MIAMI, Estados Unidos. – Entre las numerosas fotos que The New York Times publica diariamente sobre la vida cotidiana en Ucrania, donde el ataque ruso hace estragos francamente infernales, llaman la atención aquellas que ilustran los mercados, con viandas, frutas y otros productos de consumo a la orilla de aceras y esquinas de ciudades que desafían la conflagración.
En una de las mencionadas imágenes, de invernal grisura, sobresale el amarillo fulgurante de los bananos que debieron ser traídos de geografías distantes y suelen ser alimentos disputados en otros sitios de Europa.
Antes de ser ferozmente agredida, Ucrania era un país que intentaba abrirse paso en las complejidades y virtudes de la democracia. El país conoce de guerras reales y de una dictadura comunista longeva que lo sometió a insondables hambrunas, a pesar de ser uno de los llamados graneros del mundo.
Con raras excepciones, entre las que figura el régimen cubano, incapaz de poner sobre la mesa ni un frugal y autóctono banano, las naciones del mundo claman por el cese de la guerra.
La conexión con el otrora “imperio del mal” sigue vigente. El castrismo anda siempre en busca de un “patrocinador” y servirle a Putin de vocero le dispensa parte de esos beneficios que requiere con urgencia.
Cómo un país devastado por la agresión ha continuado vendiendo alimentos en mercados públicos seguirá siendo un enigma entre los incapaces responsables de la inoperancia oficial cubana, a los que les sobra el tiempo, sin embargo, para detener y amenazar, con condenas espurias, a un prestigioso artista y escritor como Jorge Fernández Era, recordado por su magistral interpretación del cubano común, tratando de sobrevivir con su sueldo, en el falso documental de Ricardo Figueredo La singular historia de Juan Sin Nada.
Fernández Era perteneció al grupo humorístico Nos y Otros al cual se debe parte del guion de la desafiante película Alicia en el pueblo de Maravillas (1991) y hasta fungió como subdirector de la Editorial José Martí, entre otras labores similares, pero, desde que comenzó a incursionar en medios periodísticos alternativos digitales como El Toque y La Joven Cuba para expresar sus opiniones sobre la verdad de la debacle nacional, cayó en desgracia.
Afortunadamente, una parte numerosa del diverso espectro ideológico cubano en los medios sociales abogó por su liberación inmediata y ahora el intelectual debe lidiar con la vida mediatizada que le aguarda en su propio país o tomar el camino del exilio cuando le sea levantada la condena de no poder abandonarlo.
La dictadura sigue dedicando recursos ingentes a la llamada “batalla de ideas”.
El reconocido cineasta, dramaturgo y escritor Juan Carlos Cremata, quien sí fue finalmente empujado fuera de la Isla por la intolerancia ante su obra, hizo catarsis en un segmento sobre cine y cultura que conduzco cada semana en el programa de televisión A Fondo, de Juan Manuel Cao, en América TeVé.
Pautado para hablar sobre libros recién publicados que contienen sus ingeniosos memes anticastristas e iconoclastas aparecidos en los medios sociales, el artista prefirió ventilar la frustración que siente por la muerte repentina de su hija Yésica, de 19 años, sin ningún padecimiento conocido, y el silencio de las autoridades médicas para revelar las causas de tal infortunio.
Cremata se refirió a la constante manipulación y mentira consustancial al totalitarismo y puso en duda hasta la versión oficial de la muerte de su padre ocurrida en el avión de Barbados de 1976, a quien calificó de mártir pero nunca de héroe, porque era una persona simple que desempeñaba su profesión en tan lamentable circunstancia.
Cuando el segmento fue subido a los medios sociales, el ataque de las llamadas ciberclarias castristas a Cremata no se hizo esperar.
En las antípodas, sin embargo, se encuentran las 100.000 visitas en el sitio del canal y las más de 500 opiniones de solidaridad con el desasosiego de un creador que ha honrado consistentemente la cultura cubana con su obra.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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