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Comienzo y final de una hermosa velada

Pablo Milanés

LA HABANA, Cuba.- Alrededor de las 6:00 p.m. de la tarde de ayer, un hilo de personas comenzó a acceder al Coliseo de la Ciudad Deportiva, custodiado por abundante Seguridad del Estado y policías de ambos sexos que cacheaban a los asistentes y revisaban sus bolsos según iban entrando. A pesar de la mala vibra con que la policía política contamina lo poco que hace feliz a los cubanos; a pesar del incidente con los tickets en el Teatro Nacional; a pesar del transporte, el calor y la incomodidad del espacio elegido para subsanar -de mala gana- el error cometido por los de siempre, la gente acudió con la esperanza de que la presentación de Pablo Milanés devolvería a su público, con creces, la altas cuotas de amor y tenacidad que hicieron posible el concierto.

Una vez dentro del Coliseo, la gente se apiñó como pudo en la media luna que quedaba de frente al escenario, para no perderse nada. A medida que se acercaban las 8:30 iban entrando más personas y aumentaban las expectativas. Pablo salió al escenario media hora después, en medio de una ovación enorme, acompañado por el pianista Miguel Núñez y la violonchelista Cari Varona.

Cuando su hermosísima voz resonó bajo la cúpula del Cerro, entonando “Marginal”, los presentes comenzaron a cantar y aplaudir en un frenesí que se prolongaría hasta el final de la velada. Pablo, que conoce bien al público de casa, su preferido, escogió el repertorio adecuado para ayudarnos a recuperar los retazos de esperanza y humanidad que hemos ido dejando por el camino en estos últimos años.

Muchos esperaban que ocurriera algo similar a lo acontecido durante la presentación del cantautor Carlos Varela en el cierre del festival Havana World Music. No faltaron, en los días previos al espectáculo, reclamos extemporáneos a Pablo, instándolo a reafirmar una postura política que ya todos conocemos.

Nadie gritó “Libertad” en el concierto; pero hubo algo igual de bueno o mejor, porque desde su obra Pablo abrazó la causa que hoy mueve a todos los cubanos de bien. Entre sus antológicas e insuperables canciones de amor, se colaron “Éxodo”, “Días de Gloria”, “Los males del silencio”, “Pecado original”, temas que identifican los más profundos traumas de la nación y sus desafíos en el presente.

No hubo gritos de libertad ni revuelta popular porque nadie fue allí para eso, mal que pese a algunos. Los cubanos fueron al concierto en busca de felicidad, para poner una pausa a la tensión y el malestar cotidianos, para dar rienda suelta a sentimientos muy personales. Hubo gente que rompió a llorar desde los primeros compases de “Marginal”, y siguió llorando mientras cantaban “Años”, “No ha sido fácil”, “Nostalgia”, “Ya se va aquella edad” y “Yolanda”, que llegó casi al cierre en una apoteosis total, implicando a todos los presentes; incluso a quienes tuvieron que esperar por esa canción específica para poder aportar al concierto algo más que paranoia, vigilancia y mala cara.

Fue una cita inolvidable con lo justo. Voz, piano, chelo y un mar de luces desde las gradas. Por los óculos del domo salió a la noche el canto de un pueblo e inundó la Vía Blanca, Boyeros y hasta el hospital Clínico-Quirúrgico, adonde llegaron voces coreando “De que callada manera” y “El breve espacio en que no estás”.

No hay razón para asegurar que este fue el último concierto de Pablo Milanés en Cuba; pero bien puede que sí. Su voz sigue igual de joven, vigorosa y radiante; pero sus huesos cargan casi ochenta años y su espíritu dolores inimaginables, algunos recientes. Aun así, vino a cantar para el pueblo que más lo necesita. Ese “pueblo que espera silencioso” para solazarse en la complicidad del verso. Precisamente por eso los cubanos aman y reverencian a Pablo. Su generosidad, su calidez, el modo en que permite que el público haga suya sus canciones, no ha tenido igual en la historia de la música cubana. Ningún cantautor de la Isla emana tanta grandeza y a la vez tanta humildad.

No hay distancia entre el poeta y sus fieles; tanto es así que aunque Pablo no cantó ninguna de sus canciones revolucionarias, de haberlo hecho el público le hubiera acompañado sin reservas. Y no solo aquellos que, medio en broma, medio en serio, le pidieron a gritos que interpretara “Sábado corto”. Ese tema, o cualquier otro de los años de la fe ciega en la utopía, habrían hallado eco en los presentes, porque forman parte ineludible de la historia de la nación y de su acervo musical, porque son canciones bellamente escritas para un público lo suficientemente sabio como para separar lo poético del zarzal ideológico.

No obstante, no hubo “Sábado corto” ni “Cuando te encontré”. Hubo lo necesario y la gente fue feliz. Pablo dio al público cuanto había que darle, y tomó cuanto había que tomarle en una simbiosis perfecta de la cual salimos todos -al menos los normales- muchos más sanos y profundamente agradecidos.

Bajo el timbre de su voz maravillosa desaparecieron las tribulaciones previas al concierto, la presencia de gente abominable en el domo de la Ciudad Deportiva, el absurdo post del Ministerio de Cultura que habló de “explosivos”, porque los delincuentes creen que todos son de su misma condición, y el peso de la realidad que nos aguardaba afuera, implacable.

Nadie sabe cuándo volveremos a vernos, ni qué Cuba será la que entonces lo reciba. Pero desde ya ansiamos el reencuentro para gritarle a voz en cuello, como lo hicimos anoche: “Te amo, Pablo”.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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