VILLA CLARA, Cuba. – Por más de tres horas, Julia Medina estuvo esperando el ómnibus de la ruta 3 que se dirige hasta el Reparto Universitario. Son las cinco y media de la tarde y su propósito era visitar a su hijo albergado en la Escuela Vocacional Ernesto Guevara, llevarle la comida, los suministros para que resista la semana en la beca. Julia salió del trabajo a las 2:00 p.m., llevó consigo unos frijoles cocinados que pudo sacar del almuerzo de su empresa y un pomo de refresco gaseado. A las seis de la tarde, el único carro que parecía recorrer dicho periplo no se detuvo en la parada de la carretera a Camajuaní, donde ya se había acumulado un grupo numeroso de personas.
“A la guagua no le cabía un alma más”, describió. “Había gente pegada a las ventanillas, a las puertas. Me habían dicho que la cosa estaba mala, pero no imaginé que llegara a tanto”, dijo. A las siete de la noche, Julia tuvo que pagar quince pesos para llegar al preuniversitario en motoneta, antes de que concluyera la visita de su hijo, que recibió unos frijoles fríos y el refresco caliente.
A finales del pasado mes de abril, los medios oficiales de Villa Clara se hicieron eco de la explicación ofrecida por las autoridades acerca de la crisis repentina con el transporte en la provincia. De los 76 equipos con los que contaba el parque de la empresa de ómnibus urbanos, solo quedarían disponibles 21 de ellos, “a causa de la compleja situación del combustible a nivel de país”, según reseñó el periódico Vanguardia. Mientras, en las calles, los trabajadores y los estudiantes empezaron a agonizar en su trayecto diario hacia sus escuelas y centros laborales.
“Nosotros, los que vivimos lejos, somos los que más sentimos”, apunta Madelaine Jiménez, aproximadamente el número veinte en una fila formada frente al parque Vidal, por donde transitan la mayoría de las rutas que van al Reparto José Martí, situado a seis kilómetros del centro. “Mis hijos y mis sobrinos estudian aquí. Hace meses que se tienen que levantar más temprano. Una motoneta te cobra cinco pesos por la mañana, pero, si te coge la noche y no te has podido ir, todo se pone más difícil. Además, están los inspectores parando a todo el que no tenga la licencia actualizada y cazando a los cuentapropistas para ver de dónde sacan el petróleo”.
Los vecinos del reparto José Martí en Santa Clara tienen actualmente dos opciones: esperar por el único ómnibus correspondiente a las rutas que llegan hasta allá, pagar todos los días de ida y regreso a una motoneta particular la suma de diez pesos en moneda nacional, o tomar un carretón tirado por caballos hasta la terminal interprovincial y, desde este punto, seguir caminando hasta la zona donde habitan.
El reajuste drástico del transporte urbano en Santa Clara y la escasez de combustible ha traído consigo que los propietarios por cuenta propia suban la tarifa de precios. Al costado de la Iglesia Buen Viaje de la ciudad, profesores y estudiantes universitarios esperan a diario por las motonetas particulares.
“No hay salario que aguante, al menos no el de mis padres”, protesta una muchacha que ha optado por la cola de los apurados, la más rápida, si pagas un poco más. “Todo esto, para llegar a tiempo a las clases”, dice. Hacia la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas solo transita la ruta 3, una de las más concurridas y solicitadas en Santa Clara porque debe transportar a gran parte de la matrícula de docentes y profesores de dicha institución educacional y otras ubicadas en la carretera a Camajuaní, al norte de la provincia. Durante el Período Especial se puso en circulación el tren universitario que solo presenta tres salidas diarias y, ante la precariedad extrema en el transporte, se le otorgaron bicicletas, en aquel entonces, a gran parte del estudiantado.
“Ahora, los que tienen más dinero o familiares en el extranjero se compran motos eléctricas”, opina Jesús Daniel Olivera, un joven que espera también la salida de las motonetas. “A la hora del regreso, por el mediodía y por la tarde, hay que ponerse en guardia, como los inmaculados de Juego de Tronos para poder entrar a la única guagua”.
Por su parte, varios choferes de ómnibus también protestan ante la medida: “Esto nos resolvía, uno siempre resuelve. Ahora nos tenemos que rotar entre todos. Tratamos de montar a todo el que pueda, aunque estén más apretados que sardinas en latas. Si no les gusta, que vayan como la guagüita de San Fernando: un ratico a pie y el otro caminando”, manifiesta uno de ellos. A la sazón, la crisis ha afectado igualmente a los artistas que trabajan en la cayería norte de la provincia y muchos de ellos han tenido que viajar de pie o sentados en los pasillos de los ómnibus Yutong que los trasladan hasta los hoteles de la zona.
Los llamados “boteros” también se han quejado porque deben mostrar constantemente el vale que justifica la compra del combustible en la cadena Cupet. A pesar de la insalubridad que existe actualmente en la ciudad, los carretoneros parecen ser la única alternativa viable para trasladarse de forma más económica y segura.
A consecuencia de la crisis con el combustible, también se han visto afectadas varias instituciones estatales, entre ellas varias bodegas y carnicerías que “se pasaron del consumo mensual” y sus trabajadores deben atender a los clientes prácticamente en penumbras cuando cae la tarde.