LA HABANA, Cuba.- El 7 de diciembre de 1896 cae en combate Antonio Maceo Grajales, y junto a él Panchito Gómez Toro, quien, gravemente herido, fue rematado a machetazos por un guerrillero español.
Los cubanos parecían leones para rescatar los cadáveres. En el empeño cayeron 12 hombres de la escolta y fueron heridos graves varios oficiales. No se podía permitir que su general fuera exhibido como un trofeo, deshonrándolo y deshonrando a la vez a las tropas mambisas. Fue entonces que el coronel Juan Delgado exclamó: “(…) ¡El que sea cubano, el que sea patriota y tenga c…, que me siga!” Y los siguieron 19 mambises que, machete en mano y desafiando las balas enemigas, lograron el rescate.
La familia Maceo Grajales se había establecido en la finca Las Delicias con los tres hijos mayores de Mariana, Felipe, Fermín y Justo. Allí nacieron Antonio, el primogénito, Baldomera, José, Rafael, Miguel, Julio, Dominga, Tomás y Marcos. Los padres forjaron en los hijos desde pequeños el sentido del honor, profundos sentimientos patrióticos y el amor a la tierra.
Las Delicias tenía 9 caballerías, una gran casa vivienda de mampostería, varias casas de tabaco, depósitos de viandas y establos. En ella producían café, tabaco, plátanos, frutos menores, y criaban ganado vacuno y caballar. Con abundante producción y buenas ganancias, Marcos Maceo amplió la esfera de sus ingresos, adquirió otras fincas y disfrutaban de las ventajas de las familias criollas de la burguesía campesina.
Toda la familia trabajaba en las labores agrícolas bajo la dirección del padre, quien también les enseñó el manejo de armas de fuego y del machete como arma de combate. Desde luego, también pasaban temporadas en la casa que tenían en Santiago de Cuba, en la calle Providencia, y los niños iban al colegio de Mariano Rizo y Francisco y Juan Fernández. Pero su instrucción fue elemental, como ocurría con las personas de su raza.
Para 1862, Antonio y Justo eran los responsables de administrar las ventas de las cosechas. Con sus frecuentes viajes a la ciudad conocen de las inquietudes sociales y políticas cubanas, de la guerra norteamericana para la abolición de la esclavitud y de la revolución de Santo Domingo. Al regreso, comentaban estos acontecimientos con el resto de la familia.
A los pocos días de iniciarse la Guerra de los Diez Años, Antonio, José y Justo se unen a las tropas insurrectas. Pocos días después lo hizo el resto de la familia. La misma noche de su incorporación, los jóvenes se baten en Ti Arriba. Es tal la bravura y el coraje de Antonio, que lo ascienden a sargento.
Desde aquel momento fue avanzando batalla tras batalla, hasta convertirse en el intransigente patriota que supo rechazar la capitulación sin independencia ni abolición de la esclavitud aceptada por el Comité Central de Camagüey a espaldas de la región oriental. Así, el 15 de marzo de 1878, en histórica reunión con Martínez Campos, dejaría bien claro que El Zanjón no ponía fin a la guerra y que los orientales, con Antonio Maceo al frente, estaban dispuestos a seguir la lucha hasta vencer o morir.
En la terrible contienda que empeñó Cuba para obtener la libertad, perdió Maceo uno tras otro a sus seres más queridos: a su padre, a la mayoría de sus hermanos, y a muchos parientes. Ya en el exilio, no abandona su empeño de luchar por la libertad de Cuba. Es por eso que en febrero de 1890, autorizado por el capitán general Salamanca, visita la isla y aprovecha para incitar a la rebeldía y unificar las tendencias separatistas.
Su visita fue un gran acontecimiento. Recibió muchas muestras de admiración y respeto. En La Habana, comentando la situación del país, declaró: “La miseria y languidez del semblante cubano demuestran la diferencia que existe entre el extranjero y el natural. Viven con la lucha del amo y el esclavo. Al primero, siempre le sobra razón, y al segundo, siempre le falta justicia por buena que sea su causa”.
Las manifestaciones de simpatía al héroe de la Protesta de Baraguá eran públicas: banquetes, recepciones, honores de general. En una recepción en su honor en la sociedad La Bella Unión, una niña (Rita Flores) al saludarlo, le llamó “General”. Maceo, sonriendo, le respondió: “No, hija mía, no me llames General. Dime Antonio a secas”. “No”, le replicó la terca niña, “para los cubanos usted es nuestro general”.
El general de brigada del Ejército Libertador Enrique Collazo Tejada, combatiente de las guerras del 68 y del 95, conoció a Maceo de joven, antes de empezar la guerra, y de él dijo: “Su figura era atrayente, fornido y bien proporcionado. Fisonomía simpática y sonriente, facciones regulares, manos y pies chicos, formando un conjunto que lo destacaba siempre por numeroso que fuera el grupo que lo rodeaba. Acostumbraba a hablar bajo y despacio. Su trato era afable. Talento natural, sin pulir, pero unido a una fuerza de voluntad extraordinaria, que le hicieron dominar sus defectos naturales”.
Según el general Eusebio Hernández, que vivió en su intimidad, las cualidades morales de Maceo no eran aprendidas, formaban parte integrante de su naturaleza y en cada caso su conducta obedecía a la influencia hereditaria, a la educación, y al ejemplo constructivo de sus padres, de sus padrinos y de sus maestros.
Según José Miró Argenter, “decir que Maceo era una personalidad de sólida cultura (…) sería una exageración, pero su cultura intelectual era otra conquista de su voluntad batalladora, que no se rindió jamás ante ningún empeño difícil. Los que solo lo hubieran tratado en la Guerra de los Diez Años, en que el mozo no tenía más conocimientos que los de la instrucción normal, se hallarían atónitos en presencia de un Maceo completamente transformado, capaz de incursionar en cualquier tema y de expresarse en más de un idioma. ¿Cómo el joven tartamudo que no podía pronunciar la ‘c’ sin sufrir un tormento, ahora la emite con claridad y pronuncia el castellano con buena acentuación, y escribe con una galanura que ya quisieran para su lucimiento algunos letrados y retóricos?”
Así lo dijo el Generalísimo, Máximo Gómez, al conocer la muerte de Maceo: “La patria llora la pérdida de uno de sus más esforzados defensores, Cuba, al más glorioso de sus hijos, y el ejército, al primero de sus generales”.