y se agrava– en las tiendas en divisas. Detergente, papel higiénico y aceite se venden “a buchitos”, de manera que, como es lógico, nadie compra dos bolsas de detergente ni un rollo de papel si el dinero le alcanza para más, pues saben que luego, durante semanas, no habrá en ninguna parte.
Tampoco hay mejor suerte con otros renglones de mayor envergadura como juegos de baño y puertas plegables, ni en los Mercados Artesanales Industriales (MAI) con los tomacorrientes o los bombillos, el jabón o la pasta de dientes. La perfumería en divisas tampoco se salva del estanco: a determinados colores de tinte, gel de baño o acondicionadores para el cabello casi siempre solo alcanzan quienes casualmente están en la tienda al momento de ponerlos en venta. Para cuando la interesada recibe el aviso y llega al lugar, ya se acabaron.
Al comentar el asunto con varios perjudicados, algunos hasta opinan que el motivo de tan prematuro agotamiento pudiera deberse, en ciertos casos, a la complicidad de algunos dependientes con revendedores del mercado negro, que les pagarían más “por detrás del telón” para garantizarse el suministro. No obstante, todos coinciden en que nada de eso ocurriría si el abastecimiento fuera suficiente y constante. Entretanto, como nuestros compatriotas de antaño, los bucaneros de nuevo tipo le buscan las rendijas al sistema para ir burlando el estanco moderno.