LA HABANA, Cuba.- Es un reconocimiento muy merecido a la música cubana que la UNESCO haya incluido a la rumba en la lista de Patrimonios Inmateriales de la Humanidad. Lo que resultó un despropósito es que la delegación del gobierno cubano que asistió a la reunión de la organización internacional en Adís Abeba, Etiopía, donde se hizo el anuncio, haya dedicado tal reconocimiento a Fidel Castro.
El recientemente fallecido líder de la revolución cubana no se caracterizaba precisamente por su musicalidad. Varias veces declaró que no sabía bailar y que su música preferida eran los himnos y las marchas militares, las rancheras mexicanas y un par de canciones épicas de Sara González. La rumba, con su jolgorio y su gozadera, siempre al borde de lo que la Cuba oficial denomina “marginalidad” e “indisciplina social”, carecía de la solemnidad que requería la epopeya del Máximo Líder.
En vez de ceder ante el culto a la personalidad, que ha alcanzado niveles norcoreanos en estos días, hubiese sido más apropiado que dedicaran el reconocimiento a los grandes de la rumba: Celeste Mendoza, Chano Pozo, Tata Güines, Los Papines, Carlos Embale. Y particularmente a Celia Cruz, la reina de la música cubana, la rumbera más internacional que haya existido.
Pero es pedir demasiado exigirles sensatez y objetividad a los comisarios anticulturales. Y menos en el caso de Celia Cruz, a quien no perdonan que haya muerto siendo acérrimamente anticastrista.
Y tenía la Reina todos los motivos para ello. El régimen prohibió su música y nunca le permitió volver a su tierra, ni siquiera para asistir al entierro de su madre.
La Reina nunca pudo volver, pero le pidió con fervor a Ochún que no nos quedáramos sin son, por mucho que le quisieran cambiar el nombre, y menos aún sin rumba. Sabía que nos ayudaría a capear los malos tiempos. A ritmo de guaguancó. Lo mismo en los solares que en las cárceles. Y sin llorar, que la vida es un carnaval…
Su ruego fue complacido. La rumba es un árbol de tronco duro, a prueba de calamidades. Está abonado con la tierra con poderes de África y regado con un cocimiento hecho con todas las yerbas y palos del monte. Crece arrollador, aún sin libertad, para aliviarnos de penas y maleficios.
Me comentaba un amigo que el alma de Celia Cruz ha recibido dos grandes regalos: la muerte de Fidel Castro, a quien juró enemistad eterna, y que la rumba, que ella encarnó como nadie y paseó por todo el mundo, haya sido declarada Patrimonio de la Humanidad.
Puedo imaginar a la Reina en el cielo, risueña, con su vestido rojo y sus zapatos de tacón, guiando el rumbón.
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