CIENFUEGOS, Cuba, enero, 173.203.82.38 – “Este año quiero bisté, no moringa”. Así rezaba un cartel que colgaba del cuello de uno de los muñecos de trapo que fueron incinerados en el barrio cienfueguero la Juanita, durante la noche del 31 de diciembre.
Otros cientos de monigotes, construidos con ropas y objetos inservibles de sus diseñadores, fueron carbonizados en calles y plazas de la provincia, justo cuando los relojes señalaban la llegada del año 2013. En la mayoría de ellos colgaban letreros donde aparecían escritas leyendas cargadas de humor. Algunos daban el pésame al año que “moría”; otros dirigían críticas veladas contra el régimen.
Me cuentan que en una manzana cercana a la céntrica Calzada de Dolores, diseñaron un espantajo al que le colgaron un letrero que decía simplemente “PNR”, siglas con las que se identifica la Policía Nacional Revolucionaria.
En el municipio Palmira, el ingenio popular hizo diana en el desabastecimiento de alimentos. En esta ocasión, el muñeco, al que sus constructores bautizaron como Pancho, fue llevado a la pira con una libreta de racionamiento en el bolsillo de su maltrecha guayabera.
Esta sana idea forma parte de una tradición casi perdida, que desde hace algún tiempo ha comenzado recuperarse.
Tras la llegada de Fidel Castro al poder, prácticas como la quema de muñecos fueron tildadas por los ideólogos castristas de supercherías burguesas. Durante décadas, los castristas mantuvieron una intensa campaña llamando al desarraigo de tales hábitos, lo que provocó la extinción de no pocas prácticas y la casi desaparición de otras.
Sin embargo,en el Batey de Guabairo, pueblo rural ubicado a 15 km de la ciudad de Cienfuegos, familias enteras salieron a las calles para aglomerarse alrededor de diversos muñecos, dando inicio a las ceremonias de incineración. Junto al chasquido de las llamas se dejaban escuchar abucheos y epítetos dirigidos contra los adefesios. No faltó quien les diese algún que otro porrazo.
“Este es el tercer año que construyo un monigote -expresó Julio, un señor jubilado residente en la ciudad de Cienfuegos-, y me da gran placer hacerlo. Todos en el barrio se divierten y contribuyen. Por otro lado, siento que con ello ayudo a rescatar una tradición que se estaba perdiendo”.
Algunos rivalizaban por mostrar el muñeco más ocurrente. En esta competencia, la familia Rumbao no tiene rivales. Cuatro muñecos construidos por ellos presentaban disimiles tamaños, como queriendo mostrar la disparidad de edades. Estos simulaban ser una familia y en sus carteles estaban plasmados los anhelos y aspiraciones de sus fabricantes.
Siempre he escuchado decir que los tiranos no gustan del humor. Debe ser la razón por la que, durante mucho tiempo, estas marionetas de trapo no fueron bienvenidas. Ahora el control gubernamental está perdiendo terreno, pues el sistema colapsa. Tal vez por ello regresan los muñecos de fin de año, para vengarse a su manera, ridiculizando a los gobernantes.