LA HABANA, Cuba. – Cuando se pensaba que el régimen no podía llegar más alto en su escalada de ridiculeces y represión abierta o velada, ha lanzado un repentino ataque contra los humoristas cubanos, quienes, según artículo publicado en el diario oficialista Granma, han escogido a los funcionarios del gobierno y agentes del orden como personajes predilectos para convertirlos en objeto de burlas. Este denominado “mal hábito” supuestamente genera rechazo por parte de la población hacia tales individuos, socavando además la confianza en el poder que representan, entiéndase el Estado.
Lo que deliberadamente omitió el autor del texto es que por lo general sucede al revés, y es el humor el que se encarga de interpretar el pulso ciudadano, las problemáticas más urgentes y el choteo criollo para elaborar acertadas críticas que llegan al público a través de episodios hilarantes. La carga fue contra todos los humoristas que hacen su agosto chacoteando a los burócratas; pero una vez más parecen ser Pánfilo y demás protagonistas de la serie “Vivir del Cuento” los demonizados por mantener una vital conexión con la cotidianidad nacional y rescatar una comedia de tipos y costumbres preferida por todos los cubanos a excepción, obviamente, de los politiqueros.
Los humoristas no necesitan ridiculizar a quienes se bastan por sí solos para hacerlo, incluso mejor que cualquier sátira o parodia. El tipo de comedia situacional que propone “Vivir del Cuento”, cuyo principal mérito es la caracterización de los personajes, emerge de los escenarios absurdos y grotescos sujetos que se han multiplicado en una Cuba muchas veces definida como “surrealista”.
No serían imprescindibles los agudos guiones de Jaime Fort, la pintoresca tracatanería de Facundo ni las osadas denuncias de Pánfilo para revelarle al pueblo lo que éste sabe de sobra: que la mayoría de nuestros funcionarios son ineficientes y corruptos; que la política se ha convertido en oficio de pusilánimes; que detrás del aparente estoicismo comunista se esconde un oportunismo ilimitado; que la retórica cansona del gobierno es abono para el sarcasmo; que la situación material que atraviesan los cubanos empeora a un ritmo desconcertante, y la perplejidad es un estado permanente para quienes no escuchan más que arengas triunfalistas mientras sobreviven a duras penas en eso que llaman “la luchita”.
Día tras día se toman decisiones ridículas que tienen al país como Ruperto, dando un paso hacia adelante y dos hacia atrás. No hay un solo funcionario en los muchos ministerios de Cuba que pueda hablar con transparencia. Todos son condenadamente tediosos, enrevesados y delirantes para que los cubanos, como Pánfilo y compañía, continúen sin entender nada, esperando lo mejor sin mucha convicción y lidiando con lo peor. Es una suerte que tan deprimente realidad pueda ser confrontada a carcajadas, aunque solo sea por un rato, cada noche de lunes.
El Granma, en su conato de censura plañidera, sugiere incluso que se critique a los macetas, vagos, cuentapropistas, contrarrevolucionarios, pseudointelectuales… una lista digna del Quinquenio Gris. Pero el pueblo sabe muy bien de dónde bajan las directrices que hoy conducen a Cuba al despeñadero definitivo. Conoce a los culpables y aunque no pueda revocar su autoridad, nada le impide disfrutar de un bocado humorístico que critique su pésima gestión.
Este nuevo intento de control sobre la libre expresión de los ciudadanos no es un hecho aislado en medio de la ola represiva que el régimen mantiene contra los periodistas independientes. La crítica es en estos momentos un arma peligrosa que huele a insurgencia; el gobierno se siente cada día más acorralado y su propia situación desesperada lo obliga a apretar la mordaza hasta en aquellos espacios que parecía tolerar. Los avisos están por todas partes y este artículo del Granma, específicamente, advierte que en cualquier momento la noche del lunes puede volverse, en materia televisiva, tan aburrida como el resto de la semana.
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