LA HABANA, Cuba. – Algunos de mis vecinos aseguran que el sábado, en los alrededores de la Ciudad Deportiva, un hombre esperaba a que algún aparato con ruedas le ayudara a vencer la distancia que lo separaba de su casa. Dicen en mi barrio que el hombre esperaba “embarcarse” con su hijo, al que sujetaba de la mano, en una guagua, en cualquier cosa que lo ayudara a vencer más rápido el camino y alejar al muchacho de la furia de un sol bien encendido. Aseguran que esperó resignado, que trató de consolar al hijo haciendo los más delirantes arrumacos.
Cuentan, quienes lo vieron, que el padre hizo de todo por calmar la impaciencia en su muchacho: dicen que se le quebró la voz, dicen que también lloró, que la “impotencia” le hizo “perder la cabeza”. El hombre no consiguió hacer otra cosa que gritar, y entonces chilló. El padre se decidió por eso que “algunos” tildaron de improperios y que fue solo una prueba de su desesperación. Dicen que fueron tantos los gritos, tantas las “injurias”, que “de repente” apareció la policía.
El padre llenó de injurias a la “Revolución, como hace un padre desesperado, y fue metido a la fuerza, al menos eso aseguran en mi barrio, en un “carro patrullero” con su hijo. Ambos terminaron en una estación de policías. Nadie refiere el desenlace. Ninguno de los vecinos que relatara el atropello sabe cómo terminó la mañana de ese hombre, pero todos coinciden en que fue una injusticia.
Ese hombre que esperaba por un ómnibus, por cualquier “artefacto” que lo alejara de todo cuanto tienen hoy de salvaje las calles habaneras, terminó en una Estación de policía. Nadie puede relatar el desenlace aunque muchos lo supongan. Si todo sucedió como cuentan, los gritos y las amenazas debieron crecer en el espacio cerrado de la estación de policía, y también los gritos del muchacho, las desesperadas quejas del padre, quien quizá hasta tuvo que soportar algunos golpes. Quizá ahora el padre esté acusado por “escándalo público”, esperando por un juicio, y quién duda que hasta pudiera ir a la cárcel.
Nadie sabe qué hacían en la calle a esa hora en la que el sol es tan caliente que devasta, pero de seguro escenas como esa se harán común en lo adelante, aunque las “autoridades” aseguren que la desgracia será breve, aunque la televisión anuncie que un barco cargado de petróleo hizo el viaje desde Venezuela hasta Cienfuegos. Y sería bueno no prestar atención a lo que dicen en la “Mesa Redonda” y en “Palacio”, porque esto que llegó no es circunstancial y se quedará mucho más tiempo del que asegura el poder en Cuba.
Esto no es un periodo “especial”, es un mal perverso y permanente. Esto es una enfermedad crónica y necrótica, plena en células muertas. Sería irresponsable suponer que todo cuanto nos asiste no es más que un breve catarro que será contenido con “abundante líquido”, podría leerse petróleo, y algunos “analgésicos” llegados de otros lares. La verdad es que no somos nosotros los enfermos. Los infectados son otros, es el poder, ese caudillaje, esa “potencia” malvada que ya estaba enferma cuando los cubanos éramos un tanto menos insalubres.
El gobierno enfermó el camino, hizo que “avanzáramos” sin reconocer el final. Fue el gobierno quien nos obligó a desandar senderos empedrados. Ahora tendremos que decidirnos por los atajos, por esas sendas perdidas que son tan comunes en el bosque. Y sería bueno estar atentos, porque en el bosque intrincado se hacen muy comunes esas rutas de “buenas apariencias” que no son lo que parecen.
Muchas sendas podrían ser falsas, casi perversas. En una Cuba desesperada algunos caminos pueden mostrarse; incluso podría suceder que el auto de Díaz-Canel, moderno y climatizado, abra sus puertas una mañana para que usted se suba y llegue pronto a su destino, pero será bueno explorar el camino en sus esencias, porque hay trillos que lo son solo apariencias, que se esfuman luego y desaparecen para siempre.
Hay caminos que no llegan al final, que se bifurcan una y no permiten culminar el viaje. Hay caminos que son solo apariencias. Y es un derecho escoger el camino a transitar, y es un horror que se veten ciertos “trillos”, algunos viajes, como les sucedió a ese padre y a su hijo. Ese hombre terminó haciendo el camino que menos esperaba. Es indigente el país que no permite concretar el viaje, que no es capaz de propiciarlo. El camino y el viaje son esenciales, y como decía el poeta: “se hace camino al andar”.
En estos días no hay petróleo, aunque dicen que ya llegó a Cienfuegos un barco repletico. No hay petróleo y sin embargo la Mesa Redonda se movió hasta eso que algunos llaman “Palacio de la Revolución”, cuando lo más justo habría sido que los de Palacio se movieran a la televisión. Puedo imaginar el ajetreo de los adláteres de la “Mesa…”, el gasto de combustible para llevar hasta la plaza las cámaras, la técnica todita y a los técnicos, a Randy.
Lo mejor era hacer el camino contrario; que el presidente completara el trayecto desde la “Plaza”, que fuera caminando, que sudara como aquel que no soportó la espera, la imposibilidad de moverse con su hijo. Randy Alonso viajó a Palacio porque era importante que el poder se mostrara en su espacio, con vitrales al fondo, con toda su autoridad, para que se entienda que esto no es un juego, que hay que “respetar”.
El movimiento es esencial, es signo de evolución, el hombre precisa el movimiento, de un itinerario. El hombre necesita vencer el camino cada día, aunque para nosotros se convierte en duda, en miedo, en desesperación. El viaje sosegado y sin grandes sobresaltos puede sanar al espíritu más enfermo, lo que me hace suponer que en los adelante se colmaran las salas de psiquiatría.
“Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”, decía Antonio Machado, y es posible que algo similar pensara el Andarín Carvajal, aquel que escogió vencer caminando muchísimos trayectos, pero no tengo la certeza que de ese andarín se sintiera cómodo cuando se hace obligatorio recorrer “a pie” todas las distancias. Quizá en la nueva convocatoria del Marabana no sepamos detectar quien recorre, voluntariamente y por placer, las larguísimas distancias y quien lo hace porque no le queda otro remedio.
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