LAS TUNAS, Cuba. — El periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), en un editorial titulado La guardia revolucionaria no se descuidará jamás, publicado el pasado miércoles, cita al primer secretario del PCC Miguel Díaz-Canel Bermúdez cuando, refiriéndose a Estados Unidos, a la oposición y a la prensa independiente, dijo: “el poderoso vecino sigue siendo generoso con los ´prestados´ para destruir la revolución, y cada año destina decenas de millones de dólares a quienes se ofrecen a subvertir el orden interno de Cuba, ya sea de modo personal o vía internet”.
Contestando a Díaz-Canel habría que decir que los “prestados” para destruir lo que él llama “Revolución” no son lo que han mantenido el poder en Cuba por más de 64 años, destruyendo el sueño de justicia social por el que los cubanos todos, no sólo los castristas, lucharon y dieron la vida, y que se transformó rápidamente, mediante lavado de cerebros, la manipulación de las multitudes y las ambiciones personales, en la “dictadura del proletariado”, que no es sino una prosaica dictadura de élite.
La guerra civil contra la dictadura de Batista, como las guerras contra el colonialismo español, la emprendieron cubanos ricos y pobres, profesionales y proletarios, y todos por igual, hambreados la pasaron, durmieron en el suelo y no pocas veces curaron sus heridas y enfermedades con yerbas del monte. Pero lograda la victoria unos pocos se convirtieron en jerarquías políticas y militares, dueños de vida y haciendas, supuestamente, por mandato del “pueblo”.
Y puesto que de criminalidad vamos a hablar, desmintiendo a Granma… ¡Vaya usted a las cárceles, señor Díaz-Canel, y compruebe por sí mismo el origen de la población penal cubana…! ¡No! No son como los presos de Batista y los presos políticos de Fidel Castro en los primeros años de la “Revolución”, que eran empresarios o hijos de empresarios, médicos, abogados, ingenieros, obreros, campesinos.
¡No, señor Díaz-Canel! Los presos de su gobierno, comunes y políticos, los del 11J, los ladrones, los cuatreros, no son hijos de jefes del PCC ni de la administración central del Estado, y, muy pocos de ellos, fueron a las universidades, y muchos de ellos son negros, y muchísimos son residentes de barrios insalubres. ¿No se han preguntado usted, los magistrados del Tribunal Supremo, la Fiscalía General de la República, el Ministerio del Interior, o los juristas dedicados a las Ciencias Penales, qué debe hacer el Estado basado en el origen del delito y de la población penal para, de forma estratégica, en lugar de hacer profilaxis de probables delincuentes sanear la sociedad toda? Pues debía hacerlo.
Señor Díaz-Canel, los “prestados”, los que mayor daño han hecho a Cuba y a los cubanos, no han sido pagados con dólares de Estados Unidos, sino con dineros y prebendas del Estado cubano dirigido por el PCC, por Fidel Castro, por Raúl Castro, por usted mismo. Los “prestados” son los aventadores de discursos, los que malversan, los que hacen de los bienes de la nación su capital privado. Y no lo digo yo, lo dijo el propio Fidel Castro: “Esta revolución puede destruirse. Nosotros, sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”. Quienes pueden destruir lo que usted llama “Revolución” son ustedes mismos. No culpe a Estados Unidos ni a quienes nos oponemos al comunismo como partido único, dictatorial.
Según afirma Granma, se dicen “decenas de mentiras diarias o magnificación de hechos delictivos envueltos en grotesca crónica roja para ofrecer al mundo y a los millones de usuarios de las redes una imagen destructora de nuestra sociedad”. Afirma el periódico del PCC que “las calumnias y el intento de sembrar la desconfianza en las fuerzas del orden” se estrellan a cada minuto con cada acción protagonizada por los “miembros de la Policía Nacional Revolucionaria”. Por si fuera poco, con triunfalismo negligente, luego criminal, su editorial afirma: “La guardia revolucionaria no se descuidará jamás”.
Desmintiendo a Granma, bien se sabe que ni en los campos ni en las ciudades de Cuba existe tal “guardia revolucionaria”. Tal guardia es pura mentira. Si existiera seguridad ciudadana en Cuba, las viviendas de las personas no estuvieran enrejadas cuales celdas y los corrales de las vacas, bueyes, caballos y ganado en general, no estuvieran fortificados con cientos de toneladas de acero en todo el país, cuales obras ingenieras de ejércitos, y no lo digo yo, está a la vista.
Y no tratamos de calumniar, difamar ni restar confianza en las fuerzas del orden, sino de ser objetivos procurando el bien público. Y venga Granma a Puerto Padre y compruebe estos hechos: en el artículo Policías y ladrones: el doctor Roger, un hombre con suerte dijimos que “la impunidad está haciendo saltar el delito a cotas tragicómicas”, y poníamos el ejemplo del robo de un caballo en la corraleta en una cooperativa cañera, y cómo, para sustraer el animal, los “ladrones maniataron y derribaron el caballo, haciéndolo pasar acostado por entre las bardas del corral. Tal pareciera como si mientras la competitividad policiaca desciende, el talento delincuencial aumenta”. Pues bien, haciendo ir a pie a pastores y a supervisores de campos, con ese mismo modus operandi, poco después, los ladrones robaron en esa misma cooperativa cinco caballos más que, hasta esta semana, no han aparecidos ni vivos ni muertos.
Quien denigra a la policía es el propio gobierno negándole los medios para hacer su trabajo. Si las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y de Seguridad del Estado poseen equipamiento suficiente para mantener en el poder al régimen, para cuidar de la seguridad pública, la policía cubana carece no sólo de los imprescindibles medios aéreos, navales, de montaña, sino hasta de motocicletas, jeeps o caballos para que los jefes de sectores y los oficiales operativos realicen su trabajo. Si las autoridades no realizan un estudio de situación operativa objetivo, si quienes lo realicen cuidan sus cargos y no la tranquilidad ciudadana, con triunfalismos como los expresados en su editorial por el periódico del PCC, el delito puede alcanzar cifras alarmantes en Cuba. Evitémoslo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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