LA HABANA, Cuba. -Mi sobrina vive en 15 entre 24 y 26, en El Vedado. Muy cerca está “El Fanguito”, un barrio famoso, signado por su marginalidad, pero el suyo es el reflejo de este, otro barrio permeado de hechos delictivos.
Cuando la visito suelo ver grupos de jóvenes en las esquinas, maquinando atracos, vendiendo mercancías, anotando números para el juego de la bolita. Conversando de putas clandestinas, de venta de ropas, y de cajas de muertos.
Una lacra se mueve buscando alternativas asociadas a las fechorías. Incluso hay un chico que vive en su edificio, que se vanagloria en voz alta de asaltos a los extranjeros para robarles cámaras fotográficas y arrebatarles mochilas o carteras. Lo confiesa como si fuera alguna hazaña personal.
Pero lo guardan unos días en la cárcel, y vuelve a salir y hacer de las suyas. Ya no se sabe las veces que ha reincidido. Dicen las malas lenguas que a lo mejor es amigo del jefe del sector.
Un caso de doble apuñalamiento sucedió en una fiestecita hace varios meses, cuando un grupo de jóvenes desafió a uno de ellos con meterle una apuñalada a otro joven de un grupito cercano. Solo por una apuesta. Terminaron los dos en el hospital; el primero con una herida cerca del pulmón, y el otro con una en el abdomen, al tomar venganza. Aunque no hubo muerte, tardaron en recuperarse. Hecho totalmente innecesario como peligroso, por no decir estúpido, pues no se conocían entre ellos.
Desde una ventana indiscreta, como en el filme de suspenso, se puede ver un Ditú, donde se venden comidas ligeras, bebidas y cigarros. Allí se falsifican hasta los cigarrillos, algunas personas han comprado cajetillas falsas con cigarros de marcas extranjeras rellenos de cigarros con la picadura de los populares que venden en la bodega y en los quioscos en moneda nacional.
De los pomos de refresco, ni hablar: a veces tienen un sabor raro y les falta el gas. Se comenta que compran muchas botellas en el mercado de 23 y 12, en moneda nacional, y luego los venden en divisa. Y eso no ocurre solo en este quiosco, sino en sitios de baile y música que pertenecen al Estado. Es el negocio de lo falso, que paga la gente con la moneda que le cuesta conseguir.
Cuando cae la tarde aparece un motorista con una caja extraña cubierta de tela, dentro están las croquetas que trae desde alguna casa particular para venderlas cuando se terminan las del local.
Con los precios hay mucha variación, un día tienen un precio, el otro, le suben unos centavos, hasta resultar llamativo para los que comúnmente compran allí.
Mi sobrina le llegó a decir al vendedor: “ayer las galleticas tenían un precio, y hoy es mucho más alto, ¿cuándo van a desistir de multar la mercancía y dejar el descaro?”. A lo que el hombre respondió, con ironía, diciendo que él no ponía los precios.
Pululan los carretilleros con viandas y frutas, los que venden detergente y productos de limpieza. Los que venden galletas de sal, toallitas, y de cuanto hay para ganarse unos quilos. Ilegales todos, que ponen pies en polvorosa cuando aparece un policía por los alrededores. Rápidamente esconden la mercancía en el agro-mercado de la esquina. La escena recuerda a esas comedias silentes que pasaban los domingos hace más de veinte años.