LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – “Era el año l965. Comenzaron los ataques y represalias contra los homosexuales y se crearon las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), supuestamente centros de rehabilitación. Se justificaba su creación siguiendo ideologías ya antiguas, pero creyendo tontamente en el hombre nuevo. Esto fue anterior al Congreso de Cultura en 1971 que ratificó la política oficial ante el hecho de la existencia de homosexuales en el país”.
El texto fue extraído del libro autobiográfico del pintor Raúl Martínez (1927-1995), Yo Publio, Confesiones de Raúl Martínez, Letras Cubanas, edición póstuma, 2007.
La obra tiene cierto paralelismo con Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas. Demuestran por separado que ambos artistas, uno del pincel, el otro de las letras, a pesar de la diferencia de edad y circunstancias, vivieron tensiones, marginación y acoso parecidos.
“Yo creía ingenuamente que este nuevo campo de rehabilitación no me afectaría, por mis características personales y los valores que tenía como pintor y como profesor de la Escuela Nacional de Arte (ENA), y de la facultad de Arquitectura de la Universidad de La Habana. Pronto descubrí que los métodos para reclutar candidatos y llevarlos a Camagüey, donde se hallaban los campamentos, eran totalmente criticables, abuso de poder en que cayeron los Comités de Defensa de la Revolución, encargados de suministrar nombres y señalar a todos aquellos que consideraban tenían –a su manera- una conducta sexual impropia, o que simplemente llevaran una vida separada del resto de los vecinos de la cuadra. Muchos deben haber cooperado por creer que la Revolución actuaba con buenas intenciones. Otros, mal intencionados, aprovecharon para ‘echar pa’lante’ a todos los que les molestaban y les causaban problemas”.
El dramaturgo Antón Arrufat, amigo de Martínez, se refiere en su nota editorial, a “la vindicación, áspero aprendizaje y una aventura del pintor reconocido internacionalmente, expulsado del profesorado de dos escuelas, una de ellas la Universidad, por su orientación sexual. Apartado de la enseñanza, Martínez entra en una nueva etapa de su vida”.
La denuncia a la represión contra los homosexuales continúa: “Así fue que muchos amigos míos –homosexuales o no- fueron enviados a los campamentos. También figuras conocida de la Nueva Trova, escritores en ciernes y teatristas. Entre nosotros se desató una ola de miedo al saber que también la Policía –especialmente en la heladería Coppelia- hacía redadas o se llevaba preso a cualquiera que se destacara por su vestimenta o gestos. Yo tenía miedo a ser confundido. Recuerdo con qué temor tomaba café en la parada de la guagua mirando a un lado y otro para huir si algo pasaba. Cuando me veía obligado a pararme allí, al salir de Radiocentro o del hotel Habana Libre, rezaba porque llegara la guagua lo más rápido posible. Pensé ingenuamente que ninguna de estas medidas afectarían mi labor profesional al considerarse mis méritos ya probados y reconocidos por otros. Tampoco llevaba, en lo personal, características externas, ni una vida desordenada”.
Más adelante dice que “ya se hablaba de medidas de depuración en la enseñanza para educar a las nuevas generaciones puras y sanas. No me lo creía. Sin embargo, sucedió como decían. La ENA me entregó una carta en la que anunciaba que no podía renovar mi contrato. En la Universidad eran ya cuatro años dedicados a los alumnos del primer año de Diseño Básico. Tenía que renunciar inmediatamente. Si no lo hacía los jóvenes comunistas en una asamblea general a la que debía asistir me acusarían de homosexual. Me asusté. Tomé la planilla y firmé. ¡Al carajo la Universidad! ¡Al carajo los jóvenes comunistas y quienes los instigaron! Y al carajo me marché. No sabía lo que me esperaba ni las repercusiones que esto me traería”.