LA HABANA, Cuba. -Del 4 al 14 de diciembre de este año se celebrará en La Habana la edición 36 del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Según anunció Iván Giroud, su actual presidente, en la conferencia de prensa realizada en el Hotel Nacional, se prevé que asistan numerosos invitados entre ellos los reconocidos actores Benicio del Toro y Matt Dillon, así como el director ruso Andrei Konchalovski.
Pero no es esta la noticia que debiera acaparar la atención de los medios de prensa, sino esa otra donde se anuncia que, gracias a una donación de una única pantalla móvil que realizó Venezuela, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC) retomará la idea del cine móvil para “llevar el festival” a los barrios de la capital, previa selección de las películas que consideren “más adecuadas”.
Resulta notorio que una ciudad que durante años se contaba entre las principales del mundo en cuanto a cantidad de salas de proyección, con respecto al número de su población, hoy se deba enfrentar a ese panorama de indigencia que caracteriza al cine cubano en todos los aspectos.
Víctimas del ensañamiento que los “guardianes ideológicos” de la revolución jamás han ocultado al referirse a una buena parte de la producción cinematográfica ―aquella que resulta mucho más crítica y subversiva―, la gran mayoría de los cines de nuestros barrios han sucumbido a los años de indiferencia por parte de las autoridades cubanas que, sin dudas, han usado esta calamidad como un proceso “natural”, indirecto, de castigar las desobediencias y controlar a las “masas”. A menor número de salas disponibles, mayores dificultades para que un ciudadano reciba ese mensaje “nocivo”, a veces explícito, a veces subliminar, que guarda todo filme producido en la isla, o fuera de ella, en estos tiempos de desmorone político.
Recordemos que ha sido el retrato de la dura realidad cubana en algunos filmes (como Conducta, de Ernesto Daranas, o de Melaza, de Carlos Lechuga, por solo citar dos recientes) lo que ha exaltado la ira del Ministerio del Interior que, en un acto desesperado, se ha adjudicado el derecho a ejercer descaradamente la censura sobre todos los proyectos del ICAIC sin que exista hasta la fecha un pronunciamiento de rechazo por parte de los directivos del cine cubano ni una negativa a participar en el festival por parte de los creadores, lo cual enturbia esta “fiesta” habanera.
Tengamos en cuenta que los censores actuales del Ministerio del Interior actúan en complicidad con los directivos del ICAIC que, junto a aquellos uniformados, son los mismos que desde los inicios de la revolución han quemado guiones y vetado filmes, han parametrado actores y directores y, además, han reprimido a las audiencias con métodos unas veces sutiles y otras, torpes. Una muestra de esto fue la muy reciente encarnizada ofensiva contra las pequeñas salas de cines privadas que proyectaban filmes en 3D, a causa de la imposibilidad del gobierno para controlar lo que consumían los espectadores.
Bajo la perenne justificación de que no cuentan con recursos para reparar las instalaciones o que en las taquillas ya no se recauda lo suficiente debido al auge de las nuevas tecnología del entretenimiento, el gobierno ha preferido clausurar y condenar al deterioro a los cines de barrio aun en contra de los reclamos de las personas que habitualmente acudían a ellos y, lo que resulta más irónico, en contra de la importancia social (jamás económica) que, según el propio discurso oficial, debían cumplir estas instalaciones culturales en la “revolución”. Si en realidad les resulta muy costoso rehabilitarlas, entonces ¿por qué no recurren a las iniciativas privadas? Creo que no es necesario responder lo que resulta obvio.
Cuando este 4 de diciembre se descorran las cortinas del Festival de Cine y nuestros medios de prensa oficiales divulguen las imágenes de los más ilustres invitados bebiendo cocteles, fumando habanos y disfrutando de las bondades de la isla en los jardines del Hotel Nacional, frente a la desidia del gobierno y a las desolaciones y miserias de lo que fueran cines de barrio la gente habrá de preguntarse si de verdad hay algún motivo para celebrar.