LA HABANA, Cuba.- Los reculateros resultados del VII Congreso han dado la razón a los militantes del Partido Comunista más sensatos y pudorosos —pocos, pero los hay— que pedían su aplazamiento. ¡Total, si el sexto congreso fue pospuesto catorce años!
El Congreso estuvo dedicado al recuento de los muchos acuerdos que faltan por cumplirse, los lineamientos que faltan por implementarse —que son la mayoría de ellos— y sobre todo, a reafirmar el inmovilismo de partido único, empresa socialista y planificación económica centralizada, con la lectura de un extenso y aburrido informe que salvo algún que otro detalle, parecía escrito hace una década o más y el estribillo del “sin prisa pero sin pausa”.
Pero este congreso, que según Raúl Castro sería el último que estaría presidido por “la dirigencia histórica de la revolución” —en el anterior había dicho lo mismo— los mandamases tenían que celebrarlo a como diera lugar por la misma razón por la que aplazaron el sexto congreso durante casi tres lustros: para complacer a Fidel Castro.
El Comandante, luego de su contrataque al discurso de Obama en el Gran Teatro de La Habana que mató todas las ilusiones de que los yanquis ya no eran tan enemigos, cada vez mete más hondo la cuchareta.
El Líder Histórico del desastre que todavía llaman revolución, logró tenerse en pie, en franco desafío a la ley de gravedad, para asistir a la clausura del VII Congreso, ser largamente aplaudido por un extasiado auditorio que parecía traído de Corea del Norte, pronunciar un discurso más bien patético y aprobar la designación del general Raúl Castro como Primer Secretario del Partido Comunista y de Ramón Machado Ventura como su segundo.
Para el año 2018 ya podrán designar presidente de los Consejos de Estado y de Ministros a Díaz-Canel o a cualquier otro que se les antoje, que todo estará amarrado, aunque sea desde ultratumba.
Algunos esperaban mucho de los cientos de delegados nacidos después de 1959, que serían la mayoría en este congreso, pero ya vimos para qué sirvieron: para aplaudir que daba gusto.
Cuánto disfrutarían Matusalén y Tutankamon con la cantidad de años que sumarían las edades de los integrantes del Buró Político.
En cada congreso, cada vez que veo a los ancianos generales y a los burócratas fosilizados y cagalitrosos de la partidocracia comunista, cogiditos de las manos, corear La Internacional, se me ocurre que deberían invitar a Omara Portuondo para que amenice el guateque y canten con la diva aquello de “lo que me queda por vivir…”