LA HABANA, Cuba. — En días pasados, el diario castrista Granma, bajo el título El mar no perdona, publicó en dos partes un trabajo periodístico sobre una salida ilegal del país realizada en una lancha rápida desde la Playa Nazabal, al norte de la provincia de Villa Clara. Como lo sugiere el título, la intentona terminó en un naufragio en el que murieron 12 de los 24 viajeros.
La narración de la tragedia vivida por los expedicionarios (entre los que había hasta niños pequeños), provoca que nos identifiquemos con sus terribles vivencias. Esto incluye la rotura de un motor de la embarcación y el posterior naufragio de esta, la virtual inexistencia de salvavidas, los esfuerzos por no hundirse aprovechando cualquier objeto flotante. Pero el extenso trabajo de Aymelis Alfaro Camacho y Milagros Pichardo ofrece interés por otras razones diversas.
Lo primero que llama la atención es la falta de una mención a “la Ley Asesina de Ajuste Cubano”. Me estoy refiriendo a la conocida norma federal estadounidense que viabiliza la concesión de residencia legal en el gran país a los ciudadanos de la Isla que lleguen allá.
Algún tiempo atrás, esa alusión habría sido inevitable. Era rara la semana en que un reportaje del Granma o el encendido comentario de alguno de los cotorrones del Noticiero Nacional de Televisión no mencionara (y en los más duros términos) la dichosa “Ley Asesina”.
La propaganda castrista estaba empeñada en convencer a sus consumidores de una cosa: si muchos cubanos se mostraban dispuestos a arrostrar los peligros de una peligrosa travesía por el Estrecho de la Florida era sólo por la existencia de la bendita disposición. Hacían caso omiso —pues— de la irrebatible lógica del comentario de un compatriota exiliado: “Si yo me lanzo al vacío desde la azotea de un edificio de diez pisos, no es por la confianza que yo tenga en la calidad de la red que tienden los bomberos ni por mi fe en la pericia de estos. Es porque el edificio está en llamas”.
En este asunto de los balseros, el problema radica en que, desde hace unos años, las autoridades norteamericanas, en base a un acuerdo suscrito con las autoridades cubanas, deportan hacia la Isla a la generalidad de los balseros que logran detectar. Pese a ello, Camacho y Pichardo, aunque no mencionan el santo, sí lo hacen con el milagro, al escribir: “Si lograban llegar con éxito a suelo estadounidense, podrían permanecer en el territorio y, transcurrido un año, recibir la condición de Residente Permanente”, afirman.
No obstante, conviene aclarar que en otros medios del castrismo (como en EcuRed) se mantiene la denominación peyorativa de “Ley Asesina” como si nada hubiese cambiado, y no falta algún despistado que, de vez en cuando (sobre todo desde el extranjero), arremeta contra la referida disposición usando esos términos obsoletos, como si todo siguiese igual que años atrás.
Otra faceta de la exposición oficialista que merece ser destacada es la naturalidad con la que sus portavoces se refieren a las ansias migratorias de sus compatriotas. Recuerdo los años de esplendor del castrismo: la época en que todo el que pretendía “desertar del luminoso proyecto” trazado por el fundador de la dinastía era tildado de “apátrida” y “traidor”.
Esos tiempos, felizmente, han quedado bien atrás. Pasma la naturalidad con la que castristas furibundos (como las autoras de El mar no perdona, quienes, si no lo fueran, no podrían escribir en el órgano oficial) se refieren a la disposición a largarse de este “paraíso tropical” a como dé lugar que tiene cualquier simple cubano de a pie.
“Se me apareció la oportunidad y la agarré”, dice con absoluto desparpajo la participante convertida en fuente principal de las periodistas. Esa entrevistada, como justificación de su disposición a largarse, alega que “andaba loca con la situación económica”.
De un “pescador de la zona” se dice que vio el “reguero de gente metiéndose en el agua y haciendo bulla”. Y aclara ese humilde cubanito: “Me mandé a correr para buscar a mi hermano y mi primo”. Ya juntos los tres, pidieron ser aceptados a bordo por los lancheros, quienes accedieron a la petición.
Nada, que si el fundador de la dinastía resucitara, es probable que quedase traumatizado con la fruición con la que muchos de sus compatriotas se muestran dispuestos a dejar atrás este país “de los humildes, por los humildes y para los humildes” para probar suerte en “el Norte revuelto y brutal que nos desprecia” (la frase es de Martí, pero los castristas se la han apropiado con el uso y el abuso que han hecho de ella).
En definitiva, es lamentable tener que enterarnos de tragedias como la que narran Alfaro y Pichardo. Pero debemos tener muy presente lo que ellas callan: que el caldo de cultivo para esas desventuras es el sistema de carestía, represión y falta de perspectivas entronizado en Cuba por los castristas y su partido único.
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