LA HABANA, Cuba.- No sé si fueron los deseos de que ocurra un milagro, pero los rumores de que el expresidente norteamericano Barack Obama visitaría Cuba se hicieron bien fuertes hace unos días, la víspera de la inauguración del hotel Paseo del Prado.
Están quienes aseguran que había sido invitado a la ceremonia y hasta quienes dicen haberlo visto, a él o a miembros de su familia, pero lo cierto es que no pasó nada y todo quedó en cometarios fugaces. Todos sin confirmar.
Pero algo debió haber pasado para que se desatara tal “chisme”, incluso para que algunos trabajadores de la instalación y de los comercios cercanos pensaran que ese fin de semana, en que se brindó con champán en los salones de la nueva instalación de lujo, volvería a reeditarse aquel frenesí “yanqui” que hizo a muchos pensar que de verdad vendría un cambio para Cuba.
Ya no sería ese “tipo duro”, cabeza del país más importante entre el concierto de naciones, pero al menos su “reaparición” hubiera tenido cierto golpe efectista en medio de una crisis que nadie avizora cuál será su final.
Hubiera sido ese contrapeso que necesita el gobierno cubano para intentar equilibrar un poco la balanza que Donald Trump ha inclinado a su favor con su nueva política hacia Cuba, el espaldarazo ya no tan enérgico como hubiera sido en su momento, pero al menos un soplo mucho más interesante noticiosamente que la insulsa e interesada visita de unos reyes que apenas son piezas decorativas de un viejo tablero político.
Lo cierto es que, quizás sin fundamento alguno, muchos esperaron que de aquellos Mercedes Benz que recorrieron el malecón en dirección al Paseo del Prado la noche de la ceremonia descendiera aquel hombre, que al menos logró desvelar los verdaderos sentimientos de los cubanos hacia los Estados Unidos y que dejó bien en claro que ese “odio” por nuestros vecinos es solo una invención del aparato ideológico del régimen.
La gente ondeó y portó en sus cuerpos con simpatía espontánea la bandera norteamericana. La gente salió a las calles a gritar vivas y a intentar dar la mano a aquel señor en quien depositaban las esperanzas de un giro total a una situación estancada por más de medio siglo. En apenas un par de días se derribaron muchos mitos y los comunistas sintieron mucho miedo.
Por vez primera un visitante extranjero robaba protagonismo a los dirigentes cubanos, cuyos autos pasaban entre la multitud sin provocar comentarios ni vítores, con lo cual sufrieron el ridículo al descubrirse insignificantes frente a ese “enemigo” al que todos querían abrazar.
Cualquiera que hayan sido el propósito y resultado de aquel gesto político de Barack Obama, haya sido acertada o no su política hacia Cuba, lo cierto es que sirvió al menos para echar abajo toneladas de miedo y sembrar esperanzas de cambio, incluso más allá del pueblo, nunca antes sentidas de manera tan fuerte.
Hoy, hay que reconocerlo, la incertidumbre nos rodea a todos. Nadie puede arriesgar una certeza ni sobre lo que logrará Trump con su política ni lo que saldrá del enquistamiento del Partido Comunista en el poder. La situación es tensa y el gobierno cubano echará mano a cualquier cosa que huela a moneda de cambio.
Quizás por eso algunos esperaron por que el rumor de que el ex presidente norteamericano estaba en Cuba fuera cierto, aunque supieran que ya sin el bastón de mando su presencia no significaría absolutamente nada. Incluso hubiera decepcionado a quienes confiaron en que solo buscaba empoderar al cubano de a pie. Pero el ser humano es, ante todo, un sujeto de esperanza y fe, aun cuando se resista a ellas, y a veces la mente (y hasta el oído) le juegan una mala pasada.
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