LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -Recientemente muchos cinéfilos fuimos testigos de la última producción del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC)
Irremediablemente Juntos, última producción de Jorge Luis Sánchez, es la versión libre de la obra musical para teatro Pogolotti-Miramar, del realizador Alexis Vázquez. Es una historia sentimental entre Liz y Alexander, dos jóvenes universitarios, en La Habana de hoy, de ahora mismo, que luchan por estar uno cerca del otro, pero están atrapados en las peligrosas convenciones sociales de una Cuba aferrada al racismo, los prejuicios, la crisis de valores, la doble moral y la corrupción.
Ellos son una pareja que se enfrenta a un mundo de desamor y abandono. Liz es blanca y vive cómodamente en una residencia en Miramar, La Habana Azul; mientras que Alexander es negro y vive en situación límite en el barrio de Pogolotti, uno de los celebres enclaves de pobreza de La Habana Sur, profunda y desconocida para muchos.
Jorge Luis Sánchez intentó, desde su óptica y bajo los complicados códigos del musical, retratar la Cuba contemporánea. En la cinta dibuja todo un mapa social habitado por travestis, emos, repas, santeros, gays, misóginos, lesbianas, policías negros que acosan a los propios negros, etc.; pero cae en la trampa de los estereotipos. Recicla los mismos gestos exclusivos de las eternas víctimas; negros y mestizos continúan siendo representados como sujetos pasivos, sumisos y dependientes.
Esta reciente producción cubana, mas allá de estar marcada por innumerables accidentes, ha recibido mucho silencio por parte de la crítica especializada. Me di a la tarea de monitorear todo el ecosistema mediático y pude tomarle la temperatura al mutismo, por parte de periodistas y especialistas, en relación a la temática central del filme. Las pobres reseñas en la blogósfera, la radio y la prensa solo relatan la representación musical de la obra. De racismo y prejuicios, que son sus temas centrales, no se habla. Aun el tema racial no es abordado en su costado más crítico, aun la televisión y el cine, como portales de intercambio contribuyen a masacrar la geometría de nuestra diversidad.
Un filme como este responde a la urgente necesidad de que la cuestión racial acabe de incorporarse a una real agenda pública, el mismo dialoga en grados menores con la realidad. Como opción de libertad, la propuesta audiovisual hubiera sido un buen pretexto para dialogar públicamente entre cubanos.
La familia es uno de los espacios comunes donde se aprenden el racismo y los estereotipos. La misma hace el esfuerzo de regular la mezcla de razas a partir de discursos de lealtad, imponiendo sus propias normativas. Aun al interior de innumerables familias cubanas se continúan reciclando fantasías pos-coloniales como el blanqueamiento; los hostigamientos de noviazgo, los castigos y hasta el suicidio no dejan de ser eventos normales, pues el racismo está muy bien acomodado.
Muchas mujeres cubanas blancas que mantienen relaciones con negros o mestizos son consideradas la vergüenza de la familia, son llamadas despectivamente “blancas sucias” o “petroleras”. La ofensa no solo puede venir de una persona blanca, también de una persona negra. Negros y mestizos son vistos como parte de la suciedad insular.
Para Zoia Barash, una de las tantas jóvenes rusas que en los años 60 se deslumbró por Cuba y su gente: “Los matrimonios mixtos entre cubanos y soviéticas tuvieron mucha importancia para el país. Centenares de soviéticas que se casaron con negros y mulatos disolvieron un poco y a nivel personal cierto ambiente de prejuicios raciales. En los 60 y 70 los cubanos se rechazaban racialmente”.
En el documental “Todas iban a ser reinas” del realizador Waldo Ramírez, sobre la diáspora femenina rusa en Cuba, se siente en muchos de los testimonios la tensión del racismo y los prejuicios, cuando muchas de las Natachas se asentaron en la región central de la isla teniendo como cónyuge un hombre negro o mulato.
Según el narrador cubano José Miguel Sánchez (Yoss) “las rusas rubias de ojos azules, le mostraron a los blancos cubanos que el negro podía ser atractivo”. Los matrimonios entre cubanos y eslavas fue el punto de partida que incrementó los matrimonios interraciales, después vendrían los 90 y el auge del turismo de Europa Occidental que impulsó aun más un íntimo multiculturalismo.
Uno de los tantos accidentes de la película, es la esquematizada imagen de la mujer negra, como siempre objeto de las miradas ajenas y condenadas a la tiranía de los estereotipos. Un mal hábito que el cine cubano, al igual que la televisión, no deja de estimular. La mirada falo céntrica continúa amplificando la imagen de la mujer negra, diferente e inferior, anclada en el paragua de la sumisión. Negras y mestizas son exteriorizadas como mujeres calientes, de una naturaleza indomable y un erotismo desenfrenado. Tanto la publicidad como el audiovisual violentan su imagen, la necesidad de dignificarla es aun un tema poco comprendido por los decisores de políticas mediáticas. Raza y sexo se han convertido en el capital más fácil de negociar por las industrias culturales, y la mujer negra continúa siendo la más ofendida.
El cine cubano sigue siendo ese ojo que no nos ve, nos invisibiliza y nos anula. Al igual que la televisión, pudiera convertirse en puerta de dialogo. Los cubanos continuamos viviendo en un mundo social racializado, en el cual sentimos vergüenza de convivir con el otro.
Irremediablemente prejuicio y discriminación continúan ganando terreno, hemos perdido la oportunidad de remover las costras del racismo. No obstante, muchos seguiremos disparando contra el silencio y el odioso oficio de excluir.