LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Hoy, abrir una puesto de venta de productos agropecuarios en el barrio es hacerse de un próspero negocio, aunque ya no es fácil conseguir una licencia.
Pablo abrió el suyo y, poco a poco, buscó mejores suministradores de mercancía y, vendiendo a precios moderados, logró hacerse de una buena clientela. También encontró un ayudante honesto y dice, feliz: “Tengo un socio chévere, que me ayuda y no me roba”.
Después de tres meses el negocio marchaba viento en popa, con la excepción de un problema que le quitaba el sueño, porque consumía buena parte de las ganancias: la merma.
Aunque Pablo no sabe mucho de economía, ha leído que la merma es la pérdida o reducción de algunas mercancías, o la diferencia entre el contenido de los libros de inventario y la cantidad real de mercancía que se tiene, lo que conlleva a un desbalance. Técnicamente, la merma es una pérdida de utilidades en términos físicos. Pablo lo explica a su modo: “Para mí la merma es lo que tengo que botar en la basura”.
La merma generalmente aparece cuando hay descuidos, errores y omisiones, según estudios sobre almacenamiento e inventario. Sin embargo, no son esos los motivos que a él lo afectaban. Pablo rebajaba el precio a la mercancía cuando iba perdiendo frescura, la pesaba con precisión, la manipulaba con cuidado; además, llevaba los controles al detalle en el libro de contabilidad, y las pérdidas por merma continuaban.
Meterse a fondo en el negocio lo obligó a ser, al menos, aprendiz de todo, sin ser profesional de nada. Si se ignora que las frutas están compuestas en un 90 por ciento de líquido, por ejemplo, el melón, y que en el largo verano las temperaturas sobrepasan los 30 grados centígrados, a un mango o una naranja se le evapora buena parte de su peso cuando llevan cinco días a la intemperie, y las hortalizas, al tercer día, amanecen marchitas. Las pérdidas, en estos casos son irreversibles. Pablo, en aras de su sobrevivencia como comerciante, tomó medidas para evitar el desastre. “La merma estuvo a punto de arruinarme” –dice orgullosos junto al mostrador, donde permanece diez horas diarias.
Luego de un sencillo estudio de mercado, determinó que la mercadería que compra al por mayor cuatro veces a la semana, no se la llevan los clientes con la misma frecuencia y tomó medidas para solucionar el problema.
Ahora las frutas y los cítricos que no vende en dos o tres días, los convierte en pulpa y jugos; con los tomates hace puré, mientras que otros productos los envasa y oferta encurtidos en vinagre. Y lo que antes iba a parar al basurero, ahora se lo comen dos hermosos cerdos que cría en el patio de la casa.
Y así, Pablo, un flamante negociante cubano, acabó con la merma.