LA HABANA, Cuba.- Mientras los espacios y programas artísticos cubanos se llenan de un arte farandulero light lucido entre improvisadas pasarelas militantes y un glamour chulesco de arrabal, que sirven tanto de tribuna para adoctrinar, como de mercado para vender, los diseñadores del voluble look revolucionario fingen afanarse en estimular un nuevo pensamiento descolonizador.
El rasguño en la piedra, concurso periodístico convocado para “contrarrestar” los procesos e impactos de la globalización cultural en Cuba, fue premiado en la Feria del libro de La Habana por sus patrocinadores de la asociación Hermanos Saiz, el programa televisivo La pupila asombrada, el periódico Juventud Rebelde y la organización alemana Cuba Sí.
No obstante a la alharaca promocional y al supuesto interés por controlar los efectos y alcances subliminales de la globalización cultural, los promotores de estos y otros eventos cubanos con similar intención, sucumben ante la fuerza mediática y la calidad de muchos productos extranjeros considerados banales por los pudibundos guardianes de la identidad nacional, y sobre todo, por la imposibilidad de hacer creíble u original lo que se hace aquí.
De ahí que toda esta parafernalia que trata de frenar los diversos modos de asumir o disfrutar la cultura artística cubana con estilos foráneos, se vea desbordada en su intención de contener un fenómeno que no deja resquicios de la creación autóctona nacional sin contaminar, a causa del interés de la población, la mayor posibilidad de acceder a la información internacional, y a los limitados recursos financieros y técnicos del país.
Paradójicamente, ninguno de los premiados por este rasguño en defensa de la identidad cubana, escribió una línea sobre el glamuroso y exclusivo desfile de Chanel en el Prado habanero, logró acallar con sordinas revolucionarias el estruendo “globalizador” de los Rolling Stones en Cuba, cubrió con un manto fidelista las aclamadas curvas y contoneos de Beyoncé, Paris Hilton o Rihanna en las calles de la capital, o logró ralentizar con el poder de la palabra cubanía el despliegue de Rápido y Furioso entre las ruinas del cine nacional.
Además, ¿de qué pensamiento descolonizador pueden hablar quienes para mantener el control ideológico sobre la sociedad, prohíben filmes, censuran obras teatrales y literarias cubanas de interés para la población, y aplauden ridículos remedos de programas extranjerizantes como La Voz y Fama, según el despliegue escenográfico y musical mostrado por faranduleros y famoseos de moda, en la nueva onda del espectáculo en Cuba?
Sonando en Cuba
Sonando en Cuba, el programa televisivo que durante varios domingos atrajo a la teleaudiencia nacional, a pesar del sabor de la buena música cubana y la calidad vocal e interpretativa de figuras desconocidas que aportarían a la cancionista del país, dejó la imagen de un pastiche donde convergen elementos del colonizado y del colonizador.
Sus realizadores, a contrapelo de quienes lucran o alcanzan espacios de poder por mostrarse defensores a ultranza de un arte orgánico y apto para contrarrestar con ideas y formas todo lo que se aparte de un espectáculo patriótico enmarcado en la apología del proyecto social cubano, se adentran sin miramientos en una espectacularidad cercana a lo peor de un reality show, por la mezcla de cursilería y realidad obtusa que muestran al espectador.
Concursantes sacados de un solar en La Habana o Bejucal, o traídos desde los más recónditos lugares del país; compiten por la posibilidad de ganar y producir un disco, integrar una orquesta nacional o volver al terruño con el oropel de una puesta en escena que si bien copió en parte el despliegue de lentejuelas y artilugios afines a la banalización cultural, mostró un rostro diferente a lo que se realiza en Cuba de forma habitual.
Con una escenografía funcional pese al falso glamour, un guion cargado de insulsez conceptual, una presentacion que no pudo estar peor, y unos mentores y jurados que como Paulo FG, Mayito y Haila Mompié insistieron tanto en dar una imagen de humildad que desbordaron de autosuficiencia el plató; Sonando en Cuba, aún con su frivolidad, marcó distancia del espectáculo de campaña diseñado por los guardianes de la revolución.
Lo bueno del programa es que se puede hacer mejor, con mayor autenticidad, sin huir de lo útil que nos puede aportar la globalización cultural, ese monstruo presente en cada mente informada y en todos los espacio del país, más allá de los gritos, consignas y banderolas nacionalistas lanzados y esgrimidas por quienes sudan divisas y nos racionalizan y politizan la recreación.
Soñar en Cuba no cuesta nada, pero materializar los sueños es difícil por el férreo control político, las babosadas ideológicas, y el desmesurado afán de imponer una cultura de masas anodina y servil, muy lejos de lo soñado por los creadores, e indeseable para una población necesitada de un cambio urgente de imagen y contenido en la concepción artística nacional.
Al parecer, contrarrestar con parecidas armas de fastuosidad banal la colonización estética que se quiere imponer, es lo único a mano y la fórmula ideada para maquillar una impronta cultural desbordada de gris a causa de la censura, el intrusismo, la falta recursos y de imaginación, de un arte obligado a estar sometido a la política cultural de la revolución.