LA HABANA, Cuba – Las personas con impedimentos de locomoción en Cuba enfrentan un grave problema debido a la escasez de sillas de ruedas. En una pesquisa para conocer las necesidades más acuciantes, este reportero entrevistó a varios cubanos que utilizan sillas prestadas, deterioradas por el uso y ya sin muchos de sus aditamentos.
Así está, por ejemplo, Emilio Jorrín Millet. Residente en el municipio Playa, trabajó durante 37 años como martillero en una empresa de la construcción donde contrajo una enfermedad circulatoria debido a las pésimas condiciones laborales. “Diez horas diarias en el fango y la humedad”, describe. “Adquirí un tipo de gangrena que los médicos llaman ‘azabache’, por la que me amputaron ambas piernas”.
Sigue contando su historia: “Me faltaban varios años para jubilarme y me retiraron por impedido físico, con una pensión que no da ni para almorzar. Me ‘busco los quilos’ de parqueador por cuenta propia, afuera de la tienda de divisas, cuidando bicicletas y motos. Sí, soy primo del creador del chachachá, Enrique Jorrín, pero mi música tengo que ponerla yo, en mi silla de ruedas prestada, porque en el policlínico me dieron el bate (rechazaron) cada vez que fui a solicitarla”. Su silla está vieja, tiene el eje de una rueda amarrada con un alambre y los bastones de empuje no sirven. “Súmale a eso las calles rotas y los baches, que son un suplicio. Tampoco puedo entrar a casi ningún lugar, porque hay pocas rampas de acceso para minusválidos”, describe.
En la calle 240, en Jaimanitas, Guillermo Lemus padece esclerosis múltiples desde hace 33 años, y hace 15 anda en la misma silla de ruedas. “Las cajas de bolas trancadas solo me permiten asomarme a la puerta. Vivo con mi papá Adolfo, de 90 años y María, de 89, que caminan con bastones y necesitan sillas también”, dice.
Por su parte Andrea Soler, de 73 años y vecina del callejón de San Felipe, sufrió una fractura de cadera y se las ve negras con 158 pesos de retiro (unos siete dólares), que recibe de asistencia social. Vive sola con su hijo alcohólico, que en estos momentos se encuentra internado. Cuenta que la trabajadora social que atiende su caso no la visita desde hace seis meses: “Esta silla es prestada; la mía mírala allí, con los ejes rotos y sin rodamientos. También necesito un colchón, porque estoy durmiendo en una tabla. Llamé por teléfono a Seguridad Social y me dijeron que hubo cambio de personal (porque) los que estaban vendían las donaciones de contrabando y los botaron”.
Edelmira Pérez Alfonso, de 75 años, vecina de la calle 5ta en Miramar, es hipertensa, asmática y diabética. Le amputaron las dos piernas en 2010 y los primeros tiempos anduvo en una silla prestada. En 2012 le alquilaron una en el policlínico, pero a los 15 días perdió el asiento y el espaldar. Ahora tiene los frenos rotos y está amarrada con ligas.
“Del Policlínico vienen todos los meses a cobrarme el alquiler, pero no lo pago. Exijo que me la cambien por otra, pero no tienen y amenazan con quitarme esta, que ni a palos se las doy”, denuncia, y añade: “vivo sola, solicité una Trabajadora Social para que me atendiera y nunca me contestaron. En cuatro años Asistencia Social solo me ha entregado una sábana personal y dos jabones. Me enteré que cambiaron a casi todas las trabajadoras de allí, porque se robaban los insumos que llegaban de donación”.
Algo parecido sucede con Nelson Olano, también vecino del municipio Playa. Lleva tres años en una silla de ruedas prestada, con las ruedas en tan mal estado que no puede salir de su casa. “Jamás me ha visitado un asistente social. Tengo un retiro de 240 pesos, y de ahí tengo que pagar 50 del refrigerador chino (marca Haier, distribuidos por el gobierno), con el resto debo inventarme mi comida. La revolución es muy linda en el televisor. Pero en la vida real es otra cosa”.
Luis Proenza se asoma a la calle y mira con desdén la vida pública. “Quisiera salir y dar una vuelta por el barrio, ir a la bodega o al puesto de viandas. Pero esta silla no sirve. Además, con los baches en la calle y las aceras rotas no llegaría ni a la esquina”.
En el Policlínico Manuel Fajardo, de Jaimanitas, la recepcionista informa que “la encargada de atender a los impedidos físicos trabaja solo los viernes, pero hace rato no viene porque no hay sillas de ruedas y no quiere darle la cara”.
En una oficina de Salud Pública situada en avenida 31 y calle 44 se realizan los contratos para acceder a una silla de ruedas. Una funcionaria llamada María del Carmen –no quiso dar su apellido– enumera los documentos necesarios para efectuar el contrato: “Certificado médico expedido por el consultorio de la Circunscripción, carné de identidad del solicitante y el del paciente”. Sin embargo María aclara que “ahora no se están recogiendo certificados porque no hay sillas en existencia. Hace año y medio trabajo aquí y nunca han entrado sillas, ni siquiera reparadas”.
En el reparto Siboney, el hijo de un exintegrante de la guerrilla del Che en el Congo está molesto por el tratamiento dado a su padre en la Asociación de Combatientes. Da detalles de su historia personal: “Al cabo de dos años de solicitada, nos entregaron una silla de uso, inmensa, donde mi padre podía bailar, sin antebrazos ni descansadores de pies. Un verdadero martirio. Pedimos cambiarla, y nos dijeron que no tenían más ninguna”. Este hombre no quiere revelar su identidad porque él y su padre le escribieron a Raúl Castro. “Espero que el general nos responda”, dice, sin mucho convencimiento.
Sin embargo, en las tiendas de divisas se puede adquirir una silla de rueda nueva, de cualquier tamaño y marca. A un precio que oscila entre 218 y 264 CUC (equivalente a dólares), una verdadera ilusión para quienes son lisiados por partida doble: la vida y el Estado.