LA HABANA, Cuba.- Guillermo Rivas es un cubanoamericano que vino de visita de Miami la pasada semana y dice haber comprobado, por su propia boca, “por qué La Habana fue elegida entre las siete maravillas del mundo”.
Su historia me recuerda un viejo poema titulado “La penúltima”, donde un paciente adolorido va a un dentista y le pide que le saque la penúltima muela, pero el doctor desconoce el significado de la palabra y le saca la última.
Al comprobar que la muela mala sigue ahí, le aclara al médico que penúltima es la que va antes de la última, entonces el doctor le saca la “penúltima”, que en realidad era la antepenúltima y el paciente se marcha con la muela mala y sin dos buenas.
A Guillermo se sucedió algo parecido. Llegó a Cuba con un tremendo dolor de muelas y la madre lo convenció de asistir a una clínica dental para la extracción. Al llegar, encontró la consulta repleta de pacientes que esperaban sentados en bancos de madera, pero por ser extranjero lo atendieron primero que a la concurrencia.
“Una asistente joven, que al parecer se encarga de atender ‘estos casos’, me informó que el servicio costaba 30 CUC. Me llevó hasta un sillón donde esperaba un doctor y lo primero que advertí fue la pésima higiene del lugar. Había viejas manchas de sangre, restos de amalgama y residuos de extracciones; pero me intrigué más cuando observé al dentista raspando con una cuchilla un pomito pequeño. Le pregunté que hacía y me contestó, que la anestesia cubana no era igual que la de mi país, que en la de aquí lo “bueno’ se queda pegado en el fondo del pomo y quería esmerarse para que no me doliera”.
Dice que el médico tironeaba con la pinza “como si le estuviera sacando la muela a un caballo” y cuando consiguió al fin la extracción y se la mostró pudo comprobar que le había sacado la pieza de al lado. “¡Una corona que me había puesto en Perú y me había costado 400 dólares!”, se queja Guillermo.
“Quería matarlo. Se disculpó y volvió a arremeter con la pinza, entonces me extrajo la muela del problema, pero me dejó un pedazo de raíz que descubrí al salir de la clínica, cuando me quité el algodón y comencé a hurgar en el hueco. Regresé a quejarme con la asistente por el mal servicio y me dijo que volviera el viernes, pero era imposible, el viernes tenía que regresar a Miami y si no me atendían en ese momento me iba a quejar a la Dirección”.
Cuenta el cubanoamericano que se formó un correcorre en la clínica, porque el doctor había entrado a una reunión del Partido Comunista y fueron a sacarlo de allí para que volviera a atenderlo.
Luego de limpiarle los restos, asustado por las quejas de Guillermo, el doctor le dijo que como compensación al “desliz”, le iba a proporcionar una prótesis, que al parecer construyó en tiempo record.
“No sé si la tenía preparada para alguien, porque al poco rato regresó y me la puso. Pero no me queda bien, apenas puedo cerrar la boca. Al hablar parezco un fañoso y nadie me entiende. Digo palenque y sale ‘peneque’, digo pelado y se entiende ‘penado’. Voy a dejársela de recuerdo a mi mamá, que no quiere irse a vivir conmigo a Miami y fue la que me convenció de sacarme la muela en una clínica cubana. Para que cada vez que la vea se cerciore de la ‘potencia médica’ que tienen aquí. Lo que más me duele de la historia es que perdí la corona de Perú, que partía hasta los chicharrones más duros y ahora tengo que comer sólo comida blanda”, dice Guillermo, que no pierde la oportunidad de ser irónico cuando añade: “¡Qué maravilla de país!”