LA HABANA, Cuba.- Desde 1978, la disminución del reemplazo poblacional actúa como una constante en los factores sociodemográficos de Cuba. El fenómeno ha ganado mayor visibilidad en las actuales circunstancias, con cerca de dos millones de cubanos que superan los sesenta años de edad y la tendencia, por parte de las parejas, de aplazar la llegada de los hijos hasta tanto no aseguren mejores condiciones de vida, o alcancen un nivel técnico-profesional que les permita mayor remuneración e independencia, en el caso de la mujer.
Son bien conocidos los problemas de la vivienda, así como el encarecimiento de coches, cunas, canastilla y alimentación destinada a los bebés; un conjunto de bienes cuyos precios, sumados, exceden con creces el salario promedio de los cubanos (25 USD).
La falta de alivios económicos y materiales provocan que mujeres profesionalmente competentes y en plenitud de facultades reproductivas posterguen la maternidad; situación que contrasta con el aumento de embarazos en adolescentes y jóvenes de entre 20 y 24 años, según datos registrados por el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana.
Aunque dicha tendencia es predominante en las provincias orientales, también en la capital ha crecido el número de jovencitas sin vocación por el estudio o el trabajo, que quedan embarazadas y se ven en la obligación de asumir responsabilidades que no desean, para las cuales no están preparadas.
En ciertos casos que podrían catalogarse como afortunados, la familia asume la crianza de los niños. Pero otras adolescentes provienen de ambientes marginales, son portadoras de un bajísimo nivel educacional y solo pueden ofrecer a sus hijos el esquema de malvivir que conocen, signado por la hostilidad, el hacinamiento, la mal nutrición y la insalubridad.
Muchachas como la que aparece en la foto —madre de dos hijos pequeños— viven en una pobreza alarmante; no cuentan con la preparación ni los recursos para educar a sus hijos, e integrarlos a la sociedad con probabilidades de convertirse en hombres y mujeres de provecho. Para ellas, los precios de las tiendas son inalcanzables.
El coche más corriente no cuesta menos de 30 CUC (28 USD) en la red minorista del Estado, donde también son comercializados otros artículos para bebé que en Cuba no se fabrican. El precio de los andadores, sillas higiénicas, corrales, cunas, pañales desechables, ropas y calzado es exorbitante, y según cambia la alimentación de los niños, más se eleva el gasto. Desde las viandas hasta la batidora para hacer fórmula basal, la maternidad es una inversión que ninguna cubana se puede permitir con su salario.
Las opciones que ofrece el Estado son limitadas y de una calidad cuestionable. El Grupo Empresarial de la Industria Ligera provee cada año un promedio de 140 mil módulos de canastilla para todo el país. Cada paquete, con un valor de 152 pesos (6 USD), incluye prendas textiles —2 toallas, diez culeros, una sábana, 3 fundas, 10 metros de tela antiséptica— necesarias para el recién nacido. Pero cuando el niño comienza a crecer, en materia de ropa hay dos alternativas: importada y cara; o la producción nacional industrial, abundante en confecciones de poliéster, un tejido inapropiado para las altas temperaturas de la Isla.
Las cunas que se fabrican en el sector estatal son de tan mala calidad que, una vez compradas, hay que remendarlas. El precio oscila entre 200 y 500 pesos (8-20 USD); mientras que en el sector privado pueden costar hasta tres mil pesos (120 USD), siendo más seguras, duraderas y mejor elaboradas desde el punto de vista estético.
Estos precios no representan la mitad del gasto que genera un hijo durante sus primeros años de vida. Cuando la lactancia termina, la inversión aumenta con los precios de la malanga, las compotas, el yogurt, la proteína, los vegetales y tantas cosas que los pequeños necesitan. Incluso comprando lo más barato, el monto rebasa ampliamente el salario regular mensual; de modo que la natalidad en la Isla depende, en gran medida, de las remesas y/o los ingresos de una gestión privada exitosa.
Pero si la situación es difícil para una mujer instruida y competente, cuán terrible será para jovencitas que, por falta de educación, información o apoyo, deben enfrentar un embarazo sin madurez psicológica ni respaldo económico. Es un panorama complejo el de Cuba porque no se limita solo al hecho de que las mujeres paren menos.
Las féminas capaces de planificar su familia, prefieren tener un solo hijo y pasados los treinta años. En cambio, muchachas casi ignorantes —a veces con discapacidad mental—, de bajos recursos, que viven en condiciones precarias y sin la mínima consciencia de lo que significa ser madre, paren más de lo que la prudencia aconseja.
Tener un solo hijo puede no ser lo ideal; pero más importante aún es asegurar que, en el futuro, ese individuo contribuya al mejoramiento y desarrollo de la sociedad, con miras a garantizar un reemplazo poblacional de calidad.
No puede afirmarse todavía que el embarazo en la adolescencia esté en un punto de alerta roja; pero en hospitales y hogares maternos cada vez es más común el rostro de la inocencia interrumpida que se acaricia el vientre voluminoso con aire distraído, o amamanta a un bebé mientras se chupa el dedo.