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Un tributo a Bowie

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David Bowie como Ziggy Stardust (foto tomada de internet)

LA HABANA, Cuba.- No  dudo que el recientemente fallecido cantante británico David Bowie es uno de los grandes del rock, pero de tan camaleónico, innovador y creativo como era, ahora mismo no podría decir si me gusta o no su música.

La forma de cantar de Bowie, con ese frecuente cambio de octavas y ese vibrato tan singular, y su música, que va de lo sofisticado a lo más básico, me desconciertan y confunden.

Algunos de los discos de Bowie me gustan mucho. Otros, para nada.

Mi preferido es “The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars”, de 1972. Es considerado uno de los discos más importantes de la historia del rock. Y con toda razón. Probablemente sea el disco conceptual por excelencia. Aquello no se sabe qué coño es. La ciencia ficción, el kabuki, el teatro de Bertoldt Brecht, el musical de Broadway, el pop-art, la ópera rock, el glam rock, la psicodelia, las influencias de la música y la poesía de Lou Reed, el catastrofismo, la transgresión, el travestismo, la ambigüedad sexual, el zeitgeist de los años 70, se unen en un abigarrado y delirante potaje.

Para aquel disco, David Bowie creó el primero de sus alter ego, Ziggy Stardust, un extraterrestre bisexual que anuncia a los terrícolas que faltan solo cinco años para que se acabe el mundo.  Ziggy –que venía a ser algo así como un híbrido entre el cantante Iggy Pop y la modelo Twiggy– se convertía  en una superestrella del rock que cantaba acompañado por una banda llamada Las Arañas de Marte, donde tocaba un rudo guitarrista que contrasta con el afeminado cantante. Al final, Ziggy, luego de fracasar, se suicidaba.

Redescubrí “The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars” cuando lo conseguí en una copia digitalizada, más de 40 años después de su grabación. Y digo que lo redescubrí porque, cuando allá por 1974 lo escuché por primera vez, a todo volumen –como el propio Bowie sugería escucharlo–, con varios tragos de más, en una fiesta  en Miramar, en casa de un “hijito de papá”, evidentemente yo no estaba preparado para asimilar semejante disco…

El anfitrión de aquella fiesta era el malcriado hijo de un viceministro. El muchacho, que todavía  no osaba declararse abiertamente gay –como haría años después cuando el padre, ya tronado por malversación, languidecía inconsolable en el plan pijama–, adoraba a David Bowie. Lo fascinaban su belleza andrógina, su roja melena y sus trapos. Con el poster que tenía en su cuarto y las carátulas de los discos que le traían de Europa, epataba al muy machista y homofóbico papito comunista, que no podía ocultar su malestar por lo que calificaba, con su hablar manzanillero, como “las cundanguerías” de su hijo.

Había en aquella fiesta  un variopinto puñado de esnobistas, todos de Miramar o El Vedado, que presumían de estar siempre en la última, lo mismo en la música que en las películas o la literatura. Quién se atrevía a decir allí  que por qué no cambiaban la música y ponían en el tocadiscos, del puñado de álbumes disponibles, a McCartney, Santana, Led Zeppelin o los Grand Funk, que habían sido inexplicablemente relegados en aquella ocasión.

Unos años antes me había gustado mucho “Space Oddity”, que fue la primera canción de Bowie que escuché –en la WQAM, claro está, porque en la radio cubana ni hablar–, pero aquella descarga de las arañas marcianas y el fin del mundo era demasiado fuerte para mi gusto de entonces.

Ahora suelo oír ese disco de Bowie en mi computadora. Como apenas lo escuché en su época, no echo de menos el scratch de otros viejos discos, como los de The Beatles, por ejemplo, que de tan diferentes como suenan, no me adapto a oírlos digitalmente remasterizados.

Ziggy Stardust, que en su época no había modo que me gustara, luego de redescubrirlo hasta lo disfruto. Y mucho. Motivo suficiente para esta descarga, mi modesto tributo a David Bowie, aunque siga sin poder definir si me gusta su música o no.

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