LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -A Jorge lo mataron la víspera de Santa Bárbara, de 27 puñaladas, a unos metros de su casa, delante de su madre. Las puñaladas (y los martillazos, puñetazos y las patadas)se las dieron en el suelo. Antes le habían dado un balazo en una pierna. Todo, presuntamente, por profanar una ceremonia abakuá.
Le apodaban Tabaco. No había cumplido los 16 años. Vivía en el Callejón, el caserío de orientales que separa el Reparto Eléctrico de Parcelación Moderna, en Arroyo Naranjo. Volvía del velorio de un abakuá en uno de los edificios al fondo del Reparto Eléctrico conocidos como “el Tercer Mundo”. Allí tuvo problemas con unos abakuás recién juramentados. Cuando se fue, lo siguieron hasta las cercanías de su casa.
La madre salió a la calle cuando sintió los gritos y los tiros (Jorge llevaba una pistola y disparó). La mujer presintió que el problema era con su hijo. Pero no pudo hacer nada por salvarlo. Faltó poco para que la mataran a ella también. Tampoco los vecinos, demasiado asustados, pudieron hacer nada.
La policía, que como siempre demoró en llegar, se llevó el cadáver poco antes de que empezara a clarear. Hay un sospechoso preso: el dueño de la casa donde se efectuaba la ceremonia. Hubo testigos del episodio, pero todos tienen demasiado miedo para decir quiénes fueron los asesinos y si viven en la zona.
Cuando converso con amigos de la víctima, lo que más me sorprende es que aceptan su muerte casi como algo natural. “Jorgito se lo buscó, con eso no se juega”, me dicen. Y presiento un respeto que habitualmente ellos no demuestran por ninguna otra cosa.
En Arroyo Naranjo, un municipio periférico, pobre y mayoritariamente negro, que es considerado por la policía uno de los de mayor potencialidad delictiva de la capital, cada vez hay más abakuás o jóvenes que se jactan de serlo.
Comentan que los asesinos -las versiones difieren, ¿cuatro, veinte?- eran sólo unos años mayores que Jorge. Ninguno pasaba de los 20 años. “Todos lo hirieron, tenían que hacerlo”, dicen.
Para iniciarse como abakuá, hay que tener más de 17 años y ser recomendado por algún padrino. Pero las exigencias han disminuido últimamente. Muchos de los iniciados son adolescentes de pésimo comportamiento social. Los juramentan tipos irresponsables que no verifican ni averiguan mucho, sólo les interesa cobrar.
“Antes no admitían a cualquiera, había que ser un tipo correcto y decente para jurarse. Pero ahora han cogido la hermandad para la guapería y la delincuencia”, comentaba Arístides, un cincuentón cuyo padre fue un endure renombrado del barrio Los Sitios.
Una encuesta de la revista Somos Jóvenes realizada en 2009 a iniciados en la secta, con edades entre los 16 y los 21 años, arrojó que la mayoría se hizo abakuá porque “se consideran hombres probados y que tienen condiciones”.
Ahora, luego del asesinato de Jorge, ya sabemos en mi barrio que los muchachos de los eribangas, para probar su hombría y demostrar sus condiciones, además de alardear, matan. Aunque no sepan bien si son efí o efó.