LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Alfredito Rodríguez, cuyas canciones romanticonas y pegajosas gustaban tanto a los pioneros por el socialismo, a sus abuelitas jubiladas, las amas de casa deprimidas y las cederistas extenuadas por la construcción del socialismo, siempre me recordó más a Karel Gott que a Julio Iglesias, por mucho que el cubano se pusiera la mano en la barriga para cantar.
Aunque fue José Valladares quien se adjudicó con tremenda cara dura la autoría de aquello de “yo quiero tener un millón de amigos”, acabo de asustarme ante la posibilidad de que Alfredito Rodríguez, a fuerza de tantos premios Girasol, se creyera el equivalente cubano de Roberto Carlos. ¡Vamos, que no hay que exagerar! ¿Se imaginan ustedes si me diera por creerme que escribo como Tom Wolfe?
No es un problema de presunción. Lo que quiso decir Alfredito cuando lo entrevistaron en Miami es que para ser cubano no necesita cantar congas ni vestir de guarachero, como mismo Roberto Carlos no precisa cantar sambas para demostrar que es brasileño.
Entonces, podemos respirar aliviados y desearle mucha buena suerte ahora que es libre de cantar fáciles canciones de amor y hablar y vestirse como le dé la gana. Porque Alfredito Rodríguez hace casi dos años que está “quedadito” en México. Y por eso ya puede quejarse de cuando le censuraban canciones en la radio, le impedían dejarse el pelo largo y usar sacos cruzados (para ahorrar tela), y encima de todo eso, lo acusaban en la prensa oficial de deformarle el gusto al público.
Allá los que pensamos que las sociedades totalitarias permitían y necesitaban los estrellatos racionados, mansos e inocuos, para adormecer a las masas. Ni eso. No todas las estrellas pop del socialismo real tuvieron la suerte de que los mimaran como a Karel Gott. Que les cuente Alfredito Rodríguez cómo tratan los mandamases a los que se niegan a cantarle a la revolución.
Alfredito Rodríguez, que nunca comulgó con la Nueva Trova, no se oculta para declararse más cerca de Marco Antonio Muñiz que de Bob Dylan. ¡Como si hiciera falta decirlo! Pero eso no era razón suficiente para que le hicieran la vida imposible.
No puedo evitar sentir solidaridad con él, aunque no soporte las canciones almibaradas, y ahora mismo, aparte de Leonard Cohen, no logre recordar un cantante de cuello y corbata entre mis preferidos.
De haberlo sabido con tiempo, cuando Alfredito fue con un bate a Radio Progreso a fajarse por una canción que le prohibieron, capaz que hubiera ido a apoyarlo con un piquete de activistas pro derechos humanos.
¿Quieren que les diga una cosa? Luego de leer la entrevista de Alfredito Rodríguez en Diario de Cuba, siento pena con él por haber sido yo de los primeros que abrieron fuego contra el programa televisivo La diferencia, que conducía el cantante, cuando en diciembre de 2006 invitó al ex comandante, ex fiscal sumarísimo y censor Papito Serguera. Fue demasiado ver a aquel represor de marca mayor, rodeado de velas y haciéndose el bueno, diciendo que le gustaba el caviar, las canciones de Elvis y McCartney, y que sólo lamentaba no haberse “equivocado mejor” en el cumplimiento de sus deberes revolucionarios.
Salté por la desfachatez de presentar a Serguera y por lo que ello podía augurar. Contra el programa no tenía nada. Contra Alfredito, tampoco. Después de todo, por muy kitsch que se pusiera, Alfredo Rodríguez -como Amaury Pérez, que compone bellos textos de los que les gustan a los comisarios culturales, pero da ganas de suicidarse cuando canta-, es mucho mejor presentador que cantante.
Por si se me fue la mano con La Diferencia en aquella ocasión, más de cuatro años después declaro que no tengo nada personal contra el cantante: los hay peores y hasta con Fidel tatuado en el brazo. Luego de tantos reguetoneros de espanto, de veras que se echa de menos a Alfredito. Gustos musicales aparte, nunca he dudado que sea una buena persona.