CIENFUEGOS, Cuba, agosto (173.203.82.38) – En la década de los ochenta los chinos descubrieron algo que la dirigencia cubana se niega a reconocer: “El comunismo es el camino más largo para llegar al capitalismo”.
Luego de décadas de experimentos absurdos ideados por Mao Zedong, Deng Xiaoping entró en razones y se dispuso a construir, el decadente capitalismo. De esto también se percataron los vietnamitas y el pintoresco caudillo venezolano Hugo Chávez, quien según mi criterio, a pesar de toda esa retórica populista del Socialismo del Siglo XXI, no se atreve a suprimir la gestión económica independiente. Estos actores, unos por experiencia, otros por puro instinto de conservación, se convencieron de que la economía centralizada es ineficiente y termina dilapidando las riquezas nacionales.
Algunos analistas de la realidad cubana consideran que en la isla ha comenzado, de cara a la crisis económica que enfrenta, una era de cambios, que deberá conducirla a una economía de mercado con rasgos asiáticos. Otros creen que las llamadas reformas no son más que un intento de la gerontocracia que padecemos para ganar tiempo. Lo que no contradice el criterio de que a pesar del espíritu continuista que acompaña a los llamados cambios, como consecuencia de una serie de factores históricos, el tránsito hacia una economía de mercado, más temprano que tarde, será inevitable.
Quizás es lo que intuye Carlos Alberto, dueño del pequeño y próspero restaurante familiar cienfueguero Changó, quien recientemente le confesara a una agencia de prensa extranjera, que su anhelo es crear la primera cadena de restaurantes privados de Cuba.
Sin embargo, pareciera que por el momento los sueños de hombres de éxito como él estarían chocando contra el muro infranqueable de la política gubernamental, interesada exclusivamente en su supervivencia. En más de un documento oficial se ha señalado que no permitirán la acumulación de capital. Para ello han preparado algunas regulaciones dirigidas a frenar el ímpetu de la microempresa. Esto está claramente reflejado en el acápite 3 referente al modelo de gestión económica que aparece en los recién aprobados Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido Comunista, donde se expresa: “En las formas de gestión no estatales no se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas o naturales”.
De ahí que las pretensiones de Carlos Alberto resultan una prueba importante para precisar hasta dónde la administración de Raúl Castro está dispuesta a llevar el juego que ha comenzado.
Si bien el Estado ha dado señales claras de que está dispuesto a permitir la expansión de la pequeña empresa, al mismo tiempo ha reiterado que no está dispuesto a admitir que la expansión se dé en una, o un grupo de personas. En otras palabras, el gobierno ha establecido rediles jurídicos para evitar que el pequeño empresario amase fortuna, por pequeña que sea.
Esta propensión no es nueva. Basta recordar lo que aconteció hace unos años con el internacionalmente famoso paladar Hurón Azul. En cuanto las autoridades descubrieron que su dueño, Juan Carlos Fernández, había expandido su negocio, valiéndose de mil ardides para trascender el cerco legal, le decomisaron los tres restaurantes que había establecido a nombre de familiares, miles de dólares y una cantidad incalculable de objetos y bienes.
¿Quién ganará está porfía? ¿La anquilosada burocracia castrista o los noveles campeones de una embrionaria, pero vívida economía de mercado? ¿Quién se impondrá? Es algo que estamos por ver. Por el momento, lo que sí se puede asegurar es que crecer o no crecer es el dilema.