MIAMI, Estados Unidos. – Fina García Marruz realzó la lírica cubana en todo su esplendor, no solo en su faceta poética, sino también en su trabajo ensayístico, crítico e investigativo. Con una carrera que abarcó décadas, la escritora llegó a convertirse en un referente en el ámbito literario latinoamericano.
García Marruz publicó su primer libro de poemas a principios de los años 40 y formó parte, junto a su esposo Cintio Vitier, del grupo de la revista Orígenes (1944-1956), fundada por José Lezama Lima. Su vínculo con la literatura se extendió a través de lazos familiares, ya que su cuñado, el poeta Eliseo Diego, fue considerado por Gabriel García Márquez como “uno de los más grandes dentro de la lengua castellana”.
Además, en su faceta de ensayista, Fina colaboró estrechamente con su esposo, publicando juntos volúmenes fundamentales para el estudio de las letras hispanoamericanas.
Nacida en La Habana, desde temprana edad sintió una inclinación por el universo martiano, lo que la llevó a dedicarse al estudio de José Martí. A lo largo de su vida, García Marruz fue galardonada con prestigiosos premios, como el Nacional de Literatura en 1990, el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2007 y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2011.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas y forma parte de numerosas antologías, lo que la consolidó como una de las figuras más destacadas en la poesía latinoamericana.
Aquí te compartimos tres de sus poemas:
Una dulce nevada está cayendo
Una dulce nevada está cayendo
detrás de cada cosa, cada amante,
una dulce nevada comprendiendo
lo que la vida tiene de distante.
Un monólogo lento de diamante
calla detrás de lo que voy diciendo,
un actor su papel mal repitiendo
sin fin, en soledad gesticulante.
***
De qué silencio eres tú silencio
¿De qué silencio eres tú silencio?
¿De qué voz, qué clamor, qué quién responde?
Abismo del azul, ¿qué hacemos en tu seno,
hijos de la palabra como somos?
¿Qué tienes tú que ver, di, con nosotros?
¿Cómo si eres ajeno, así nos tientas?
¿Habría sed de no haber agua cierta?
¿O quién vistióme de piedad los ojos?
¿Puedo poseer, pequeña, don inmenso
que faltase a los cielos y a las aguas?
Y él ¿podría morir, sobreviviendo
menor que él, todo el fulgor del cielo,
al fuego que, irradiando, ha la tierna luz indiferente?
***
Y sin embargo sé que son tinieblas
las luces del hogar a que me aferro,
me agarro a una mampara, a un hondo hierro
y sin embargo sé que son tinieblas.
Porque he visto una playa que no olvido,
la mano de mi madre, el interior de un coche,
comprendo los sentidos de la noche,
porque he visto una playa que no olvido.
Cuando de pronto el mundo da ese acento distinto,
cobra una intimidad exterior que sorprendo,
se oculta sin callar, sin hablar se revela,
comprendo que es el corazón extinto
de esos días manchados de temblor venidero
la razón de mi paso por la tierra.