LA HABANA, Cuba.- “Yo soy un tipo con mucha suerte y, sobre todo, un tipo libre. Yo soy libre y el día que no me sienta libre me doy un balazo o me lanzo desde lo más alto del Capitolio. Yo soy una persona que reacciona epidérmicamente. A mí me molesta lo del papa (Francisco) y al momento se me ocurre hacer una obra con ese tema. Me molesta lo de la wifi, y al instante hago algo”, así define su personalidad y su obra el joven artista Luis Manuel Otero Alcántara (La Habana, 1987), a quien hemos visto intervenir, desde el arte, de manera escandalosa, desafiante, temeraria espacios sociales, políticos, culturales que para muchos son territorio de lo prohibido y lo sagrado, de lo reprobable y lo subversivo.
En un desfile por el Primero de Mayo, en plena Plaza y rodeado de agentes de la policía; en medio de las celebraciones por la Virgen de la Caridad del Cobre o durante las dos últimas visitas papales; travestido en la más reciente Bienal de Arte de La Habana o desnudo en una céntrica esquina de El Vedado, Luis Manuel Otero irrumpe en la cotidianidad con un tipo de arte con el que muy pocos se arriesgan porque, en un ambiente altamente ideologizado como el cubano, no ser comprendido o expresarse libremente, suele ser muy problemático, peligroso.
No obstante, Luis Manuel insiste en emplazar sus acciones artísticas en esas zonas de lo social alejadas de la galería, de la institución, y que son más cercanas a la gente pero extremadamente conflictivas, como esa de peregrinar por la isla con una gigantesca escultura de la Patrona de Cuba, proyecto que terminó en un arresto y en una acusación por quebrantar el orden público, o aquella otra en que distribuyó y desplegó por las calles más pobres y desatendidas de La Habana carteles con la imagen de Su Santidad, donde se leía debajo: “Por aquí no pasó el Papa”:
“Desde niño me gustó mucho hablar, filosofar, discutir de historia, me molestaba mucho el abuso y quería hacer algún tipo de aporte social”, nos responde sin miedo a preguntas que para otros intelectuales y artistas cubanos pudieran ser una “provocación”:
“Siempre he querido estar presente, ser parte de esos momentos decisivos de la historia. En ese sentido, siempre estoy buscando la grieta donde meterme y detonar desde ahí porque todo poder está lleno de grietas y es ahí donde hago mi arte. Me interesa trabajar con la grieta que se crea en los disímiles contextos, palpando límites existentes entre la realidad y la ficción. (…) En un principio yo sí quería estar en las instituciones, exponer en las galerías… pero para mí la institución es lo que la gente tiene en la cabeza, y yo lo que intento es propiciar la evolución de ese tipo de mentalidades. Mucho más ahora en medio de la supuesta apertura que estamos teniendo, porque es supuesta. Propiciar que haya un diálogo entre todos los puntos de vista: el gay, el negro, el blanco, el que está en contra, el que está a favor. (…) Mi intención es hacer evolucionar la institución, pero aún más la institución mental. Lo mío es un tipo de obra que se inserta más en el espacio social. El escenario, la galería, es el espacio social”, dice Luis Manuel a quien no le sonroja confesarnos que, a pesar de su crítica a lo banal, a sus juegos irónicos con lo kitsch y lo populista, aun llora con películas como Titanic.
Es ese mismo sentido de la autenticidad el que le permite desnudarse públicamente como reacción al fenómeno de la wifi en Cuba o pasear por las calles de La Habana travestido como una bailarina de Tropicana (esa Miss Bienal que desconcertó a muchos) para llamar la atención sobre temas como la imagen del cubano que ha sido fabricada para atraer el turismo.
“Sin dudas mi arte es de tipo social. Es populista porque me interesa que sea así. Yo busco que me vean cien mil personas. Hay momentos en que yo trabajo con terapias de choque, donde desaparece el concepto arte y te hago reaccionar con tu misma forma de ver el mundo (…). Creo que los niveles de reflexión son mucho más profundos cuando ves las cosas en la calle, fuera de ese cubo blanco que es la galería o fuera del escenario de representación. Uso el cinismo pero el cinismo no siempre es una burla, es también un modo de hacerte reflexionar sobre algo. A veces soy muy irónico… irónico a rajatabla, pero tengo mucho cuidado con utilizar a la gente de una forma burlesca (…). Con la obra Miss Bienal me expongo yo, no le pago a un tipo para que se exponga. Me expongo primero. Yo soy el que está travestido, el que está jineteando de verdad (…). Lo que digo es “reflexionen sobre esto” y ridiculizo, desde cierto punto de vista, todos esos clichés pero para llevar a un nivel de reflexión donde te puedes mirar tú y se puede mirar el otro. (…) Con mi acción en la zona wifi [en El Vedado], estaba jugando con el lenguaje íntimo, con esos símbolos que lo identifican, pero a la vez llamando la atención sobre un fenómeno que es preocupante. (…) Los que exponen su intimidad en los puntos wifi no son los intelectuales ni los dirigentes porque ellos tienen internet en sus oficinas o en sus casas. Los que van a conectarse son la gente común. Unidos por la wifi, es una crítica a esa invasión a la intimidad de uno, a exponer nuestro mundo íntimo públicamente. Intento que la gente entienda que los que están expuestos son ellos, sin darse cuenta porque ven la wifi pública como un favor… En la wifi te encuentras al tipo que está enseñando los músculos para venderse, otro por una esquina tocándose, la otra enseñándole el hilo dental al novio que está en Miami y el otro tratando de enseñar el pito [pene] en una esquina… Hay un sinnúmero de historias ahí… Te das cuenta, además, de que hay quienes quieren tener un control sobre eso, quienes te obligan a exponerte públicamente hasta en lo más íntimo… Que acaben de perderle el miedo a toda esta historia, que si esto se va a acabar se va a acabar como quiera. (…) Con lo de la virgen yo no me estaba burlando sino ironizando el proceso, siendo cínico con el modo en que el gobierno utiliza las religiones ahora, después de haberlas reprimido”.
Luis Manuel Otero no busca la aprobación de las instituciones culturales oficiales para desarrollar sus proyectos. Muchas de sus obras las ha realizado por iniciativa personal y sin el apoyo de nadie, asumiendo todos los riesgos que implica la espontaneidad en un país donde nada puede escapar al control del gobierno. Para la realización de su obra Chong Chong Gang, en 2014, una crítica socarrona a los sucesos del buque norcoreano detenido en Panamá por tráfico de armas desde Cuba, Luis Manuel se propuso recolectar armas de fuego artesanales, fabricadas en los barrios más violentos de La Habana, para luego regalarlas a la embajada de Palestina en Cuba. Él mismo contactó a los vendedores e hizo la compra, con lo cual se exponía a ser arrestado por un delito grave:
“Nací con un poquito menos de miedo y soy adicto a la adrenalina. (…) Yo me pongo en crisis yo mismo, no solo me pongo a señalar si hay que arreglar esto o si hay problemas con aquello otro, no, yo me ensucio las manos. Tampoco soy un dios, me gusta tener dinero, comprarme un yate, un avión pero yo asumo los riesgos. (…) Me gustaría que mi generación corra riesgo, que salga a correr riesgos… creo que ahora mismo está pasando. (…) Hago la obra en la calle, en los espacios públicos porque la vida de la obra es la calle, no es dentro de la galería o dentro de la institución arte. A una institución le pides permiso y te comienzan a controlar o a decirte que tal cosa no se puede hacer, que estamos en un momento difícil [dice con ironía]. Por ejemplo, con la obra de la virgen yo intenté pedir permiso y no sucedió nada, pusieron pretextos. Entonces les dije, si no quieren que la haga entonces tienen que ponerme un tanque de guerra en la puerta y tienen que tirarme a matar… y me fui caminando con la virgen por ahí para allá… Entonces me metieron preso. Los mismos policías que me detuvieron me decían: “dile a la virgen que nosotros estamos cumpliendo órdenes, nosotros no estamos en contra de esto pero estamos cumpliendo órdenes”. Te das cuenta de que ese policía reaccionó y se preguntó: ¿Por qué debo detener a este hombre si no está haciendo nada?”. Con la obra de los cabezones [disfrazado de Fidel Castro desfiló durante un Primero de Mayo, junto a otro artista disfrazado de Hugo Chávez] lo que buscaba era desmitificar… jugar con el mito y con los miedos. ¿Cuál es el miedo a jugar con esos temas? Yo simplemente soy la puntilla en el zapato”.