LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -Una nota acompañada de un editorial, publicados en la primera plana del periódico Granma, el martes 16 de octubre, ofrecieron a la ciudadanía la tan esperada noticia de que al fin el gobierno cubano actualizará su política migratoria, introduciendo modificaciones que entran en vigor el próximo 14 de enero.
La decisión de eliminar el procedimiento de solicitud de Permiso de salida para los viajes al exterior del país, y dejar sin efecto el requisito de la Carta de Invitación, tiene el propósito de ajustar la política migratoria a “las condiciones del presente y el futuro previsible”. El presente lo conocemos. Pero no sabría explicar cómo es el futuro que prevé el gobierno para la nación, cuando la objetividad de la vida nos deja claro que será sin la presencia de las “figuras históricas de la Revolución”.
Supuestamente, los cubanos que quieran viajar al exterior, a partir del 14 de enero, solo deberán presentar el pasaporte corriente actualizado y la visa otorgada por el país de destino. Pareciera una medida positiva. Pero el editorial que acompaña la nota informativa me hace desconfiar de esta medida, y aun sentirme recelosa sobre a cuántos ciudadanos residentes en el país o emigrados, moralmente correctos, beneficiarán los cambios a la política migratoria.
En el editorial, el gobierno no pierde su costumbre de fabricar argumentos acusatorios, donde quedan implicados, además de los Estados Unidos y su “política de bloqueo”, la oposición interna de Cuba, a la que siempre intenta arrebatar sus valores genuinos, imputando a las administraciones estadounidenses su creación y sustento.
Enfatiza este editorial el cuidado que debe tener el Estado cubano frente al fenómeno de las campañas mediáticas provenientes del norte, y al robo de cerebros. Sus argumentos de que la Revolución cubana “se ha basado en el reconocimiento del derecho de los ciudadanos a viajar, a emigrar o a residir en el extranjero, y en la voluntad de favorecer las relaciones entre la Nación y su emigración”, son huecos y vacíos, en tanto vienen de un Estado autoritario y dictatorial, que maneja a su conveniencia todas las áreas y sectores del país, y que en el pasado organizó turbas de represores que agredían física y verbalmente a los ciudadanos que optaban por emigrar, tal y como lo hacen en la actualidad con los disidentes.
Pero resulta interesante definir a cuál emigración reconoce y cuál es la porción de la diáspora a la que desdeña y declara como inadmisible, diferenciaciones que delatan como no auténtico su pretendido empeño de aunar voluntades.
Me queda la duda de cuánta libertad para viajar tendrán los intelectuales, profesionales, especialmente los médicos y técnicos de la salud (uno de los sectores más afectados y supervisados), los talentos deportivos y artísticos.
¿Cuáles medidas adoptará el gobierno para evitar “el robo de cerebros”? ¿Qué sucederá con los marcados, los hombres y mujeres, ciudadanos todos de este país, cuya ideología y actitud política los hace diferir del gobierno y militar en las filas de la oposición?
¿Podrá finalmente la bloguera y twittera Yoani Sánchez agregar a su larga lista de negativas un sí que le permita salir de la Isla, y luego regresar sin ningún tipo de dificultad? ¿Podrán las Damas de Blanco y Guillermo Fariñas dejar nuestras fronteras para salir a Europa, a recoger personalmente el Premio Sajarov, otorgado a ambos? ¿Podría cualquier disidente cubano viajar de manera temporal, sin tener que solicitar permisos especiales para ello, y aún mejor, sin recibir negativas gubernamentales?
En uno de sus párrafos, el editorial de Granma culpa a la política estadounidense de las tres grandes crisis migratorias ocurridas en el país: Camarioca, en 1965; Mariel, en 1980; y la Crisis de los balseros, en 1994. Incluso la culpa de “convertir a los cubanos que desean establecerse en otros países, en supuestos opositores políticos y en un factor de desestabilización interna”. Pero lo cierto es que durante años, la dinastía de los Castro ha mancillado nuestros derechos civiles y humanos más elementales, entre ellos, la libertad de viajar, o escoger cualquier nación del mundo para vivir, sin que esto impida el retorno al país las veces que cada cual estime conveniente.
El irrespeto a este derecho y a otros, así como haber sumido en la miseria al país y persistir en un gobierno autoritario y decadente, con más de cinco décadas, los convierte al clan de los Castro en los máximos responsables de las muertes en el mar de los cientos de cubanos que optaron por arriesgar sus vidas con el objetivo de encontrar la libertad y las posibilidades de prosperidad que en Cuba, por causa de su mal gobierno, les resultó imposible hallar.
El mundo conoce que la opción a la que más recurren los cubanos para escapar de la miseria moral, espiritual y material en la que hoy sucumbe nuestra entristecida patria, es la emigración, sin importar la vía o modalidad. También es conocido que, en el caso específico de los talentos: deportistas, artistas, profesionales e intelectuales, cientos de ellos abandonan eventos internacionales o misiones en el extranjero para ejercer el derecho del cual el gobierno quiere privarles, o sea, su libertad de escoger dónde vivir, o trabajar, empleando sus aptitudes, de las cuales ningún gobernante es dueño.
Sé que muchos, dentro y fuera de la Isla, celebran la decisión adoptada por el Gobierno. No dudo que muchos puedan beneficiarse con estas modificaciones, que en definitiva debieron estar siempre vigentes, porque forman parte inherente de nuestros elementales derechos ciudadanos. Pero en mi caso, al igual que con las medidas y reformas económicas tan masculladas, me declaro escéptica.
Detrás de cualquier apertura que establezca la dictadura, hay medidas de restricciones que impiden que los cambios sean profundos y genuinos.
De cualquier modo, ojalá me equivoque, y Yoani Sánchez pueda al fin cruzar los muros de la Isla prisión, para volar a cualquier parte de este mundo donde se demande de su inteligencia y de su carismática figura. Pero reitero que Cuba, más que nada, necesita democracia y el establecimiento de una libertad legítima, que la impulsen a transformarse en una mejor nación, en la cual sus hijos sientan la plena satisfacción de vivir y a la que siempre deseen regresar.