LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Tiene el presuntuoso nombre de Tormenta del Siglo, en un archipiélago víctima de esos fenómenos naturales. Barrió la Isla, hace ahora veinte años, en la madrugada del 12 y el 13 de marzo de 1993, y dejó a su paso un rastro de destrucción indescriptible, en la costa de La Habana.
Entre los días 10 y 11 de marzo de 1993, se formó en el suroeste de los Estados Unidos un ciclón extra tropical. En pocas horas se organizó y cubrió hasta la costa este de América del Norte. Cuando la “baja presión”, llamada también complejo convectivo, arrancó en su recorrido hacia el sur este, abrazó la costa del Golfo de México, las penínsulas Yucatán y Florida, la isla de Cuba hasta Ciego de Ávila, y el archipiélago de las Bahamas.
Aquel aciago año era deficitaria la electricidad, la alimentación y todo lo demás, encerrado en un eufemismo: Periodo Especial en Tiempo de Paz. El viernes 12 de marzo fue un día caluroso. Fuertes brisotes batieron la Isla desde el sur, por eso de “sur duro, norte seguro”. Los cubanos se fueron a dormir, con ventanas y puertas abiertas, para refrescar la calurosa noche que cayó como tantas, con el estómago vacío. Al vaso de agua con azúcar, le decían Prisma, porque un esperado programa televisivo con ese nombre comenzaba 15 minutos antes de la media noche.
Poco tiempo después de entrar la madrugada, se desató una gran tormenta eléctrica sobre La Habana y la lluvia y el viento forjaron la leyenda. Se dice que en la sede del Instituto de Meteorología, en la loma de Casablanca, se registraron rachas de más de 100 kilómetros por hora, mientras la memoria habla de un tornado que azotó el barrio de San Miguel del Padrón.
Amaneció sin mayores muestras de la tormenta, pero ya en la tarde las olas comenzaron a descifrar la segunda parte de la tragedia, que se avecinaba sobre la costa. Un viento fuerte y frío recorría la ciudad, y desde cierta altura se divisaba el largo de la cresta de la ola, que en términos marineros se traduce como su profundidad.
Al caer la tarde en Alamar, algunos vecinos se atrevieron a acercarse a la costa y quedaron atrapados por las riadas de agua salada que inundaron atropelladamente las zonas bajas. Los aventureros regresaron a los oscuros edificios con la señal de alarma en sus rostros. El mar tenía mal carácter, y lo demostraría esa noche.
En las zonas cercanas al malecón, en El Vedado o Centro Habana, la tragedia era igual. Las olas se estrellaban contra el formidable muro republicano. Pero el aire fuerte del norte hacía penetrar el agua en la ciudad. Los pocos automóviles que circulaban por ese tiempo se alejaron rápido del viaducto y los vecinos quedaron a merced del magnífico y terrorífico espectáculo de ver y sentir el mar penetrar por las calles, inundar barrios, túneles y garajes, destruir muros y edificios en una bacanal de miseria, hambre y desesperación.
Aproximadamente a las 12. 30 de la noche, del domingo 14, el “meteorólogo en jefe” (saben de quien hablo), se dirigió a la nación a través de la radio. Hiperbolizó la tragedia y la ayuda que daría a los damnificados, que aun sufrieron una madrugada de frío y pánico, con el retumbar de las olas contra los muros.
El amanecer del domingo 14 recordó los amaneceres post huracanes: frescos, soleados y agradables. Como si la naturaleza viera los destrozos causados como algo propio a los que tratan de modificarla, y por lo cual nadie debe preocuparse. Pero para el ojo humano los destrozos eran inmensos. Uno llamativo fue el de la grúa viajera, que, situada en las faldas de la Loma de la Cabaña, hasta ese momento era la encargada de despachar los buques graneleros. La instalación de más de veinte metros de alto y otros treinta de largo, aparecía ante los ojos de los habaneros como un amasijo de hierros. Como si un Hércules tropical hubiera jugado con unas varillas de güin… Los túneles de la bahía y del río Almendares estaban inundados hasta la boca, y se presagió que estarían, como estuvieron, muchos meses cerrados.
Las tareas de reconstrucción fueron lentas y muchas familias debieron esperar largo tiempo para reconstruir sus vidas, en temas tan sencillos como tener una cama para dormir, un asiento para sentarse, un televisor que observar. Otros muchos perdieron en la inundación todos sus recuerdos tangibles, esos que nunca se recuperaran.
¿Fue la tormenta del 13 de marzo la mayor que azotara Cuba en el siglo XX? La Doctora en Ciencias Maritza Ballesteros, del Instituto de Meteorología, dice que no. Más importantes, afirma, fueron por su rango meteorológico las de 1926 y 1944, y en destrozos humanos y materiales, las de 1933 (Santa Cruz) y 1963 (Flora). Pero así y todo, el mayor huracán que afectó a la isla fue el de 1846 (la tormenta de San Francisco).
No obstante, en la fecha de la llamada Tormenta del Siglo Cuba sufría la peor crisis económica y social de su historia. Por eso, aunque solo nos separan veinte años de la tragedia, existen pocas imágenes del desastre. Tampoco existen datos fiables de la destrucción causada o de la pérdida de vidas humanas.