LA HABANA, Cuba.- Los inicios de la década de los 70 fueron un período muy represivo en Cuba. No fue solo el llamado Quinquenio Gris, la parametración y las recogidas de homosexuales y melenudos. Una de las medidas arbitrarias dictadas en esos tiempos fue la llamada “Ley contra la vagancia”, por la cual miles de personas que estaban sin trabajar fueron obligadas a realizar labores manuales fuertes que nadie quería hacer.
La composición del grupo que las autoridades consideraron como holgazanes fue muy heterogénea. Estaban los que por diversas razones llevaban tiempo sin trabajo fijo, algunos que fueron sorprendidos por la ley en tránsito de una ocupación hacia otra, los que se iban del país y los que como yo, acabábamos de salir del Servicio Militar Obligatorio y no habíamos conseguido ubicación laboral.
El reclutamiento forzoso se hizo por el municipio de residencia. En mi caso fui citado a la Dirección de Trabajo y Seguridad Social del municipio Plaza, que estaba ubicada en el edificio Camilo Cienfuegos, en la calle Línea esquina a C, en El Vedado.
La oferta de trabajo que recibimos los allí convocados fue ir para la agricultura o convertirse en cazador de cocodrilos en la Ciénaga de Zapata. No es necesario decir la decisión que tomó la inmensa mayoría.
Nos trasladaron en camiones hacia un campamento llamado Las Marías, ubicado en la carretera entre San Antonio de los Baños y Alquízar.
Las palabras de recibimiento del jefe del campamento, un exmilitar, fueron amenazantes. Nos consideraban casi como presos. Estábamos advertidos de que todo aquel que abandonase el lugar sin autorización, sería detenido, juzgado y podía ser condenado a cumplir hasta cinco años en prisión.
El albergue era en una casa de tabaco abandonada. Dormíamos en rústicas literas con colchonetas y en hamacas.
El comedor, parecido al de una prisión, poseía largos bancos y mesas de mampostería. Si la comida, muy poco variada, tenía cierta calidad en su elaboración, se debía al cocinero, llamado Andrés, quien había sido chef del Hotel Riviera. Este señor intentó irse en una lancha, fue sorprendido, cumplió condena y después fue enviado a Las Marías.
El trabajo que realizamos fue variado. Comenzamos con la recolección de calabazas, las cuales se montaban directamente en una carreta tirada por un tractor.
Al principio, los no acostumbrados a este tipo de tareas sufrían fuertes dolores de cintura.
El reglamento disciplinario se suavizó con el tiempo. Se autorizó que pudiéramos ir y venir a la casa todos los días, siempre que concurriéramos al trabajo en el horario establecido. La mayoría se marchaba al final de la jornada, aunque el sacrificio de levantarse a las 4:30 am era agobiante. El desgaste físico provocó que muchos enfermaran y tuvieran que recibir tratamiento médico.
Había un trabajador al cual sus compañeros pusieron el mote de “Acopio”, pues se escapaba del puesto laboral para recorrer la zona y robarse cuanta vianda podía cargar, para llevársela y venderla en La Habana, donde todo escaseaba. Por supuesto este hombre no era el único que hacía eso, ya que el salario que devengábamos era una miseria y muchos tenían que mantener hijos y familia.
Un tiempo después a varios nos trasladaron para otro lugar llamado Govea, situado entre Santiago de las Vegas y San Antonio de los Baños.
Allí, el delito de la mayoría de los castigados consistía en haber presentado los documentos legales para irse del país. Entre ellos conocí a un profesor de la Universidad de La Habana, de apellido Rizo, con quien hice buena amistad.
La principal ocupación allí era colgar en las vigas de las casas de tabaco los cujes con las hojas ensartadas para el secado. Yo siempre me disponía a subir a la parte más alta, a pesar del riesgo de una caída, que podía ser mortal.
Otra labor desempeñada en este lugar fue sembrar maíz y regarlo.
Luego de varios meses de labor agrícola, nos dispersaron y fuimos a parar a diferentes obras de construcción. Con el tiempo, cada cual logró salir de esta sanción y conseguir empleo.
Nunca supe más del destino de los amigos que allí tuve. Supongo que muchos se hayan ido de Cuba.
En mi expediente laboral jamás apareció ningún dato sobre esta ocupación obligada: en ese tiempo, que duró más de dos años, fui el trabajador que nunca existió.
El verdadero y único delito cometido por aquellas personas fue que no trabajaban para el Estado. La ironía del destino es que hoy esa falta está autorizada, previo pago de licencia.