LA HABANA, Cuba. -En el poblado de Boca del Mariel, existe una pequeña playa preferida por los lugareños. Al lado se encuentran las instalaciones de la otrora terminal de embarque de azúcar a granel. Un poco más alla, funciona la termoeléctrica Máximo Gómez.
A mediados de abril de 1980, transcurría un sábado cuando los bañistas en la playita percibieron la entrada de cuatro embarcaciones con bandera estadounidense. Observaron cómo se dirigían hacia la zona del muelle aledaño. En ese momento se hizo evidente la presencia de oficiales cubanos armados en el lugar. Luego se supo que ahí, en una nave de almacenaje de azúcar, estaba la sede provisional de la capitanía.
En los días siguientes, la asistencia de barcos y yates provenientes del norte aumentó. Tanto el poblado de La Boca como el de Mariel, fueron tomados militarmente por tropas del ejército y efectivos de la policía.
El gobierno de Cuba había habilitado el puerto de Mariel, ubicado a 35 kilómetros al oeste de La Habana como punto de embarque para un puente migratorio semejante al propiciado, a través de Boca de Camarioca en Matanzas, quince años antes. Entre abril y octubre de 1980, salieron por este sitio, rumbo a La Florida, 125 000 cubanos.
El vía crucis de los marielitos
El gobierno cubano anunció que todo el que quisiera podía irse. Pero que, como condición, debían solicitar la baja definitiva en centros de trabajo o estudio. Muchos refugiados en la Embajada de Perú salieron con salvoconducto a esta gestión. Fueron víctimas de los fascistas actos de repudio aupados por el régimen.
Muchos cubanos realizaban diversas gestiones para visitar a los familiares que los esperaban en ese puerto. Hombres, mujeres y niños llegaban al lugar con las huellas visibles de la humillación sufrida en sus lugares de origen.
Pero algo igual o peor les aguardaba en la parada final.
En la esquina de la pizzería Wakamba, acechaban las turbas, aupadas por los funcionarios del gobierno local, armadas con palos y cabillas. Los que llegaban, eran cazados y golpeados con saña. Luego la policía “intervenía”.
Los atacados eran llevados a la Unidad de Guardafrontera conocida como El Mosquito, ubicada en la desembocadura del río del mismo nombre a cuatro kilómetros de Mariel. Allí eran confinados, durante días o semanas. Las condiciones en las barracas eran infrahumanas. Mezclaban a las familias con delincuentes, o presos sacados de las penitenciarías, enviados a este retén para luego ser deportados. El lugar era custodiado por militares armados y perros entrenados.
En el viaje de vuelta, los ómnibus tomaban rumbo al Mariel cruzando el puente. Al final de este, las autoridades apostaban a niños traídos de las escuelas de Baracoa y Henequén. Los profesores les repartían huevos y piedras para que los alumnos se los lanzaran a los que se iban en los vehículos.
Actualmente, en ese sitio, donde padecieron tantos cubanos, se encuentra un Instituto de capacitación para la pesca.
El umbral de la libertad
El muelle de la Flota Camaronera (hoy de la Empresa de Astilleros Astimar) era el último paso en el vía crucis. Allí los que se iban, eran concentrados en dos naves aledañas al muelle, en ese entonces, vacías y a medio terminar. Esperaban a ser llamados mediante un listado. Luego al abordar la embarcación, pasaban por otro control.
Como condición para poder llevarse a sus familiares, los que venían en las embarcaciones tenían que permitir que les atiborraran la cubierta con otras personas de diversa índole. Hubo quien optó por refugiar a los suyos en los camarotes.
Cuando los barcos se alejaban de la costa, la última imagen, a lo lejos, era la de las columnas de humo provenientes de las chimeneas de la Termoeléctrica de Mariel.
En un tramo del muro perimetral de esa industria, estuvo durante muchos años un cartel que expresaba: “Por aquí se fueron y jamás volverán”.
El letrero desapareció durante la década de los noventa. Fue cuando arreció la crisis. Los que “se fueron”, se convirtieron en el sostén de los que se quedaron.
Hoy comparten el exilio en Miami, quienes marcharon en 1980, con muchos que les despidieron a huevazos o pedradas y, más tarde, huyeron en la estampida balsera de 1994.
La dictadura que les obligó a abandonar el país, sigue gobernando con puño de hierro y mal disimulado guante de seda fina.