LA HABANA.- En celebración por sus dos años de fundada, la compañía Acosta Danza recién presentó en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” su temporada Encuentros, con un programa compuesto por sendos estrenos de dos grandes maestros de la danza contemporánea: el japonés Saburo Teshigawara y el sueco Pontus Lindberg.
Como parte de las actividades culturales organizadas para celebrar el aniversario 120 de la Migración Japonesa a Cuba, el coreógrafo nipón creó dos piezas especialmente para la nómina dirigida por el distinguido bailarín Carlos Acosta: Lost in Dance y Mil Años Después. Otro tanto hizo Pintus Lindberg con Paysage, soudain, la nuit, inspirada en la partitura titulada Paisaje Cubano con rumba, del músico y director de orquesta Leo Brouwer.
Fue una noche memorable, sobre todo, por la variedad de estilos que confluyeron en escena, la singular excelencia del arte danzario japonés y el contrapunteo entre la danza y las artes visuales. Mucho tuvo que ver en ello la formación de los coreógrafos invitados, que han dedicado buena parte de sus carreras a incorporar el cine, el videoarte, el performance, la poesía, el teatro y las artes plásticas al universo de los bailarines, con el propósito de crear en el escenario un nuevo “arte total”.
Para el público cubano fue una noche de revelación, pues por primera vez pudo apreciar el estilo y concepto de una danza fuera de los patrones de Occidente. Japón constituye un enigma para los cubanos que durante años lo han asociado, casi exclusivamente, a las artes marciales y el Manga. De modo que cuando el maestro Saburo Teshigawara y la excelsa bailarina Rihoko Sato interpretaron Lost in Dance, desde el primer movimiento se hizo evidente que aquello no era solo una coreografía, sino un fragmento bellísimo de una de las culturas más celosamente guardadas en la historia de la humanidad.
Fue una pieza larga, pero perfecta; concebida para provocar recuerdos y sensaciones duraderos. La técnica de Rihoko Sato, una de las figuras más prominentes del lenguaje contemporáneo, es prácticamente un manifiesto del arte de Teshigawara, que parte del reconocimiento del propio cuerpo y el espacio en que se encuentra.
Lost in Dance es acerca de la entrega, un prodigio de ritmo y sincronización que intenta mostrar una nueva forma de belleza integrando la música de Franz Schubert y una iluminación que mantiene a los danzantes sumidos en un claroscuro lleno de lirismo.
Más cercana a la sensibilidad cubana, la coreografía Paysage, soudain, la nuit, fue la más gustada del programa. Igualmente cuidadoso en cuanto a los elementos escénicos para dar vida a un cuadro bucólico muy sensual, Pontus Lindberg contó con la colaboración de la artista visual Elizabet Cerviño.
Sobre la partitura de Leo Brouwer, el músico sueco Stefan Levin incorporó ritmos electrónicos para dotar a la pieza de la extensión que necesitaba Lindberg. Fue el inicio de un intercambio constante entre el coreógrafo y los bailarines de Acosta Danza para construir un paisaje rural evocador, cómplice de todos los amores.
Paysage, soudain, la nuit es el fruto de un acercamiento más reposado a Cuba, y a una compañía joven que se abre a todas las variantes de la danza actual. Visualmente atractiva, espiritosa y defendida por bailarines de altísima calidad, de seguro regresará en futuras presentaciones de la compañía.
El programa terminó con Mil años después, inspirada en filosóficas elucubraciones sobre qué tipo de vida habitaría la Tierra en ese futuro ultralejano. En términos generales fue una pieza interesante y los bailarines dieron, como siempre, lo mejor de sí; especialmente Jayron Pérez. Pero resultó demasiado extensa y los espectadores menos pacientes abandonaron sus lunetas.
El método de Teshigawara, ejecutado por Acosta Danza, no despertó en el público la misma reacción que Lost in Dance. Fue una apuesta arriesgada cerrar con la obra más densa de la noche; pero de otra forma el auditorio no habría esperado hasta la coreografía de Pontus Lindberg, que hubiera sellado la velada con broche de oro.
Para algunos esta ha sido la temporada menos feliz de Acosta Danza. Juicios estéticos aparte, lo cierto es que ver bailar a Rihoko Sato y Saburo Teshigawara, fue un lujo extraordinario. Todo es parte de la experimentación, de fortalecer la danza contemporánea cubana con corrientes novedosas, de pulsar las fibras de la sensibilidad y enseñar a apreciar otros modos de hacer, lejanos a nuestro contexto.
A dos años de su debut escénico en este mismo teatro, Acosta Danza ha cumplido su propósito fundacional. No solo ha invitado a coreógrafos de diversa formación, portadores de estilos muy variados; también ha convertido la sala García Lorca en plaza de estrenos mundiales. La temporada Encuentros ha sido una muestra más de ese privilegio invaluable.