LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 –Algo que preocupa a los cubanos, a pesar de que a veces los agobiantes problemas de la cotidianidad lo opaque, es cuándo tendremos la imprescindible libertad de acción, de asociación, de movimiento… Al margen de que, en reducidos espacios culturales, se esté permitiendo hoy una controlada “desclasificación” de temas que fueron tabúes hasta hace muy poco.
Paradójicamente, algunos de estos temas ya fatigan al gran público, como ocurre con la homosexualidad, un asunto que en definitiva solamente es discutido con referencia al peligro de contagio de VIH, o de otras enfermedades de transmisión sexual, cuando lo que realmente haría falta es potenciar la visibilidad y eliminar los estereotipos negativos tan arraigados en la población.
El meollo de las liberalizaciones no está sólo en permitir la venta de teléfonos celulares, autos, o casas, ni en vender el azúcar y la sal fuera de la libreta de abastecimientos. Lo esencial está en la libertad, ese derecho de las personas a que se les reconozca como tales y se les valore y se les respete, en tanto ciudadanos con soberanía intelectual y espiritual.
Eso es lo necesario para dejar de ser un pueblo de “alumnos eternos”, condenados a una vida de escuelita, donde a cada cual se le dice cómo tiene que pensar y actuar en cada momento, donde puede ir y cuales límites no debe traspasar, pues invadirían el territorio de las castas omnipotentes y privilegiadas.
Un discurso ficticio se está imponiendo ahora, poco a poco. Me refiero al uso de ciertos vocablos como “cambios”, “apertura” y otros más que sólo presentan el engaño un poco menos amargo, más digerible.
No habrá cambios, ni apertura, ni nada por el estilo, mientras las leyes y el sistema jurídico vigentes no sean eliminados. Y mientras continúe el método de gobierno de ordeno y mando, sin tener en cuenta los verdaderos intereses del ciudadano. En fin, hasta que la “Re (in)volución” no se ponga al servicio de los cubanos, en lugar de exigirle a la ciudadanía que actúe al servicio del Estado.
Tampoco habría que esperar un remake de lo ocurrido en enero de 1959. Porque no es lo que interesa a la mayoría de la gente. Las revoluciones, en Cuba, serán por largo tiempo una posibilidad agotada.
La miseria espiritual, surgida de vivir tantos años “a buchitos”, privilegia lamentablemente el desgano a la hora de emprender esfuerzos colectivos y plantear demandas que vayan a las reales necesidades de la ciudadanía.
La única urgencia que reconocen los pobres en Cuba es la de salvarse a sí mismos, a partir de un concepto muy estrecho de la cuestión.
Todo esto propicia que, en un cartel callejero, una mano anónima se haya atrevido a encerrar el adjetivo “libre” entre signos de interrogación. Y lo mejor, con las dimensiones necesarias para que cuaquier transeúnte pueda leerlo y hacer suya la pregunta cuando pase frente al muro, aledaño al antiguo paradero de la ruta 4, en el habanero barrio de Mantilla.
Cuba tiene el derecho de vivir, los cubanos tenemos el derecho de romper las barreras mentales, espirituales, estatales, ideológicas que nos reducen a meros instrumentos de un sistema desfasado y anti-histórico. Por eso, qué viva Cuba, pero libre de verdad, sin dudas ni signos de interrogación.