LA HABANA, Cuba.- “Me siento dueño de un restaurante pero, según la ley, no lo soy. No hay diferencias entre un vendedor de maní y yo”, me comentaba el “propietario” de una célebre paladar de La Habana mientras me explicaba por qué no existía un documento oficial que reconociera su estatus.
Aunque paga mayores impuestos debido al número de mesas y empleados con que cuenta su establecimiento, la licencia de cuentapropista extendida por la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT) apenas lo registra como un vendedor de comida elaborada.
“No hay otro papel que me reconozca como dueño de algo que no sea esta casa donde he montado el negocio”, me dice quien ha debido transformar algunos espacios de su hogar familiar en el salón de un bar-restaurante.
Su situación es la de casi todos los llamados “emprendedores” del sector no estatal de la gastronomía.
Aunque llevan varios años reclamando que se les reconozca sus empresas privadas como entidades con personalidad jurídica, con capacidad para competir en igualdad de condiciones con las empresas estatales, las leyes no los benefician; más bien existen para mantenerlos con esa camisa de fuerza que les impide crecer y actuar como verdaderos empresarios.
“No puedes dar en herencia el negocio, ni fusionarte con otros, por ejemplo, porque no existes como empresa, no lo eres”, explica un funcionario de la ONAT consultado al respecto y que, al prohibírsele declarar para un medio de prensa independiente, no desea que revelemos su identidad.
“Los casos en que hay una venta, parcial o total, una negociación o la creación de algún tipo de franquicia, no es algo que sea bajo el amparo de la legislación actual. Lo hacen por debajo de la mesa, exponiéndose a la fragilidad de un acuerdo de palabra. Si vendes la paladar (restaurante), lo que estás vendiendo es el local, es decir, tu casa. No existe un registro o una patente del nombre del negocio, del perfil. (…) La persona que adquiere el negocio debe comenzar todo el proceso (con la ONAT) desde cero, como un individuo que desea comenzar su propio negocio”, aclara este mismo funcionario.
En una reunión reciente con funcionarios locales en La Habana Vieja, varios trabajadores por cuenta propia plantearon las dificultades que enfrentan y los conflictos que les crea esta diferencia entre la verdadera labor que desempeñan y el marco de actuación que les permiten sus licencias. Sin embargo, no se les ha prometido una revisión del asunto.
“Sí, te tratan como si fueras el dueño de algo en la reunión. Señor, no lo somos. ¿Dónde está el documento que lo dice?”, comenta Nubia, “poseedora” —para llamarle de algún modo— de un bar-cafetería en La Habana Vieja: “Por eso la mayoría abre un par de años y después cierran. Es un obstáculo tras otro. Muchas exigencias para tan pocos beneficios. No pudiera ir a un tribunal para resolver un problema como propietaria de esto. ¿Qué propiedad, qué negocio? Y cuidado si te cogen los inspectores poniendo un par de sillas más; es lo que establece la licencia y ya”, afirma Nubia.
Para algunos, el Gobierno debiera abandonar los recelos con que trata los problemas del sector privado y eliminar las numerosas trabas legales y burocráticas que les permiten desarrollarse para beneficio del país.
“Si se analizara cada caso en particular, incluso se pudieran extender licencias que beneficiarían al propio Gobierno”, opina Brian, “propietario” de una pequeña paladar en el Vedado: “Eso evitaría muchísimos fraudes, maniobras oscuras a las que estás obligado para hacer crecer el negocio, engaños. Si te reconocieran como dueño y con toda la capacidad de negociar que eso implica, entonces no importa cuánto crezcas mientras lo hagas legalmente. Todo el mundo sale ganando. (…) Yo, con cuatro mesas y con un mejor servicio, pago lo mismo que aquel otro con la misma cantidad de mesas y una comida pésima. No importa si aquel pone cubiertos de plata o si sirve la comida en cartuchos, todos somos vendedores de comida elaborada y punto”, dice Brian.
Para otros, la situación es muestra de que el Gobierno continúa resistiéndose a perder control.
¿Por qué no abandonar el miedo a una estructura económica que para nada pudiera constituir una amenaza política si, de verdad, el territorio de lo estatal fuera tan promisorio y estable como se pregona en los planes de desarrollo?
“Cada día el ambiente se vuelve más propicio a las inversiones extranjeras, donde el Gobierno cumple su papel de gran empresario, pero el terreno de lo privado se torna más inhóspito”, responde Alexander, cabeza de un negocio gastronómico privado.
Para este joven emprendedor, que teme a las represalias contra su negocio si se revelara su verdadera identidad, la iniciativa privada sería “la prueba más tangible” de lo mal que funciona el sector estatal.
“Se viene abajo la tesis de la superioridad, se viene abajo el cuento, la canción de cuna”, continúa opinando Alexander. “Se viene abajo la idea del sacrificio necesario. Lo estatal solo existe porque el Gobierno no quiere y no puede lanzar a la calle a millones de personas y hay que entretenerlas en algo; hay que sacarles de la cabeza que pueden ser independientes del Estado y que, además, pueden vivir mucho mejor. (…) Nadie que prospera bajo un gobierno se opone a él. Si yo tengo mi negocio y me va bien, ¿para qué quiero que se vaya a la mierda? No es miedo a que nos convirtamos en el enemigo. Es miedo a que se descubra que todo ha sido un mito”.