LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Aun no salgo del asombro acerca de la resonante vibración que produjo en mí el más reciente y tan necesario texto de la filóloga y joven ensayista cubana Jamila Ríos Medina, Diseminaciones de Calvert Casey, Premio Alejo Carpentier 2012, en la categoría de ensayo.
Como verdadera acción de justicia intelectual, Jamila Medina se asoma a una vida rota, escarba en la fragmentada intimidad de la memoria insular, no se inhibe, pues trafica con los límites, derrota la indiferencia y desvela el más rígido de los recuerdos.
La búsqueda de Calvert Casey fue para ella una fatigosa excavación arqueológica, pues escarbó en sus textos, desde la polilla a la red. En bicicleta, hizo un largo recorrido, desde el Parque de los Filósofos al Parque Almendares; desde Casablanca al Ten Cents de Galiano, incluidos varios cementerios, como el de Guanabacoa, en busca de la tía Leocadia. Para Casey, los cementerios eran ciudades abiertas al mundo de los vivos, comunidades armoniosas y felices, en las cuales el silencio es el más preciado de los tesoros.
Jamila tuvo la suerte de contactar con Emilio Castillo, antiguo amante mulato de Calvert Casey, el cual se encuentra vivo en Nueva York. Fue el cubano que lo introdujo en el universo de la Regla de Ocha.
La tierna timidez de Jamila no le impidió pedirle matrimonio a Calvert, y así convertirse en su viuda. Recorrió la bahía y se comunicó con su fantasma, a través de cartas personales, lugares de la infancia y sesiones espirituales.
Calvert Casey Fernández (Baltimore, diciembre 1923, Roma, mayo 1969) fue un hombre sin cólera al que nunca le inquietaron los silencios y las pausas. Al igual que su amigo Virgilio Piñera, no disimuló el miedo. Le asustaba muchísimo la sonrisa servil y los oscuros mecanismos de la amenaza. Ambos escritores entendieron la literatura como un ejercicio de subversión. Su literatura nace de la permanente duda.
Al igual que muchos escritores y grupos literarios silenciados u olvidados, Calvert Casey continúa siendo una puerta extraña en los salones de la cultura cubana, algo semejante a un enfant terrible. Un hombre al cual la muerte no le asustaba, la sobaba constantemente, dialogaba con ella, pues le seducía resbalar hacia el mundo de lo invisible. Para él, la muerte ostentaba la dignidad de lo que se había vivido.
Al igual que Virgilio Piñera, Calvert se entusiasmó con el movimiento sísmico de 1959, y juzgó a ciegas que había llegado el momento de estimular una política cultural en la cual habitaran en igualdad de condiciones las necesidades públicas y privadas de los sujetos. Según su eterno amigo Anton Arrufat, “perteneció a la estirpe de los creadores para los que la literatura no es profesión ni modo de ganarse la vida”
Tempranamente pudo darse cuenta de que la revolución verde olivo no era un paseo. Las alambradas, los campos de concentración y los fusilamientos no lo hicieron sentir a gusto en el lugar que había elegido como nación.
Gracias a la violencia de la cultura machista y falocéntrica revolucionaria, pronto pudo darse cuenta de que personas como él no tenían un lugar reservado en el edén del jardín socialista, y por nada iba a subordinarse a una engañosa libertad oficial. El tenso arco que se levantaba definió su partida y la de otras importantes celebridades de la cultura cubana.
Tras su partida, de inmediato fue excluido del primer tomo del Diccionario de la Literatura Cubana, publicado en 1980 por la Academia de Ciencias y el Instituto de Literatura y Lingüística. Lo sacaron del centro y lo pusieron al margen. Su invisibilidad fue un acto de castración al cuerpo literario de la nación. La inquisición lo condenó a ser marginal y durante muchísimo tiempo ha estado anclado en el mercado del silencio.
Piazza Margana es el texto que lo ha hecho más famoso, posmortem. Este canto al homoerotismo, en inglés, fue preterido durante mucho tiempo por los estudios literarios de la isla, pero es el pastel más tentador de su mapa literario. Este cubano nacido en Baltimore, formado intelectualmente en La Habana, y exiliado en Roma, donde se suicidó a causa de su otro amante, el italiano Gianni, fue el primero de nuestros escritores que aludió al exilio de la Isla como una diáspora.
Para el ensayista Víctor Fowler, Piazza Margana es el mapa literario cubano, nuestro texto de goce supremo. Los relatos del cuerpo fueron sepultados durante muchísimo tiempo por el discurso moral de la inquisición revolucionaria. Según el escritor Edmundo Desnoes, Calvert era muy frágil para vivir en este mundo
Doy gracias a Jamila Ríos por permitirme degustar tan tentador pastel, por violentar los límites y dinamitar prejuicios, por haberse sumergido en las cloacas y los intestinos de la ciudad, por haber hecho un viaje tan largo sobre kilómetros de líneas. Ella merece el amor de todos los que amamos la buena literatura.
Rescatar a Calvert Casey para el lector cubano es también respetarlo, comprenderlo y darle el lugar que nunca debió dejar de ocupar en nuestra cultura, pues le complacía ser cubano.
De momento, el pálido y frágil fantasma de Calvert regresa a una ciudad en la cual la luz ciega y el aire ahoga. El salmón que vive entre fronteras se le escapó a la muerte, lleva consigo una Habana íntima y vuelve a una ciudad atomizada por sus demonios, una ciudad áspera y a la vez cordial, ante cuya vista el corazón se nos arruga.