LA HABANA, Cuba.- Este 8 de junio se cumplen 25 años de la muerte en 1993, en París, a causa del SIDA, del escritor cubano Severo Sarduy.
Sarduy es casi desconocido en Cuba, a pesar de ser uno de los más importantes escritores cubanos del siglo XX (lo han comparado con José Lezama Lima). Ninguno de sus libros ha sido publicado en la Isla. Ha sido relegado por los decisores de la cultura oficial. Les resulta un autor incómodo: homosexual, irreverente, burlón, desarrolló toda su obra, ferozmente experimental y transgresora, exiliado en Francia.
Nacido en Camagüey en 1937, colaboraba en Lunes de Revolución cuando en 1960 se fue a Francia a estudiar Historia del Arte. Decidió radicarse definitivamente allí, ante el rumbo comunista que tomaba el régimen de Fidel Castro. De no haberlo hecho, seguramente habría sido marginado por su orientación sexual y condenado al ostracismo durante el Decenio Gris.
Novelista, poeta, ensayista, periodista y crítico de arte, estuvo vinculado a la influyente revista francesa Tel Quel, dedicada a la teoría y la crítica literaria, donde se relacionó con varios de los más importantes intelectuales europeos de la segunda mitad del siglo XX.
Es autor de las novelas Gestos, De dónde son los cantantes, Cobra, Maitreya, Colibrí, Cocuyo y Pájaros de la playa (que fue publicada póstumamente, varias semanas después de su muerte), de los poemarios Flamenco, Mood indigo, Big Bang, Daiquirí, y de los ensayos Escrito sobre un cuerpo, Barroco, La simulación, El Cristo de la Rue Jacob, Nueva inestabilidad y Ensayo general sobre el barroco.
Fue en sus ensayos sobre el barroco, al referirse a la obra de Lezama Lima, que Severo Sarduy definió el neo-barroco literario. Sarduy, con su narrativa recargada, exuberante, con su uso y abuso de la experimentación metaficcional, la intertextualidad y la desestructuración, fue también neo-barroco.
Sarduy, que se autodefinía como “un marginal de cuello y corbata”, para su escritura, echaba mano lo mismo de refranes, slogans comerciales y estribillos de canciones que de la filosofía, la Teoría del Big Bang, las artes plásticas, las religiones orientales o las citas lezamianas, pero sobre todo, del imaginario gay, al punto que muchos llegaron a considerar que agredía al lector heterosexual.
Lo anterior se puede apreciar en este fragmento de la novela Colibrí, de 1984: “…Aquel cubil, que visto ayer y de frente, era un enérgico potrero de macharranes peleones, una verdadera cuadra de sementales en celo, visto hoy y de lado, no es más que un boudoir manigüero de locas anémicas, una parodia pintarrajeada del varonil emporio de ayer. ¡Qué decadencia, mi amiga! ¡Qué cansancio clásico! Aquel templo de camioneros, que perfumaba el tufo de las tuercas engrasadas, las mandarrias mohosas, el teipe y el macadán, donde las manos manchadas de nicotina y de nafta daban piñazos emberrenchinados contra los mostradores y no se bebía una sola cerveza que no se destapara con los dientes, aquel recio androceo donde florecían eufónicas blasfemias, bravuconerías, jactancias y palabrotas pesadas, se había convertido, believe it or not, en un inofensivo falansterio, o si se prefiere, en un sofisticado salón de té”.
Aunque no explícitamente politizada como la de Reinaldo Arenas, la escritura de Severo Sarduy es también una muestra de la resistencia homosexual al castrismo.
En ese sentido, se destaca la novela De dónde son los cantantes, publicada en 1967, donde Sarduy reta y se burla de las concepciones establecidas sobre “la identidad nacional”, y duda acerca de su perdurabilidad, al menos del modo en que está oficialmente planteada.
La tercera parte de la novela es una paródica alusión al recorrido triunfal de la llamada “caravana de la victoria” que luego del derrocamiento del régimen de Batista, condujo a Fidel Castro de Santiago de Cuba a La Habana durante los primeros ocho días de enero de 1959. Trata sobre un Cristo de madera que es llevado en una multitudinaria procesión de oriente a occidente y se va desintegrando a medida que se acerca a La Habana, a la vez que toda Cuba se va convirtiendo en un país donde nieva, americanizado, consumista, con enormes tiendas y rascacielos.
El poeta y crítico exiliado Emilio Bejel en “Cuerpos peligrosos en una nación de héroes” (revista Encuentro de la Cultura Cubana, no. 41-42, 2006) quiso ver eso como la desintegración de la nacionalidad cubana, “una especie de preámbulo de la llamada cultura global posmoderna”.
Según Bejel: “…Se trata de una parodia no solo de la mitología nacional que propone que la cubanía es más genuina en la parte oriental de la isla que en La Habana, sino también de cualquier noción que implique que la cubanía está en algún lugar privilegiado como una esencia inmutable…Sarduy se refiere, al menos en una de sus posibles lecturas, a que el cuerpo de Fidel llega destrozado a la capital precisamente por haber entrado en el espacio urbano, ya que la ciudad se ha convertido en el espacio de la posmodernidad extranjerizante por excelencia, el espacio antiheroico que deconstruye el metarrelato moderno de la mitología nacional”.
Se me antoja pensar que en De dónde son los cantantes, Severo Sarduy se anticipó en décadas al prever que Fidel Castro, a pesar de su muy prolongado régimen que nadie pudo derrocar, fracasaría patéticamente en su enfrentamiento a las leyes de la historia y de la naturaleza humana. De haber vivido para verlo, imagino la alegoría que le pudo haber inspirado a Sarduy el recorrido del cortejo fúnebre de Fidel, en sentido contrario al de la caravana triunfal de enero de 1959, de occidente a oriente, hasta un peñasco del Cementerio Santa Ifigenia.