Un carácter llamado Regla Torres

Segura para el punto a la ofensiva, la central ganó todo, incluido un lugar invariable en el lente de las cámaras
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LA HABANA, CUBA.- Regla Torres saltaba con su gracia morena de casi dos metros, golpeaba la pelota en los celajes y descendía con todos los flashes sobre ella. Entonces, si era un partido fácil regalaba la sonrisa más linda del deporte. Pero si el rancho estaba en llamas, Regla dejaba libre su otro yo, la fiera.

Porque el carácter siempre fue de la mano de la escuadra cubana de voli femenino, y ella era de aquellas que no se detenía a preguntar qué había que hacer. ¿Remontarles a las guapas a las rusas? Allá iba. ¿Armar el cuadrilátero contra las brasileñas? Pues ya está.

Como Magalys Carvajal, como Mireya Luis, como prácticamente todas las muchachas que conducía Eugenio George, la habanera era todo corazón. Juntas, las cubanas hicieron del voleibol un deporte colectivo con visos de disciplina de combate, y por ese camino el coraje relució frecuentemente por encima de sus virtudes técnicas.

Así, el equipo entraba en juego con arrestos de caballería mambisa. Cada acción se entendía como un toque a degüello, y cuando se trataba de cortar cabezas, lista, aparecía Regla. Que era el centro de todas las miradas por esbelta, expresiva y talentosa.

No hace falta memoria de elefante para resucitar la acción final de Sydney, esa que le dio el tricampeonato olímpico a la mejor escuadra de la historia de este juego. El bloqueo aguantó el ataque ruso, Marlenys se la pasó a Taimaris y Taimaris sirvió un pase perfecto para la corrida de la número ‘10’. O sea, Regla, que remachó el balón y desató un festejo manicómico.

Efectiva donde las hubo en el bloqueo, segura para el punto a la ofensiva, la central ganó todo, incluido un lugar invariable en el lente de las cámaras. Le propusieron modelar, la entrevistaron mil y una veces. Sin embargo, el humo de la fama jamás logró llegarle a la cabeza.

En vez de eso, en lugar de envanecerse, Regla Torres optó por seguir laborando (bala aquí, tiro allá, cañonazo acullá), y al final la eligieron como mejor voleibolista del siglo precedente. Hubo quien discrepó, pero nadie se atrevió a pellizcarle una migaja de grandeza.

Un día, en 2003, le dijo adiós al voli. Solo tenía 28 abriles, pero ya la rodilla no ayudaba. Entonces se vistió de entrenadora, y en el nuevo ropaje siguió siendo la muchacha que sabe liberar la fiera, su otro yo.

Porque a una leona no se le puede ningunear. “Me tienen cabrona hace rato”, escribió hace poco en Facebook, irritada por todo lo que ha ido matando lentamente al voleibol doméstico. Es decir, “equivocaciones, capricho, orgullo, mediocridades, incapacidad, falta de compromiso y disciplina, infladera, mentiras, especialistas que llegaron a acabar con la escuela nacional, estudiosos, tira piedras”…

En fin, pitó alto y pitó claro, tanto como cuando jugaba y se le veía gritar esa palabra inevitable para todo cubano natural. Dijo que “con el alma rota” veía “correr a cántaros la mierda”, y proclamó a los cuatro vientos que andaba “con el hacha en la mano”. Todo eso, claro está, levantó ronchas.

Pero he aquí que ningún funcionario tuvo descaro suficiente para salirle al paso. La gente leyó a Regla y la aplaudió (como en los viejos tiempos, la aplaudió), y ella se fue otra vez a Rusia a trabajar como asistente del mismo entrenador al que le denegó la gloria olímpica en Australia, el gruñón Nicolai Karpol.

Un tipo que quizás no la perdona, pero seguramente la respeta.

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