SANTA CLARA.- La más reciente noche parrandera en Remedios, el 24 de diciembre último, Julio Enrique del Río Díaz recorría el poblado en busca de sus dos hijos. Los morteros de San Salvador, su barrio, “bombardeaban” la plaza central, pero los sonidos que emitían no lo convencían. Quizás una fuerza en su interior le indicaba que algo no marchaba bien y le brotó ese instinto protector que tienen los padres.
“Había acabado de llegar al parque, mi hijo menor estaba en el área de fuego y el mayor entró a buscarlo. Un mortero explotó bajito y las personas se asustaron, comenzaron a correr y yo entré a buscarlos”.
Fue ese el instante macabro, el comienzo de una desafortunada historia sin precedentes en la villa y que aún hoy no ha concluido del todo.
Enrique llegó tarde. No solo no pudo advertir a sus “retoños”, sino que él mismo se convirtió en víctima, cuando dos soberanas explosiones estremecieron la fiesta tradicional y dejaron una veintena de heridos graves, entre ellos a seis menores de edad, de entre 11 y 15 años.
“Cuando la onda expansiva me tiró al piso, me dio por rodar y tratar de apagarme si estaba encendido y buscar la acera, que era alta y sabía que me iba a cubrir. Al caer, tenía el brazo izquierdo en llamas y me lo terminé de apagar y cuando sentí un silencio, me levanté y me dirigí a donde estaban los carros de bomberos. En ningún momento perdí el conocimiento ni la orientación”.
Narra que, una vez allí, lo trasladaron rápidamente al hospital junto con otros heridos. “En la parte delantera de la guagüita iba uno de mis hijos, porque nosotros nos quemamos los tres: mis dos hijos y yo”, narra Enrique, ahora desde su casa en Remedios, aun cuando el accidente le martilla con insistencia la cabeza, cual mortero descarriado.
No fue de los heridos más graves, sin embargo lo reportaron en los partes médicos como “crítico”. Las quemaduras solo se adueñaron del 38% de su cuerpo, pero fueron clasificadas de “tercer Grado”, el más alto y peligroso estado que pueden alcanzar las heridas de este tipo.
“Desde el hospital de Remedios fue una avalancha de médicos, de enfermeras, fue increíble. Tengo entendido que en el propio parque llamaron a la colaboración de todo el personal médico que estaba en la zona para que acudiera al hospital del municipio. Después nos trasladaron a Santa Clara y allí nos atendieron en la sala de quemados del Hospital Provincial Arnaldo Milián Castro. Durante los casi dos meses que estuve hospitalizado, la atención fue magnífica”, describe.
Enrique, de 53 años, no quiere fotos. Prefiere no tener ningún recuerdo visual de aquella trágica noche. Le es suficiente con mirarse la carne recién estrenada, que emerge en su tobillo y brazo derecho, así como el nuevo tejido color rosa, que va cambiando la imagen de su espalda, meses antes chamuscada.
“Tengo injertos de piel en todo el tobillo y el primero fue en el brazo derecho. Para eso te llevan al salón de operaciones y te aplican anestesia general. Lo que hacen es extraerte tejido de alguna otra parte del cuerpo, en mi caso fue del muslo, y te la colocan en las partes dañadas”.
Enrique, encargado por su barrio de lanzar los fuegos artificiales, mueve los dedos de su brazo accidentado como para mostrarme que no ha perdido movilidad. Si bien puede manipular su extremidad, esta luce tensa, e inevitablemente uno termina comparando su figura y andar con los movimientos de un robot. Ya el dolor abandonó su cuerpo y el buen ánimo parece adueñarse de su temperamento.
¿Cuáles fueron las causas del siniestro? “Decirte las causas pecaría de subjetivo porque creo que todavía la investigación no ha concluido. Sé que se incendió un saco de morteros, que fue el detonante de todo, pero no sabría decirte con precisión”, responde.
El sansarí elude culpar. Siente que una actitud así no borrará nada de lo sucedido y prefiere dar luz verde a la parranda, una celebración con casi dos siglos de antigüedad, considerada Patrimonio Cultural de la Nación y sin la cual los remedianos no se imaginan.
“La parranda debe seguir viva porque es una fiesta tradicional, lo que hay que organizarla: coordinar con los artilleros, tener más control sobre ellos. Creo que el pueblo ha creado una conciencia a partir del accidente. Me contaron los amigos que Remedios, incluso el día 31 de diciembre, era un pueblo muerto. El mismo pueblo solicitó una donación de sangre para apoyarnos”.
“Hicieron una misa por nosotros”, agrega. “Incluso, los del barrio contrario, el Carmen, fueron a visitarnos al hospital. Las personas han concientizado que ante una catástrofe de este tipo hay que tomar medidas. El control, no solo de los barrios, sino de todas las instituciones que tienen que ver con la festividad, debe ser una prioridad”.
Al cabo de casi tres meses, todavía continúan hospitalizadas varias personas, tanto mayores como menores. Afortunadamente, no se lamentan pérdidas de vidas. “Quedan los más graves, uno que tenía noventa y tanto por ciento de quemaduras en su cuerpo y el otro alrededor de ochenta por ciento, pero ya están caminando. Están reaccionando bien a los medicamentos, así que pronto saldrán”, refiere Enrique.
El 22 de febrero, justo cuando le restaban 48 horas para cumplir dos meses recluido en el hospital, Enrique retornó a su terruño. “Una vez en casa tenía que viajar tres veces a la semana a Santa Clara a curarme. Me ponían una ambulancia y a medida que íbamos evolucionando, los viajes fueron disminuyendo. Pronto tengo turno para que me evalúen los médicos. Casi no tengo nada que curarme”.
El próximo paso es revitalizar en su totalidad la piel dañada y seguramente le orientarán ejercicios de fisioterapia para suavizar esas posturas que ahora lo muestran, pese a su voluntad, algo rígido. Enrique ya se ha puesto manos a la obra, y justo en el momento de nuestra visita, se “bañaba” con crema rica en vitamina E, que le permitirá recobrar la hidratación de sus tejidos.
“Yo voy evolucionando bastante bien”, detalla. “Este brazo, el derecho, estaba bastante afectado y ya lo ven bastante recuperado. A los cinco días del último injerto, cuando me curaron, dijeron que solo eran necesarias unas pocas curas más, porque lucía muy bien”.
Sus hijos están igualmente recuperados, mientras la familia y el poblado todo van recuperándose del susto. Aún la memoria popular recuerda a Sofía Tata Loyola, la mártir de la parranda, una joven de 16 años que en 1937 murió quemada en lo alto de una carroza mientras daba vivas a su barrio El Carmen. Desde ese entonces, los fuegos quedaron prohibidos mientras las carrozas se paseaban por el parque.
¿Participará en la próxima parranda? “Yo no soy religioso. Soy ateo totalmente, pero esto es una oportunidad que nos dieron y hay que aprovecharla; y la parranda… la vemos de lejos”.