LA HABANA, Cuba, febrero (173.203.82.38) – Con el fin de energizar la economía del país, el Estado cubano está desatando algunas amarras convenientes para liberarse de la responsabilidad de prestar servicios que no es capaz de brindar y “soltarle el muerto” a la sociedad. Con evidente interés en dejar caer sobre los hombros de la población la tarea de arreglar el destrozo económico causado en cincuenta y dos años , se intenta “salvar al socialismo” a golpe de cafeterías particulares, renta de hostales y autos, entrega de tierras ociosas, despidos laborales y la autorización de algún que otro oficio privado.
A pesar de lo anterior, como era de esperar, el maniatado espíritu empresarial de los cubanos se ha desbordado y, de la nada han surgido cientos de cafeterías en todo el país. Desde pizzas y café hasta el salvador pan con aceite, se venden ya en cada cuadra de La Habana. En la mayoría de los casos los dueños de los pequeños negocios han convertido las puertas de sus viviendas o las ventanas a la calle en improvisados mostradores.
Entrenados en el socialismo, los cubanos se empeñan en buscar cómo llevar a la práctica la versión del capitalismo tropical que permiten ahora los mandatarios. Sin recursos ni experiencia, los nuevos “empresarios privados” improvisan y se adaptan, con tal de comenzar un negocio que esperan sea próspero.
Por su parte, el gobierno alardea de su apertura, mientras cobra brutales impuestos, sin siquiera ofrecerle a los “empresarios” un mercado de insumos con precios de mayoristas que posibilite alguna ganancia, luego de pagar los leoninos impuestos y licencias.
Ante la ausencia de un mercado mayorista, los nuevos negocios tienen que abastecerse de los mercados minorista y negro, agravando aun más la escasez el desabastecimiento que ya abruman a la población.
Por ejemplo, son interminables las colas en las panaderías. Mientras, los nuevos empresarios cuentapropistas compran cantidades considerables de pan por la trastienda y pagan precios más altos por la izquierda, para surtir cafeterías y paladares; o le pagan a gente para que haga las colas durante la madrugada. Como consecuencia, la limitada producción no llega a la población y los principales afectados son los más vulnerables, los jubilados y personas de menos recursos.
Quince minutos después de salir a la venta, el pan se agota, y ya es común escuchar a los frustrados consumidores decir frases como: “La culpa es de los cuentapropistas, que están arrasando con todo”. Paradójicamente, mucha gente, responsabiliza a los cuentapropistas, y no al Estado, por el agravamiento de su miseria.
La salsa de tomate se vende de modo intermitente en los mercados. La marca que tiene más demanda, debido a su precio más bajo, ha desaparecido del mercado porque los dueños de las nuevas pizzerías particulares compran grandes cantidades para sus negocios. En las tiendas solo se encuentra un puré de tomate importado, que la gente no quiere, por su mala calidad y alto precio.
La escasez, incluso en el mercado negro, de productos, como la harina y la leche, indispensables para la elaboración de los alimentos que venden las cafeterías privadas y estatales, es un presagio del inminente aumento de sus precios.
A pesar de la “apertura económica”, continúa la endémica escasez, que genera desconcierto y angustia en la población. La gente sigue esperando el cambio que mejore sus dificilísimas condiciones de vida, pero no llega.