LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Tres veces por semana, a una milla de la costa, pasa frente al municipio Playa un barco de crucero blanco que es la envidia de los capitalinos, en especial de Rubencito, un joven de Jaimanitas que sueña con el día en que podrá embarcarse en él.
Rubencito vive obsesionado con el crucero, y lo observa embelesado desde la orilla; imagina que se lanza al agua, salva nadando la distancia que lo separa de la embarcación, sube a bordo y se toma varias cervezas en el bar, junto a la piscina, mientras mira su país desde otra perspectiva.
El joven sabe todo acerca del barco turístico, su recorrido por varias islas del Caribe y el atraque durante dos días en Ciudad de La Habana, donde los pasajeros bajan y se pierden en la ciudad. Rubencito trabaja como custodio nocturno en el Instituto de Oceanología perteneciente a la Academia de Ciencias de Cuba. Durante la madrugada ve pasar desde su garita el crucero con las luces encendidas iluminando el horizonte, y entonces echa a volar la imaginación, protagonizando las más divertidas aventuras sobre cubierta o metido en los camarotes.
La madre de Rubencito vive en Estados Unidos, tiene un negocio de peluquería que va viento en popa, y aunque lo ayuda regularmente, el joven mantiene su puesto de vigilante nocturno para quitarse de encima los ojos de la policía.
Rubencito asegura que ahora mismo cuenta con el dinero suficiente para regalarse un viaje de una semana en un crucero, pero le resulta imposible, ya que el gobierno no permite a los cubanos esos lujos. Reconoce que no tiene más remedio que soñar más, y sabe que si intenta llegar a nado hasta la nave, la tripulación lo dejaría subir y llamarían a las tropas guardafronteras para que se lo llevaran detenido.
Rubencito seguirá visitando el crucero sólo en su fantasía, o tendrá que conformarse con visitar el Crucero de Playa, nombre de la esquina de 31 y 42, donde pasa largos ratos tres veces por semana, esperando la guagua que lo regresa del trabajo hasta su casa de Jaimanitas.