LA HABANA, Cuba.- Las últimas palabras del escritor, poeta y dramaturgo cubano Reinaldo Arenas llegan, junto al recuerdo de su muerte, del calvario que fue su vida a manos del régimen castrista, de su sufrimiento particular en el exilio y la inmensidad de su obra, en un momento en que Cuba se escurre por una escotilla alternativa hacia esa libertad añorada.
Han pasado treinta y dos años desde que el hijo de Aguas Claras se suicidara en su apartamento de Nueva York, y la más implacable censura pesa aún sobre su producción literaria. Algunas cosas han cambiado, siempre para beneficio del poder que ayer estigmatizó, juzgó, encarceló y expulsó; pero hoy traza una agenda política sobre las aspiraciones de una comunidad que históricamente ha encontrado repulsiva y contrahecha.
¿Qué diría hoy Reinaldo Arenas del CENESEX, el Código de las Familias o la guerrilla LGBTI que hace activismo en favor de su verdugo? ¿A qué distancia vería la libertad que deseó para la tierra amada que lo vio nacer?
El autor de Celestino antes del alba, única obra suya publicada en la Isla, fue uno de los opositores más verticales a la dictadura de Fidel Castro y al predominio del dogma sobre el arte. Padeció, a veces por azar, otras por elección, los comienzos del experimento socialista. Sufrió incomprensiones, discriminación y cárcel. Fue acusado sin pruebas de haber cometido delitos y torturado psicológicamente a causa de su orientación sexual.
Perseguido, marginado, incapaz de crear dentro del rígido marco impuesto por la parametración ideológica, y finalmente privado por la dictadura del derecho a desarrollar una carrera literaria en la Isla, decidió emigrar durante el éxodo del Mariel.
Diez años en tierra de libertad le valieron por la vida apenas vivida en el barracón antillano. Los Estados Unidos vieron florecer al novelista, al poeta y al dramaturgo en su espléndida madurez.
La creatividad de Reinaldo Arenas fue arrolladora. Escribió al menos veinte obras entre novelas, teatro y poesía. Impartió clases y conferencias en las más prestigiosas universidades del país norteño, fundó revistas, colaboró con importantes medios literarios, protagonizó filmes, ganó becas y premios, viajó por el mundo, vivió a plenitud.
Solo un sueño no pudo realizar: volver a su país. Como a Celia Cruz, ese anhelo le fue negado por la crueldad y el despotismo de un régimen que continúa oprimiendo al pueblo cubano, arrogándose el derecho de decidir quién entra o sale de la Isla-cárcel.
Diagnosticado con SIDA en 1987, Reinaldo Arenas sufrió un rápido debilitamiento que lo condujo al suicidio un día como hoy, de 1990. Tres décadas más tarde, una parte de Cuba lo recuerda mientras toda Cuba espera, con paciencia bíblica, la hora de la libertad.
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