LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Indudablemente las ferias del libro son buenos entretenimientos para cientos de miles de cubanos. Brindan una de las pocas ocasiones en el año para evadir las dificultades y tensiones cotidianas. La XX Feria Internacional transcurrió del 10 al 20 de febrero en La Habana y se extiende hasta el 6 de marzo por las provincias.
En la capital, la primera satisfacción que se recibe es cuando nos unimos a la multitud para abordar un transporte que nos conduce al otro lado de la bahía, y ver varias guaguas vacías esperando frente al capitolio a que alguien nos guie pausadamente a su interior. Una vez ocupados los asientos, nos preguntan si deseamos ir de pie y, para no perder la costumbre, llenan el pasillo, sin que se proteste porque ha sido una decisión libre, para un viaje corto, por un escenario precioso y fresco. Se desciende lejos de la entrada del recinto ferial, e inmediatamente la vista choca contra una profusión de quioscos con ofertas de comida ligera y refrescos, según los restaurantes y cafeterías trasladados allí para la ocasión.
La cola es inmensa comprar los tickets de entrada. ¡Otra novedad! La fila avanza rápidamente, en el país de la eterna espera. En la subida a la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, sede principal de la Feria, continúan los quioscos de comestibles, y se coincide con los cientos de personas que ya regresan. Este año habilitaron más carpas para la venta de libros en los espacios al aire libre, además de los tradicionales dentro del cuartel, lo que eliminó la prolongada espera para adquirir algún libro de interés. También hubo salas de presentación y charlas, los grupos musicales por la noche, y el pabellón infantil con muchas actividades.
Los visitantes extranjeros entrevistados por la televisión cubana decían sentirse impresionados por la gran afluencia de público de todas las edades. Ellos no conocen la dura cotidianidad ni se percatan que la mayoría de las personas han paseado y cenado, pero se van de la feria sin un libro entre las manos.
Como años anteriores, la literatura infantil y juvenil era pródiga en libritos de cuentos y poesías, varios de imaginativos autores cubanos, pero otros con fuerte peso ideológico y agresivo, sobre todo las historietas. La enorme cuantía de libros que los directivos de la Feria y el Ministerio de Cultura dijeron haber vendido, en gran parte corresponde a esos diminutos libros con precios bajos.
Sobresale la amplia edición de la obra de José Lezama Lima, enmarcada en el centenario de su nacimiento en 2010. Resulta lamentable que en la Cuba de los pasados 52 años algunos grandes hayan vivido relegados, perseguidos y prohibidos. Quizás los reconocimientos post mortem sean incongruencias inherentes al sistema, y las autoridades limpien sus conciencias ante las inofensivas almas, sin derecho a réplica.
Hubo muchos encuentros, sobre todo con Jaime Saruski y Fernando Martínez Heredia, laureados con el Premio Nacional de Cultura este año, así como los representantes de los países miembros del ALBA, en las 10 sedes fuera de la Cabaña, como la UNEAC, la Sociedad Cultural José Martí, la Casa del ALBA, el Centro de Estudios Martianos, la Casa de las Américas, la Biblioteca Nacional, la Feria de Rancho Boyeros y el Pabellón Cuba.
La asistencia a los coloquios en las pequeñas salas fue limitada, para los extranjeros y nacionales estrechamente vinculados a las temáticas o especialmente invitados.
En los medios de prensa, particularmente la televisión, se cubrieron ampliamente estas actividades, aunque no comentaron el encuentro con Leonardo Padura, que presentó su magnífica novela “El hombre que amaba los perros”, de mucha actualidad. Publicada originalmente en España, conseguir un ejemplar de la tirada cubana era misión imposible.
Sin desconocer la importancia de la literatura y la historia, cuando es objetiva y veraz, la Feria, más allá de un gran espectáculo requiere adecuarse a las necesidades de progreso del pueblo para participar en el desarrollo del país. Las publicaciones cubanas y los paneles no abarcaron los temas científicos y técnicos. Hace años se vendían libros de esas disciplinas, quizás se haya abandonado la práctica de copiar sin autorización, aunque se supone que en Cuba los especialistas escriben obras que merecen papel y tinta para contribuir a la instrucción en los diversos niveles de enseñanza y en los centros productivos.
Desafortunadamente, la Feria no vendió libros que contribuyeran a elevar la eficiencia y conocer las experiencias foráneas. La escasa capacidad editorial cubana debería priorizar temas que coadyuven a crear conocimientos desde administración de empresas y sistemas de contabilidad hasta como sembrar caña de azúcar o boniato.
En Cuba, donde el acceso a Internet es ínfimo y los viajes al extranjero dependen de un caprichoso permiso de salida, el libro es imprescindible para profundizar lo aprendido y actualizarse. Antes de llegar al acontecimiento anual, los niños deberán estar preparados para asirse de los contenidos por los maestros, quienes a su vez requieren de textos más pedagógicos. También los padres necesitan preparación para complementarlos.
Pero en Cuba, “el país más culto del mundo”, la ortografía, la caligrafía y la expresión oral sí se fueron de viaje; Muchos se precian de no haber leído nunca una novela. No obstante, durante el año podrían venderse esos libros, sin esperar al gran acontecimiento mediático y recreativo.